Hoy es lunes, y como ya dije en la primera entrada de este blog, es un día difícil… pero esta vez es un día difícil por haber estado todo el fin de semana sin parar de empaparnos (nunca mejor dicho, pues no paró de llover) de la cultura mexicana.
El fin de semana empezaba pronto: a las seis de la tarde quedábamos en la estación de metro Copilco un grupo de españoles (de Pamplona, Madrid, Valencia) y una chilena que nos hemos apapachado (palabra típica de aquí). Nuestro destino era una fiesta privada. Allí eran todos alumnos de la UNAM, había seguridad y muy buen ambiente. A la entrada te daban una pulserita rosa por 30 pesos (1,80 euros), y dentro la chela (1 litro de cerveza) valía 40 pesos (2,40 euros). Lo pasamos en grande, los mexicanos son simpáticos, cercanos y bailan salsa constantemente, por lo que debemos aprender pronto si queremos seguir saliendo de fiesta. A las 02:00 apagaron la música y encendieron las luces, era hora de agarrar un taxi y volver a casa. En México tienen costumbre de terminar la fiesta a esta hora, cuando en España aún no habría empezado.
El sábado estuvimos descansando hasta la hora de la comer. Fui al Walmart (un centro comercial ─tipo carrefour─ que abre todos los días hasta las 23:00 horas) y a la lavandería (también dentro de este espacio). Por 32 pesos (1,92 euros) te lavan hasta 5 kgs. de ropa (una lavadora). Secarla vale 10 pesos cinco minutos, pero yo siempre la llevo hasta la azotea de mi departamento, pues con tantas revoluciones sale casi seca. Por la noche tomamos un pesero en Copilco hasta Coyoacán (la Delegación a la que pertenece la UNAM). Es como el centro de la provincia, alrededor de la catedral hay multitud de restaurantes, bares y antros (especie de discotecas o pubs). Cenamos en un lugar típico mexicano: nachos con guacamole, queso fresco y otras muchas salsas que desconocía pero que recordaré siempre por su picor; quesadilla de chistorra y tacos de bistec con tocino (lo más parecido al jamón serrano que se encuentra por acá). Regresamos al departamento andando, pues Coyoacán está muy cerca de Copilco y las calles son muy tranquilas. Unos enormes árboles (que rompen las aceras con sus raíces) se ensalzan a cada lado de la calzada.
A las 10:00 horas del domingo agarrábamos un autobús con destino a Teotihuacan: una antigua ciudad, que no pertenece a los mayas, aunque mucha gente (entre ellos yo) lo creyera. El tráfico, a pesar de ser festivo, seguía siendo horroroso, estuvimos más de media hora yendo a no más de 20 km/h. Tardamos hora y media, pero valía la pena. El autobús nos dejó enfrente de la mal llamada pirámide del Sol. La entrada este día es gratuita para mexicanos, y para estudiantes siempre que presentes la credencial, o en nuestro caso la carta de aceptación (pues la credencial aún no la tenemos). Contratamos un guía acreditado (Roberto se llamaba) por 360 pesos (21,60 euros). Nos pedía 500, pero conseguimos regatearle a ese precio. No obstante, como nos explicó todo tan bien, al final le pagamos 450 pesos (50 por cada uno de los nueve que íbamos). La ciudad de Teotihuacan data del año 300 a. C. al 750 d. C. La civilización que habitaba aquella joya arquitectónica era llamada teotihuacana, y no mayas ni aztecas, como comúnmente se piensa. Tristemente, estos genios tuvieron que abandonar este territorio por la sobrexplotación de los recursos naturales: llegó un momento en que el agua, la comida y las infraestructuras no eran suficientes para tan gran número de habitantes. Un ingente número de zonas todavía están enterradas. Solo hay al descubierto dos bases piramidales (la mal llamada del Sol y de la Luna) y una larguísima calzada (también mal llamada de los muertos). Un (también mal llamado) arqueólogo de nombre Leopoldo Batres fue el encargado en 1910 (con el centenario de la Revolución mexicana siendo gobernante Porfirio Díaz) de sacar a la luz la ciudad cubierta por vegetación y tierra. Este no tuvo otra idea para agilizar el proceso que dinamitar todo lo que encontraba a su paso, por lo que destruyó gran parte de las bases piramidales, y no pirámides, pues no terminan en punta, como las de Egipto, sino que se encumbran con un templo a los dioses del agua y la lluvia. Los teotihuacanos rendían especial culto a los dioses de todo lo relacionado con la naturaleza: fauna, flora y fenómenos atmosféricos. Una de las cosas que más me llamó la atención de esta visita fue el eco que surgía en forma de graznido al aplaudir o hacer un fuerte sonido frente a la base piramidal. El guía nos enseñó que esto se debía a un meticuloso estudio arquitectónico y sonoro que tenía como objetivo facilitar las llamadas de los gobernantes al resto de la población. Después de subir las dos enormes bases piramidales, con sus correspondientes inclinados y altos escalones, fuimos a comer a una cantina, aprovechando que empezaba a llover a cántaros.
Les dejo una foto de tal hermosura (ahora que ya estoy empezando a familiarizarme con el blog).
Eres un chilango mássssss!!!!
ResponderEliminarAcá, les dejo, pesero, jajajaja...mola mucho leerte.
Pronto descubrirás el maravilloso mundo de después de las 2 de la mañana, verás como te enchanchas....
lo que debes aprender a bailar, y cuanto antes, es banda, debo decirte que, aunque en el DFhay millones de personas y miles de antros, es lo que se lleva por esas tierras. Así cuando vengas tendré a alguien que no me mire como un loco cuando explico como se baila eso.
Hay una fiesta, a la que creo que podrás ir, que se llama del solsticio, no sé si te habrán comentado ya, pero es brutal, y es en las piramides, se celebra, creo recordar, la llegada de verano.