Láminas en UAM |
Dentro de un mes estaré en España, así que tengo que
aprovechar el tiempo y los libros de poesía mexicana. Aquí hay más de lo
segundo que de lo primero. Tengo ganas de regresar, pero lo que México te da no
existe más allá de los volcanes. Esta ciudad es una droga. Sientes mucho más de
la salud que dejas. Vivir aquí más de un año bien merece un busto en
Chapultepec.
Clausura del Coloquio Interdisciplinario (Conrado y Angélica) |
Esta
semana se celebró el Coloquio Interdisciplinario de Historia y Literatura que
organizaron la Universidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa y El Colegio de
México. Fue un gusto poder
participar y, más aún, conocer a gente tan amable. En la UAM me pasó una de
esas cosas que esta imprevisibilidad te reserva. Resulta que en 2011 compré
unas láminas prehispánicas a un joven que las vendía en una feria de la UNAM.
Así lo contaba ya en este blog. Les gustaron mucho a mi familia y fueron un buen detalle
por el poco peso y lugar que ocupaban. El día en que fui a Iztapalapa era el
último de la Feria que había junto al edificio donde tenía lugar el Coloquio.
Por una fuerza que desconozco, aunque llegaba tarde, me acerqué al fondo de los
puestos de libros y vi las mismas láminas que me llevé hace entonces cuatro
años. Además, había nuevas. Me impactaron las Posadas en honor al reciente día
de muertos. Esta vez no estaba el artista, aunque había otra persona con la
misma gracia: Valentín. Su hermano me prometió recordarle esta historia al
artista que se exponía en, al menos, una decena de casas al sur de Europa. Me
platicó del significado de cada cuadro y, una vez más, me hizo un paquete
rebajado. “Vale más el aprecio que el precio”, dijo. Aunque podría ser una
táctica del buen vendedor, realmente se le veía el gusto de que estas obras
volvieran a cruzar el charco. Les recomiendo, una vez más, contactar con él si
quieren disfrutar de su aprecio y que otros también lo puedan hacer desde la
distancia: aldoavonza162@hotmail.com.
Encuesta en Bellas Artes, ¿qué opinan? |
El miércoles conocí a una chica que
amaba a España. Este sentimiento es común en México, pero lo que me llamó la
atención en su caso es que la pasión se debía a la poesía. Hacía varios años
que seguía a Marwan y Diego Ojeda. Allí, en su recital, nos encontramos y me regaló
una de las sonrisas que más sinceramente mostraban el gusto por las palabras
que escuchaba. Estas no eran mías, pero me las aprendí para el futuro. Así lo
hice con Joaquín Sabina. De él recite un poema a petición del taxista que me
llevaba a Coyoacán.
El jueves Evodio Escalante presentó
su libro Las metáforas de la crítica
(Gedisa, 2015) en la Librería El Sótano que hay en Metro Quevedo, junto a mi
casa. Allí conocí a un amigo del español que acababa de conocer aquella tarde
en el Colmex. Este gachupín ya casi no lo es, aunque no porque él quiera dejar
de serlo. Lleva cuatro años aquí y ha formado una familia. Lo vi feliz. Qué
gusto.
Las metáforas de la crítica |
La semana acababa con el Coloquio.
En la UAM te enseñan a cada rato, como en la UNAM. Alberto Chimal presentó su
libro Historia siniestra (Cuadrivio,
2015): dos narraciones enriquecidas por los fragmentos y las imágenes. Síganlo
en Instragram (@albertochimal) si quieren disfrutar de las posibilidades del día
a día. Allí tristemente se guardó un minuto de silencio por lo que había pasado
en Francia. Yo no sabía nada. No tenía WiFi, así que en esa espera pensé mil
cosas. La revelación fue peor que cualquier supuesto. La realidad es más
siniestra que las historias más inverosímiles. El aprecio hace tiempo que
perdió su letra primera.
Mercado de artesanías de la Ciudadela |
El fin de semana es un buen espacio
para visitar la exposición “Lecciones del 68 ¿Por qué no se olvida el 2 de octubre?” del Museo Memoria y Tolerancia o la de vanguardia
rusa “El vértigo del futuro” en el Palacio de Bellas Artes. Otra opción es
pasear por los puestos del Mercado de artesanías de la Ciudadela, junto al Metro
Balderas. Allá hay (unos bosquejos de) rebozos y unos ponchos que bien pudieran gustar a mis
abuelas. Ayer terminó el “Buen fin”: últimos días de la semana en los que los
comercios se llenan de descuentos y gente; más de lo segundo que de lo primero.
En la lavandería, no obstante, me cobraron menos de lo habitual. La mujer que
imita el acento español no estaba, así que le dije “Gracias” sin la gracia que
sí tuvo la chica que vende empanadillas de Cochinita los sábados, martes y
miércoles en la puerta del Condominio el Altillo.
El domingo en Coyoacán las familias
se juntan, varias en el mismo banco, comen algunos de los cientos de dulces que
ofrecen por la calle y miran el anochecer con la luz de su interior, ese que
abren a cara rato, a manos llenas, a pesar de pensar en las banderas. ¿Por qué
no nos olvidamos de los colores y nos centramos en los olores?
Alejandro Aura (1944) describe estas sensaciones en “Noche
en Coyoacán”:
Cae la noche en
Coyoacán
La luna, si la hay, se
asoma
y adorna el insólito
paisaje
de la plaza.
La torre de la iglesia,
con disimulo danza en
un [vuelo perfecto
de tarjeta postal.
Cómo aprovecha el ojo
que devora
esta sustancia abierta
y abundante.
¿Entonces se permiten
casuarinas,
fresnos, tronemos,
laureles y arrayanes
bajo una corona loca de
palmeras?
¿Qué desorden es éste?
Si miramos a la esquina
de la casa
de Diego de Ordaz, −que
hoy es esquina
y fue horizonte
limpio−, cata cómo
se sostiene con todo y
almas que lo alzaron
el arco del atrio de
este San Juan colosal
lleno de pobrecitos y
artesanos
a donde atracan hogaño
las naves de los enamorados.
Unos se casan de blanco
y negro
y otros se van al
parque
y se juran amor con un
dedo, con dos,
con la lengua, con el
pie,
se prometen por el
estrellado cielo
que se rebajarán las
espaldas del dolor
con ungüento de abrazos
y caricias
entre los dos, o entre
tres.
Cada quién pone el
brillo de su sueño
en lo oscuro del
jardín.
Y hablan algunas
piedras
que brotaron de debajo
de esta clara planicie
y tienen huella de la
acción del hombre.
Hablan y se lamentan en
gruesos túmulos movibles.
Las acomodan, las
tiran, las esconden, las pintan.
Pobres piedras.
Dicen otros que hay un
túnel
de la casa del
conquistador al banco,
que pasa por debajo de
El Hijo del Cuervo
y de allí a los
basamentos de San Juan
hasta la plaza de la
Conchita
bajo la casa de su
amante de don Hernán.
Doña Catalina tenía ira
y se tiraba carcajadas
mortales
porque su hombre le
hacía el amor
a la luz del día
para que todos lo
supieran
porque era su legítima
pero en el túnel se
encontraba
con el olor de la otra
y la cabalgaba
para fundar en ella,
qué cabrón.
En realidad todo esto
es cementerio,
cuando cae la noche
revive
si aparece la luna
y hace una imitación
casi perfecta de la vida.
Y mucho más (14-15).
La vida… ¡Que
dure! Y que no sea dura.
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