Hoy es el último martes de mi estancia en México. También hoy (martes 13) hice mi último examen acá. Durante dos semanas no tuve tiempo para escribir el blog, los trabajos finales, los exámenes y las despedidas ocuparon los últimos ─este último adjetivo se repite cada vez más─.
El jueves 1 de diciembre me despedí de mi clase de Literatura Española Medieval I. La profesora me entregó el libro de Naranja dulce, limón partido dedicado a mi sobrino Héctor. La tarde la pasé haciendo el trabajo de la asignatura sobre “Los epítetos del Mio Cid” y de Literatura Mexicana I (novohispana) acerca de “La unidad espacio-temporal en los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca”.
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Ópera en el Claustro de Sor Juana Inés de la Cruz |
El día siguiente fui a la ópera con mi profesora de inglés, en el Claustro de Sor Juana Inés de la Cruz. La obra trataba la infidelidad, y la música de Mozart y el albur mexicano creaban una original mezcla. A la salida el programa de salud repartía una caja de 100 condones y un lubricante a los chicos; pues a las chicas les pertenecía otra sede. Resultaba curioso ver cómo nos formábamos en largas colas para recibir preservativos donde años atrás había estado enclaustrada una famosa escritora mexicana. Después de una hora escuchando cantar en italiano, fui a una fiesta con mis cuates. La dirección de la casa donde tendría lugar era la misma que meses atrás (Av. Pacífico 338). Esto lo supimos en el momento en que vimos la puerta de una gran cochera naranja. Resulta que hace tiempo no invitaron a una fiesta, nos acercamos a la dirección que nos dieron y no existía tal departamento; el número 338 de esa casa era una cochera. Extrañados nos fuimos a otra fiesta. Pues aquella noche pensamos lo mismo (nos han engañado, se han equivocado…). Esta vez, por suerte, íbamos con unos colombianos que sabían dónde era: justo enfrente. Había dos 338, uno enfrente del otro, cruzando los 4 carriles de la ancha calzada. ¡Aguas con la numeración de las calles de México! No siguen ningún orden. Aquí lloramos mientras nos despedíamos. A partir de esta noche, los destinos (idénticos hasta entonces) se separaban para muchos de nosotros.
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Zócalo inaugurado decembrinamente |
A la mañana siguiente intenté acompañar a mi chilena a una ONG en la que es voluntaria. No pude. Me levanté a las 10 de la madrugada para estudiar, pero ya hacía tres horas que se había marchado. Aquella noche teníamos un importante evento marcado en la agenda desde hace tiempo: un “adrianfest” (la fiesta de un muy buen amigo mexicano que conocimos en las primeras semanas, Adrián). Antes de agarrar el metro y un pesero para llegar a su lejana casa, nos acercamos al Zócalo para ver la inauguración de la pista de patinaje sobre hielo. Un enorme árbol (decorado con el logo de Pepsi) presidía la plaza, decorada con arcos y adornos navideños muy vistosos luminosos ─las calles no tienen ninguna farola que alumbre los baches, pero en la plaza bien de luces─. La casa nos recordó a una de nuestras primeras fiestas: angostas escaleras de caracol subían hasta la sala (de los gatos como la llama su dueño) donde todo el mundo bebía las famosas aguas locas (no recomendables). Acabé la noche en la zona rosa con los “pinches catalanes”.
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Estadio Azteca |
Horas más tarde me acerqué con mi chilena (más porque en dos días dejaría de verla que por ánimo) al Estadio Azteca. Nuestro objetivo era ver el Nacimiento más grande del mundo, creado en Cali (Colombia), con más de 18.000 metros cuadrados. No obstante, al llegar allí el policía nos dijo que la apertura se había pospuesto hasta el día 7 (no me extraña con tantos metros). Ya que estábamos allí pensamos en ver por dentro el mítico estadio de la mano de dios y con capacidad para más de 105.000; pero la suerte no estaba de nuestro lado esa calurosa mañana dominical: había un torneo de niños y no se podía entrar, a menos que pagaras los 80 pesos (4,20 euros) que costaba la entrada (lo mismo que las habituales, menos ese día, visitas guiadas). De este modo, regresamos a casa con la intención de volver otro día. No me voy a ir de México sin ver este templo. Mi carnal, mis parces y mi cuate Isaac (el que nos invitó a la Feria del Mole) comimos una paella y una tortilla de patatas para agarrar fuerzas antes de ir al concierto de Britney Spears. Pensábamos que este comenzaba a las 19:00 horas, así que con quince para las siete estábamos formados en una larguísima cola. Por suerte o por desgracia, empezaba a las 20:00. 80.000 personas abarrotaban la avenida que desembocaba en el monumento a la Revolución. Las pantallas servía de gran ayuda, pues no se veía casi nada(http://www.google.com/hostednews/afp/article/ALeqM5j_oUEr3DsROr0xm41ikQoFlXQhaw?docId=CNG.2d406c882083b707428f984ab1f1fb3d.01). Les dejo el enlace de la noticia. No tardamos más de veinte minutos en marcharnos de allá, la “cantante” hacía play back y el agobio no merecía la pena. Si embargo, fue bonito vivir aquella experiencia tan loca. Cómo diría uno que yo me sé: “¡en qué fregaos nos metemos!”.
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Concierto de Britney Spears en el Monumento a la Revolución
(está el zoom al máximo) |
El lunes 5 de diciembre quedé con el capi de Colmillos para visitar Tepito, un enorme tianguis donde venden todo lo que puedas imaginar (ropa, películas, videojuegos, animales, plantas, comida…). Mis amigos del norte y yo nos dirigimos en la línea verde del metro hasta Guerrero, y de allí transbordamos a la estación que tiene el mismo nombre que nuestro destino: Tepito. Ellos querían comprar unas mochilas y unos jeans para su viaje a Cuba (ayer mismo se marcharon para allá, ¡qué envidia!). Yo quería hacerme con unas playeras de equipo mexicanos de soccer. Este mercado es una locura, miles de metros de estrechos callejones donde el olor a comida, ropa, animales y tabaco se mezcla bajo las telas que impiden la entrada del sol. Recomiendo la visita a cualquiera, busque comprar algo o no; esto está fuera de lo común. De verás merece la pena, aunque mucho mejor si te acompaña un mexicano que conozca la zona, pues hay lugares peligrosos.
El martes imprimí, por fin, los trabajos que debía entregar para el día siguiente. Seguidamente fui a comer a “la gaseosa” para despedirme de mi chilena y mis madrileños que se van (los pinches pendejos) de ruta por Guatemala, Chiapas y Cancún. Espero tener la suerte, el tiempo y el dinero de conocer estos lugares algún día.
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Invitación a la reunión UNAM en el Jardín Botánico |
El miércoles la UNAM organizó una reunión de despedida para los estudiantes de intercambio en el Jardín Botánico. Hacía tiempo que no venía a este paraíso. Nos hicieron una visita guiada y nos invitaron a un lunch de chocolate con churros (tengo ganas de comerlos en una playa que me gusta mucho). Se portan muy bien con los extranjeros en esta universidad. Si enseñas la credencial (lo que equivale a la TIU en mi UA) te hacen un descuento del 50% en los transportes durante el periodo vacacional. Os adjunto la invitación (donde casualmente aparece una foto nuestra) que nos enviaron por correo electrónico. De 11:00 a 14:30 estuvimos reunidos. Al acabar, una muy buena amiga mexicana me regaló una figura de la artesanía de Toluca, su pueblo. La carta que traía el paquete me emocionó.
El 8 de diciembre cumplí 21 años mientras hacía un examen de Literatura Española Medieval. Al llegar a casa, mis amigos me sorprendieron con un bocadillo de jamón serrano y queso, una botella de vino y un pastel. Además, mi carnal me regalo una camisa suya a la que hacía tiempo que le eché el ojo. Un colombiano muy simpático que se llama Nelson me estampó la tarta en la cara; no sé por qué me lo esperaba. Apagué el fuego que cocinaba la carne que tenía pensado comer y acepté el secuestro de mis amigos. Fuimos a comer a una fonda oaxaqueña que me recomendó mi excompañera de departamento, Lucero. Comí unos tamales con pollo y queso fundido muy ricos. Saliendo de aquí nos dirigimos al Estadio Azteca, esta vez sí, para ver el Nacimiento más grande del mundo (no el más bonito). Para llegar a acá hay que tomar un pesero en Metro CU. Se demora unos quince minutos. El costo del boleto fue de 60 pesos (3,60 euros). La luna aquella noche era inmensa.
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El nacimiento más grande del mundo |
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Palacio de Cortés, Cuernavaca |
El viernes empezaba uno de los fines de semana que mejor voy a recordar: íbamos a Cuernavaca a despedirnos y a celebrar el cumpleaños de varios de nosotros (Érica, Giss y yo). Nos plantamos en la terminal de autobuses del sur (en Taxqueña) a las 17:00 horas, y a las 22:00 tomábamos el camión que nos llevaría a Cuernavaca centro, donde tomamos un taxi hasta Acatlipa, pasando por Temixco, en Morelos, estado en el que estuvimos con Mike semanas atrás. Al llegar a la casa que habíamos rentado por 6000 pesos (360 euros) más de veinticinco personas, nos encontramos con una auténtica mansión: media docena de cuartos con dos camas de matrimonio, un tercio de docena de sanitarios, una cocina enorme, futbolín, ping pong, alberca, jacuzzi, cancha de básquet, columpios, jardín… una auténtica joya para celebrar tal ocasión. Os podéis imaginar lo que hicimos aquí. A la mañana siguiente desayunamos revuelto de salchichas y huevos con leche. Seguidamente me acerqué al centro de Cuernavaca, para pasear por las empinadas calles adoquinadas y comprar algunos regalos para mis abuelas. Al regresar vimos el clásico (Madrid-Barça) mientras comíamos unos tacos en la alberca. Una forma distinta de disfruta del mejor equipo de fútbol de la historia. Tristemente me tuve que marchar antes de tiempo: el examen del día 13 era importante y quería prepararlo bien. No obstante, mientras nos despedíamos, nos regalaron una bandera de México firmada. Regresé a DF con una cosmopolita amiga catalana por 86 pesos (5,16 euros). Al llegar al cruce de Miguel Ángel de Quevedo y Universidad, la oscuridad inundaba todo. Gracias a que ya me sabía de memoria los puestos del metro, no tropecé con casi ninguno. Las velas servían de iluminación en el Oxxo. Me inquieté por tanta extrañeza y pregunté al policía de mi condominio qué pasaba. Al parecer un temblor de 6,5 grados (del que no me había enterado en el camión), había tenido lugar minutos más tarde. La corriente eléctrica se había cortado. No había heridos ni desperfectos. La casera me aconsejó qué debía hacer si había réplicas, y con pasaporte y dinero en mano me acosté. Les adjunto la noticia (http://excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=&cat=1&id_nota=793813).
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Última foto que nos tomamos juntos |
A la mañana siguiente pude estudiar sin problema.
El lunes 12 solo paré de preparar el examen para comer con mis cuates por última vez. Mientras yo hacía el examen de Filología Hispánica durante seis horas, ellos viajaban a Cuba. No me fue mal, mejor, creo que la última vez. Me despedí de la profesora, del adjunto y de mis compañeros. Los voy a extrañar.
Ahorita mismo, felizmente, soy libre. Siento la rapidez con la que he escrito esta entrada, pero el ansía por salir a conocer México puede con todo. Voy a despedirme de unos amigos catalanes y mañana temprano al Museo de Antropología, por fin. Esta semana será muy completa. Tengo que completar las propuestas que me ido haciendo y me han ido aconsejando durante este tiempo. Espero encontrar tiempo para contaros mis últimos días acá.