Esta semana no hubo impedimento para que se llevara a cabo el examen de Filología Hispánica; los conciertos de Joaquín Sabina y de Fernando Delgadillo fueron inmejorables, y el domingo, la Plaza de las tres culturas simbolizó la simbiosis que estoy viviendo durante estos meses.
El sábado, tras recuperarme del ajetreado viaje de muertos por los estados de Michoacán y Guanajuato, fui al Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Allí habíamos quedado a las 11:00 con la directora de la revista Medievalia y con todo su equipo (entre ellos la adjunta de Literatura Española Medieval I y el de Filología Hispánica I, con los cuales me llevo muy bien) para poner a punto el cubículo donde íbamos a trabajar. Archivamos todos los ejemplares de Medievalia, tanto de la revista como de la serie de publicaciones que han editado; logramos organizar una colección de los ya 42 números de la revista (a falta del maldito 28); y nos hicimos con gran cantidad de libros para nuestra biblioteca personal. Lo que más me enriqueció de aquel trabajo sabatino fue, sin duda, las pláticas con el resto de estudiantes y ya licenciados en Letras Hispánicas, y con la doctora. A las 16:00 horas terminamos de llenar la docena de cajas que la UNAM nos había facilitado, y la doctora nos invitó a comer a “El rincón de la lechuza”, una riquísima taquería sobre Miguel Ángel de Quevedo. Aquí probé por primera vez la “sopa de tortilla” (también llamada “sopa azteca”). Desde ese momento es uno de mis platos favoritos: el caldo con chile, aguacate, fritos de maíz y queso Oaxaca forman una conjunción de sabores muy exóticos. La sincronizada de pastor acabó por saciarme. Como la doctora de Medievalia, y a la vez profesora de Filología Hispánica, es española, estuvimos platicando cerca de dos horas sobre las diferencias entre México y España, de cómo comenzó su aventura aquí y de porqué se quedó (historia que sin duda merece un blog a parte). Uno de los temas más recurrentes fue el machismo en este país, pues un capítulo de Hockett (lingüista al que teníamos que leer para el examen del próximo viernes) presentaba un ejemplo políticamente incorrecto: «El marido ve a su mujer poner la mesa y se prepara para ir a comer; o bien oye a su mujer decir la comida está lista y se dirige al comedor». También debatimos sobre el asiduo uso de la muletilla “mande”. Los mexicanos la usan de una manera tan reiterativa como el güey, y la expresan cuando no escuchan o no entienden lo que el interlocutor les dice y quieren volver a oírlo (equivaldría al uso de “perdón” en el español castellano). Esto, a mí parecer, y al de muchos de mis cuates españoles, muestra sumisión; pues no soy quién para ordenar o mandar algo a alguien.
Una de las librerías de viejo llamada "Ahuizote" |
La reunión acabó en el momento en el que nos corrieron de la taquería: el tiempo del coche en el parking había llegado a su fin. De regreso, caminando por la avenida Miguel Ángel de Quevedo (pues mi casa quedaba muy cerca) pasé por tres librerías de libro viejo (de segunda mano). Estuve otro par de horas viendo los miles de ejemplares que las polvorientas estanterías mostraban, compré algunos de ellos para mis padres y mi hermano, y regresé a casa para descansar.
Comida típica española, con cervezas "Nochebuena" |
El domingo estuve evolucionando palabras de latín al español como práctica para el examen. Para comer, preparé una paella que le prometí a la casera de mi departamento. Cuando supo que era español, y más concretamente de Valencia, me pidió que le avisara el día que hiciera tan rico plato para apuntar todo (al igual que hizo con la tortilla de patatas). Así pues, nos reunimos mi nueva compañera de departamento (que trajo unas cervezas Nochebuena ─que solo comercializan en tan señaladas fechas del año─) y mi casera (que nos ofreció “cochinita pibil” ─ricas tortas con carne de puerco y chile de la zona de Mérida, en Yucatán─ como aperitivo). Pasamos un rato muy agradable, mientras veíamos como el Pumas perdía todas opciones de disputar la liguilla por el título.
El primer día de la semana empezaba con un control de francés. Los verbos reflexivos (se léver, s´habiller…) eran el tema principal. Fue la última prueba antes del examen final que haremos durante cuatro días en la última semana de noviembre. Al salir de la prueba oral, me encontré con la IV Feria de Libro Académico UNAM 2011. Compré una edición muy trabajada de La Gran Tenochtitlán de Hernán Cortés por 25 pesos (1,50 euros) y, días más tarde, el audio libro Naranja dulce, limón partido: antología de la lírica infantil mexicana para que mi sobrino Héctor crezca con esta cultura tan rica. Como lo edita mi profesora de Literatura Española Medieval I, quizá le pida que me lo firme al final de semestre. Posiblemente haga lo propio cuando me haga con el Diccionario de Mexicanismos, pues lo dirige mi cuate de Medievalia. Les dejo una entrevista que versa sobre esta publicación y la cultura de México vista a ojos de una española.
Alejandro Sanz y Joaquín Sabina en el Auditorio Nacional |
El martes era un día esperado: vería a mi cantante favorito en mi ciudad preferida. A las 18:30 quedé en Metro Quevedo con un catalán, una chilena y una madrileña. Juntos nos dirigimos al Auditorio Nacional, donde nos esperaban la valenciana con la que llegué a México y su novio. Más tarde llegaría el vasco que completaría el grupo de ocho “sabineros”. El auditorio impresionaba semivacío, pero cuando saltó al escenario el ubetense (ídolo de millones de mexicanos y latinoamericanos), el 90% de los cómodos asientos estaban ocupados. Tuvimos mucha suerte: compramos la entrada más barata (300 pesos (18 euros) más 72 por el servicio de ticketmaster) y nos sentamos, aún no sé cómo, en el patio de butacas, a 40 metros del escenario y junto a los que habían pagado más de 1000 pesos (60 euros). Eché en falta a mi primo, pues por momentos estuvo a punto de venir a México y al concierto. Entre nosotros se encontraba Alejandro Sanz, algo que supimos en el momento en que Sabina lo llamó y subió a cantar al escenario “Princesas”. La gente enloquecía. Los gritos de “Te amo Sabina” (muchos de ellos varoniles) se entrecruzaban una y otra vez mientras la afónica voz del maestro agradecía la asistencia a sus queridísimos mexicanos. Aquella noche era la cuarta y última vez que cantaba en la capital (al menos por este año, pues ya se rumorea que dará una gira con el “honoris causa” por la UNAM Joan Manuel Serrat), y su emoción nos contagió a todos los presentes. Mi canción preferida es la de “19 días y 500 noches”, pero aquella noche la que más me gustó fue “Por el boulevard de los sueños rotos”, dedicada a la mexicana Chavela Vargas, y donde se nombra a Diego Rivera, Frida Kahlo y otros motivos de Centroamérica. Los focos con la bandera mexicana y la gente cantando la letra al unísono se me quedó grabada. Al salir, compré tres playeras, dos tacitas y una biografía llamada “En carne viva”, libro que curiosamente vendían unos amigos de la facultad. Había que aprovechar los bajos precios, y la presencia de tal joya de la canción y la poesía.
El miércoles, después de la última clase antes del examen, y tras repasar toda la teoría, fui con mi carnal y mi carnalita madrileña al cumpleaños de un cuate colombiano. Estuve poco tiempo, pero saludé a los apapachadores estudiantes de intercambio. Regresé con unas mexicanas y un cordobés (de Argentina), con los que quizá me una para conocer tan ricas tierras a final de semestre.
A la mañana siguiente, mientras desayunaba “galletas maría”, extrañé a la familia que viene los miércoles a poner en orden el departamento; sus pláticas son muy interesantes, y me enseñan muchas cosas de esta región. Hablando de galletas, mi exnovia (de la que me separé al poco de estar aquí ─como la mayor parte de mis cuates extranjeros─ y con la que guardo una muy buena relación) me acaba de pedir que cheque si se comercializaban unas “Oreo” especiales. No dudo que las encuentre, pues Walmart, de otra cosa no, pero de dulces presenta una variedad ingente.
[Acabo de subir del departamento de la casera, me ha dejado una rejilla de refrigerador con patitas para que mi computadora no se caliente tanto. Se apaga constantemente, sobre todo cuando uso Word durante un tiempo.]
Aquel jueves, tras ver los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (libro sobre el que quizá haga el trabajo final de la asignatura de Literatura Novohispana), expusieron lo que se suponía que iba a ser la última parte de El libro de Alexandre, y por ende, mi pasaje; sin embargo, las trabajadas exposiciones acabaron con las dos horas de la clase. Esta vez, estuvo cerca mi turno, llegué a salir junto con un compañero que hizo un poema en castellano antiguo, en cuaderna vía, que resumía el tema de su plática. Afortunadamente, no tuve que hablar tras maravillosa obra, pues la mía habría quedado en muy mal lugar. La profesora quedó tan contenta con estos genuinos versos, al igual que el resto del salón, que le eximió del trabajo final. Intentaré hacerme con una copia de él y mostrarlo aquí cuando la profesora se lo devuelva, pues, la neta que es un gran trabajo para un mexicano componer algo tan métrica y léxicamente perfecto en español del siglo XIII.
La tarde previa al examen, estuve repasando todas las lecturas y prácticas mientras una fuerte tormenta caía sobre la capital. En México no llueve como en España, aquí lo hace de veras, como si se fuera a acabar el mundo.
El examen no fue mal. Pero podía haber ido mejor. Tras más de cuatro horas evolucionando diez palabras y tratando de contestar a cuatro preguntas teóricas, ordené las 10 cuartillas de papel membretado de la UNAM y se lo entregué al adjunto de la profesora. Comí rápidamente chayote relleno de verduras con frijoles y arroz a la mexicana en la cafetería de la facultad y subí hasta el tercer piso, donde hice el último examen parcial de inglés antes del final del día 16. Aquí, al estudiar el present perfect, debatimos sobre el uso del pretérito perfecto compuesto en la península (del tipo “he cantado”) y el del simple (“canté”) que equivale a ambos, tanto al simple como al compuesto, en el español en México. Por esto, les cuesta mucho entender el uso de tal tiempo en la lengua germana. Para ellos, si, póngase el caso, se cae un lápiz en el momento del discurso, es “se cayó”; y les resulta impensable decir “se ha caído”.
Parrillada uruguaya en "Matamargo" |
Por la tarde, ya en casa, recibí una carta certificada de España. En un sobre sepia y con media docena de matasellos, estaban las papeletas para las elecciones de España. Esta mañana las envié de vuelta, de nuevo por correo certificado, con un costo de 34 pesos (2,04 euros). Más tarde, al ser viernes, fui a casa de mis vecinos madrileños y nos dirigimos al "Matamargo", restaurante uruguayo junto al Potzolcalli de Avenida Universidad. Allí cenamos con unos amigos mexicanos una sabrosa carne de parrillada. La arrachera fue la mejor. Seguidamente, compramos una caguama (litrona) que nos tomamos en mi departamento por 34 pesos (2,04 euros), pues 9 de ellos (54 céntimos) son para el envase que canjeas posteriormente por el importe. Aquí se recicla muchísimo (y es normal, pues con tantos habitantes el mundo se acabaría luego luego); muestra de ello son los envases retornables de cerveza. Al final de la velada, fuimos al Jacalito, antro (en el sentido español) que está frente al famoso Mamarrumba.
Fernando Delgadillo en el Teatro Metropolitan |
A la mañana siguiente, fui a comprar al mercado de Eje 10 que instalan todos los sábados (a modo de rompecabezas), en Pedregal de Santo Domingo. La verdura es barata y variada. Los toldos de los puestos son algo bajos, y debes ir encorvado mientras esquivas a los ríos de gente que compran y venden al mismo tiempo. Adquirí pulpo, queso Oaxaca y mole. Este último lo preparamos mi carnal y yo para comer horas más tarde. Pese a la inexperiencia y la ignorancia del proceso, salió riquísimo (juicio quizá subjetivo por el hambre que nos dio caminar por el larguísimo tianguis). Por la tarde, asistí a otro concierto con mi chilena, esta vez de un reconocido (aunque no para mí) cantautor mexicano (Fernando Delgadillo) que cumplía 25 años en los escenarios y cerraba su gira esa misma noche en el Teatro Metropolitan. Esta joya arquitectónica y acústica estaba repleta de seguidores que coreaban la letra de sus acordes. No tuvimos la misma suerte que en el Auditorio Nacional, pues nos sentamos al final, donde nos correspondía. Empezó, al igual que el anterior, a las 20:30. A las 00:15 nos levantamos, todavía con Delgadillo en el escenario que abrió el telonero Soto. El último metro salía de Indios Verdes hacia Universidad a medianoche, y si no llegamos a correr no lo alcanzamos. Sin duda, la canción que más me gustó fue “Hoy ten miedo de mí”.
El día siguiente quedé con una compañera de francés en el reloj de Metro Balderas a las 11:30. Paramos en Tlatelolco para ver la ansiada Plaza de las Tres Culturas. Este espacio donde se entremezclan las ruinas prehispánicas de la cultura mexica, la catedral de la época colonial y los rascacielos modernos simbolizan muy bien este mestizaje que representa México. Me gustó mucho una placa de piedra que hay situada en el centro de la plaza donde se dice:
«El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cauhtemoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo, que es el México de hoy».
Tlatelolco, Plaza de las Tres culturas |
Tuvimos tiempo, tras ver una danza indígena de cientos de danzantes ataviados con penachos y ropas prehispánicas, de visitar el Centro Cultural Universitario Tlatelolco; donde había dos exposiciones: una sobre los horrorosos acontecimientos que se vivieron en las revoluciones estudiantiles de 1968 y otra sobre la obra pictórica de Blastein. De la primera me llamó la atención una foto de tanques militares en el Zócalo; y de la segunda un bodegón con alimentos mexicanos y una liebre inerte. Al ser domingo, como la mayoría de los museos durante este día, la entrada era libre.
Zócalo en las revoluciones de 1968 |
Tras cenar el pulpo que compré el día anterior, me acosté; no sin antes conversar con mi compañero de departamento, el cual me dijo algo que me llamó mucho la atención. Le pregunté si pasaría las navidades con su familia, y me contestó que sí, pues los tres días de vacaciones que tenía como trabajador de primer año los destinaba a esas fechas. Cuando tienes tres años de antigüedad en la empresa puedes elegir hasta seis, y así conforme vas cumpliendo años, nunca sin exceder los 15 días de descanso al año. Este aspecto me impacto, casi tanto como que para ser presidente de México debes estar casado. Mientras platicaba, se me quedó marcada una cita de Antonio Caso que apareció en El pueblo mexicano de Teveunam:
«México necesita tres virtudes cardinales para llegar a ser un pueblo fuerte: riqueza, justicia e ilustración (…) Volved los ojos al suelo de México, a los recursos de México, a los hombres de México, a nuestras costumbres y a nuestras tradiciones, a nuestras esperanzas y a nuestros anhelos, a lo que somos en verdad».
Historia general de México
Hoy lunes, mientras cruzaba los cuidadísimos jardines de mi condominio, me encontré con los basureros, pues aquí (a diferencia de España) recogen la basura con el sol en lo alto, quizá por el riesgo a asaltos durante la noche.
Recuerdo que durante la semana, una tarde (pues los mexicanos a partir de las 11:00 ya dicen “buenas tardes”, quizá por lo mucho que madrugan), mientras comía en la cafetería de la facultad (como hago de lunes a viernes) compartí mesa con un hombre que realizaba su servicio social (requisito para licenciarte en cualquier carrera) en la UNAM. Me preguntó, durante la plática, qué escritor español recomendaba; sin dudarlo, le mencioné a Juan José Millás. Al rato, hice yo lo mismo y me aconsejo la lectura de un tal Jorge Ibargüengoitia, escritor mexicano muy famoso por sus cuentos críticos e irónicos con la sociedad.
Mañana iré a ver una exposición de Ron Mueck (escultos australiano) en el Antiguo Colegio de San Ildefonso llamada “Hieperrealismo de alto impacto”. Les dejo el enlace, pienso que merece la pena: http://www.sanildefonso.org.mx/expos/ronmueck/
Apaño casero para impedir que el ordenador se caliente tanto. Arriba la cartulina de mis compañeros de clase de la Universidad de Alicante |
Mientras espero a que se reinicie mi portátil, esta vez solo por segunda vez, veo la cartulina que regalaron mis cuates de Filología Hispánica de la Universidad de Alicante. Me resulta muy grato verlos sobre el fondo de la bandera de España, pues tengo ganas de verlos y compartir el futuro viaje de fin de carrera, hasta ahora sin destino. Las fotos de la orla ya se la están haciendo. Yo he mandado un correo a la empresa para negociar una fecha posterior.
Cada vez tengo más ganas de ver a mi familia y a mis amigos (la peña “El Portoncico”); aunque también menos de despedirme de todo lo que aquí estoy conociendo y aprehendiendo.
El lunes que viene es festivo, por lo que aprovecharemos el puente para ir a Morelos, donde un muy buen amigo mexicano nos ha invitado a mi carnal y a mí, junto a otros cuates del Atlético Colmillos, entre ellos el “capi” que no pudo asistir a la Feria del Mole, para visitar Tepoztlán y todo ese, para nosotros, desconocido estado.
Cuando ya terminé de escribir esta entrada para el blog, guardé (usando el pretérito como los mexicanos, únicamente con el tiempo simple) los cambios por si un nuevo apagón los borraba (para posteriormente añadir las fotos y videos y publicarlo en la red), y me puse a cenar unas quesadillas de pulpo (aprovechando los restos de la cena de ayer) mientras veía el canal que le sigue al de Teveunam, el 412, llamado Aprende. Este espacio estaba retransmitiendo un programa llamado “Historias de papel”, que me recordó mucho a uno que hacían en España llamado “Aquí hay tomate”, felizmente, no por el contenido, sino por el tomate rojo que aparecía en la esquina superior derecha de la pantalla, muy parecido al símbolo de este primero: una manzana. Acababa de empezar, y esta vez hablaban sobre un escritor mexicano muy famoso llamado Jorge Ibargüengoitia y uno de sus libros más famosos: La ley de Herodes. Enseguida me sorprendí, pues se trataba del escritor que me había recomendado aquel hombre en la cafetería. Sin dudarlo, le presté atención y me fue muy grato conocer las burlescas líneas de este intelectual, uno de los objetivos en mi próxima visita a las múltiples librerías de Ciudad de México.
¡¡¡Ayyyy, valensiano!!!
ResponderEliminar