La Invencible |
Ahora
paso por él siempre que puedo y lo celebro inundado de estudiantes que hacen
del presente arma invencible.
(La Invencible, Vicente Quirarte, 2012:
10)
Ciudad de México sufre a
cada rato, pero pervive. Sus armas son millones de ciudadanos que, pese al
caos, mantienen la calma ante apagones, cortes de agua, atascos, retrasos,
suspensiones, aplazamientos e imprevistos. Cada rincón de la mancha urbana esconde
historias que nos curten.
El lunes fue festivo. La conmemoración del día de la
Revolución (20 de noviembre), se pasó a la primera jornada de la semana. Así
muchos aprovechamos el puente para movernos por la República o por la capital.
Chimalistac |
Chimalistac es un pequeño pueblo a espaldas de Avenida
Universidad. Tras el hormigón de los supermercados estadounidenses y el humo de
los peseros, las casas bajas combinan sus colores entre los árboles que no
entienden de otoños. Cuenta la leyenda que sobre esos adoquienes pasea Elena
Poniatowska con sus perros. Junto a la iglesia hay un guardia. Le pregunto por
la casa de la escritora. “Tóquele, es esa puertita blanca”, me contesta casi de
forma automática. Debe de estar acostumbrado a que la gente la visite. Charlo
con él de La noche de Tlatelolco. La
leemos. El vigilante hojea sus páginas, deteniéndose en las imágenes. Recuerda
aquel día, y lo que vino después. “Antes de vigilar esta zona de la señorita
Poniatowska, trabajé en Tlatelolco. Todavía hay gente que me echa en cara lo
que la policía hizo aquella tarde”, dice con la mirada huidiza. Ella no está.
Viajó a EE.UU., pero al pasear pos su calle siento la energía que sus años
transforman en historias. Hace meses estuvo en la Feria del Libro del Zócalo,
donde se formaron cientos de personas para saludarla. Yo no pude hacerlo.
Espero volver a verla. El azar también es invencible.
Víctor A. G. Córdova presenta CORDIAM. Este martes lo hará en El Colegio de México |
De Chimalistac subo a Dr. Gálvez por Miguel Ángel de
Quevedo. Allí se van engrasando los tornos que empiezan a calentar la carne al
Pastor. Un par de cuadras más arriba de la parada de Metrobús, en la esquina,
se encuentra la cantina La Invencible. Este lugar era refugio para el padre del
poeta que estudio, Quirarte. Así lo explica en su libro homónimo. La Invencible
es la cantina, es la gente y es la ciudad. Como leí, tiene las dimensiones de
un camarote de la armada española. Un gachupín fue quien la llamó así. Me
siento en una mesa desde la que veo a sus tres clientes, apoyados sobre la
barra que sirve un mesero pulido por la transparencia del tequila. Pido un
Herradura Blanco y me imagino las vidas que ahí, en día festivo, toman un
respiro. ¿De dónde vienen? ¿Qué harán después? Hablar con ellos es aprender de
México. Al salir de allí me pierdo. Empujado por las alas de San Ángel camino, sin
saber cómo, hasta Barranca del Muerto. Entonces pregunto a un faro que, ahora
sí, me lleva hasta Quevedo. Embrujado, preparo la presentación de la revista Blanco Móvil.
Al día siguiente el Museo de la Ciudad de México se llena
de poetas y música para celebrar treinta años de transgresión y la inauguración
el portal digital.
No entiendo por qué participo en esta fiesta, pero lo disfruto, aún hoy. La
gente de VersodestierrO trabaja sin descanso por la poesía. Apuestan por los
jóvenes y no sufren las dificultades de un tiempo y un espacio como este.
El miércoles me lleno de libros en la Biblioteca
Nacional. Poco a poco voy terminando de revisar la bibliografía de la tesis.
Bajo a almorzar y a ver al maestro de la Universidad de Alicante. Rovira
participa en un Simposio sobre Literatura virreinal. Escucharlo me traslada al
CeMaB. La gente lo disfruta tanto como lo hacemos sus alumnos.
Hernán Bravo Varela, Karen Chacek, Fernando de León, Mauricio Molina y Santiago en Las Hormigas |
Por la tarde Fernando de León presenta Oser Serón (Cuadrivio, 2015) en Las
Hormigas. Su hijo Santiago le hace dos preguntas: ¿cuándo escribiste esta
historia y qué te llevó a hacerlo? Responder a algo así es imposible. Pero ni
un padre decepciona a su hijo, ni un escritor desatiende a un niño. “¿Ser o no
ser? Eso es todo”, recuerda Hernán Bravo Varela la traducción que Tomás Segovio
hizo de Shakespeare. Vencer es ir y ser.
Al día siguiente Víctor Toledo reúne a decenas de jóvenes
para compartir la cosmovisión que ha traducido de Osip Mandelshtam en La piedra en la historia. Cuesta creer
que en la sala se encuentra Fernando del Paso. La guitarra española y la
sonrisa rusa rezan por la vida.
Nadia Borislova, Verónica Volkow y Víctor Toledo en la Casa-Museo León Trotsky |
Torneo de Poesía |
El viernes fui al Archivo del INBA en la Plaza de Santo Domingo. Allí me hice con todas las referencias que sobre Vicente Quirarte se han publicado en prensa desde 1978. Traté de digitalizarlas, para no cargar con todo el peso del papel, pero en la UNAM no hay ningún escáner para el alumno. Por la tarde me enseñó mucho Fernando Fernández en la
librería Rosario Castellanos de Condesa. En vísperas ya del Encuentro Internacional de Poesía de la Ciudad de México y de la 29º Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la ciudad se
prepara para una fiesta.
El sábado se celebró la semifinal del Torneo de Poesía“Adversario en el cuadrilátero”. En la explanada el Palacio de Bellas Artes la gente rodeaba el ring donde los jóvenes tenían tres
minutos por asalto para expresarse y convencer a tres jueces de que merecen
estar el 5 de diciembre en la final del Centro Cultural de España en México. La
poeta Hortensia Carrasco fue la árbitra. La organización de VersodestierrO
contó con la vigente campeona, Joe de la Rosa, que defendía el título mientras
cuidaba que los comentarios de Gustavo Alatorre se escucharan entre el barullo
de una tarde en la Alameda Central.
Insurgentes es una palabra bellísima: en plural,
terminado en gentes, del sur. También es una de las avenidas que cruzan la
ciudad. Sus decenas de quilómetros vertebran el cuerpo que atravesamos cada
día, como dice Luis Miguel Aguilar en su poema “Insurgentes”:
Insurgentes |
Entre todas las calles de
las calles
(Y a cada cual su calle
diferente)
Nunca habrá para mí calle
que calle
La predilecta calle de
Insurgentes.
Insurgentes, Insurgentes,
para quienes
No tuvimos nunca padre
Fuiste una segunda madre;
Fuiste una segunda madre
Con el corazón de asfalto,
Una vena lumínica y
profunda,
Un camellón por todo lo
perenne
Y sueños muy posibles en
cada alto.
Insurgentes, cada incursión
en tu mundo
Es de tal modo un tour
Ignorado de dicha y de miedo
Que ya me has visto llevar
el pasaporte.
(Por cierto, yo me quedo
Con Insurgentes Sur,
Les dejo todo el Norte.)
Cada quince minutos
Cambia una cuadra fragorosa
de Insurgentes
Dejando algún local
irresoluto
Que ya será otra cosa al mes
siguiente.
Insurgentes, mi amor,
Mi piel de vidrio, mi albor,
Mi Vésper de motor,
Mi noche en llamas:
Te vas, te vas, te vas
Con otras gentes
Si te dejo de ver una
semana.
Efímera Insurgentes.
Entre todas las calles de
las calles
Sólo una hay diferente.
Nadie transita dos veces por
la calle
Dada a la fuga perpetua de
Insurgentes.
(El minuto difícil. Poemas reunidos 1979-2007,
2009: 238-239)
Estos días, insurgentes cortaron el agua en todo el
condominio. Un cartel a la entrada avisaba de las obras que cambiarían unas
tuberías que tienen ya cerca de cincuenta años. El WiFi y la televisión tampoco
funcionan bien. Sin embargo, estos son minucias comparadas con los obstáculos
que se encuentra un minusválido en México. Las rampas no existen. Tampoco las
aceras planas. Al salir del metro un muchacho en silla de ruedas se agarra a la
barandilla de la estrecha escalera mecánica que, por suerte, esta vez sí
funciona. Sin embargo, el último tramo que da acceso a la calle tiene otras
tantas escaleras, estas manuales, convencionales. Sin verse vencido en ningún
momento, agradece que cuatro personas lo alcen. He aquí las verdaderas
procesiones. Vivir aquí, a veces, no es tan difícil.
Albañiles, plomeros, electricistas... esperan trabajo junto a la Catedral del Zócalo |
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