lunes, 3 de junio de 2019

Cuexcomate


Quedamos en el parque junto al volcán. Era una tarde aparentemente apacible, calmada, aletargada, liviana, cálida, seca, clemente, sosegada, hasta hirsuta. La pasividad de la gente en la plaza te daba chance de pensar en varias palabras para describir el estado de aquella colonia, Libertad. El pueblo se preparaba para las elecciones y vivía con cierta desconfianza la costumbre vespertina de las lluvias que, pese a ser ya casi junio, no llegaban.

            Era lunes, pero el museo estaba abierto. Después de comer el mixiote olla de barro que rezuma entre la piel del nopal subí los veintitantos metros de piedra oscura que presiden un lado del jolgorio de paz que marcan los hierros al óxido. Serpentear cual águila el centro del cráter más pequeño del mundo no te hace creer en que realmente haya muerto. Al final, que es el principio, el agua que corre entre las rocas asombra la sincronicidad: unión de puntos, sensaciones o llamadas que no se explican directamente pero de la que se pueden extraer interpretaciones válidas para la convivencia, el progreso humano o, al menos, la curiosidad.
            Con tales pensamientos que encauza la filosofía sentí la energía de lo que hasta hace unos años la comunidad utilizaba como basurero. La tierra que exhala recibe los despojos y estos cubren el hormiguero de luces y naguales. Por ello había concentrada una miríada de cuescos mate. La fotografía, con los años, hizo ir y venir a la chica que alguna vez conocí en el colegio. Ahora se dedica a vender dulces desordenados frente a la puerta cerrada. Tiene la esperanza de que cuando yo haga lo propio con la del volcán, volamos a entrar de juntos.






            De ahí una experiencia viva con forma de ave álgida y nombre de “presidente caballero” intrépida, feliz, segura, locuaz, sensata e ida salió. Cuexcomate.

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