El patio de mi casa |
En 2011 abrí este blog para contar cómo
iba el penúltimo semestre en una casa de estudios que no era la mía, la Universidad
Nacional Autónoma de México. Entonces tenía veinte años, ardientes ganas de
conocer el país y su gente, de poner por escrito la nueva experiencia para que
en casa pudieran leer y ver algunas fotos del lugar. Quería que si alguien
hacía el mismo intercambio pudiera saber algunas rutas y sensaciones que se
viven al estudiar fuera.
La
calentura sigue igual. Terminó aquel año y pude volver un par de veces más para
estudiar un doctorado en poesía mexicana. Gracias a Carmen Alemany, en
Alicante, y a Vicente Quirate, en México, me enganché. Ahora regreso para una
estancia posdoctoral con Alejandro Palma en la Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla. Podré trabajar entonces con el Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea, que cumple diez años.
Hay una feria de libros en el centro |
Aventura
viene de «advenire» y significa lo que va a venir; ya sea por un lance extraño,
una casualidad, una empresa de resultado incierto o con riesgos, así como una
relación amorosa ocasional. La continuidad de este blog ya no se debe a algo
puntual o novedoso, sino que conecta lo que ocurrió con el presente. Mantiene
intacta la emoción y la sorpresa. Además, ya no es una «aventura» en DF (ni tan
siquiera ya es DF), pues partiré de Puebla para dar algunas notas del viaje y
esperar que cualquiera pueda vivir México.
Lo
primero que vi al aterrizar fue una inesperada claridad en el aire. Hasta
entonces llegaba de noche y me sobrecogía la infinidad de luces extensibles
entre los volcanes. La ciudad de México, aparentemente tranquila, esperaba el
final del año. El aeropuerto estaba a tope, sin embargo, el servicio de
autobuses fluía y ganaba, me parece, en comodidad. Un compañero me permitió hacer
una llamada con su celular. Llegaba a 4 poniente con Estrella Roja por unos 300
pesos. En 2011, pensaba los pesos en pesetas, 100 eran 1000, más o menos. 1000
pesetas eran unos seis euros. Siete años después 100 pesos son unos cuatro euros
y medio.
El obispo español Juan de Palafox y Mendoza frente al Paseo Bravo |
Catedral de Puebla |
En
mi pequeño departamento hay (por orden de importancia) cocina, baño y salón,
desde el que sube una escalerilla insomne que da a la cama. Los techos son
altos y la madera está también despierta. Caminando por Avenida Reforma,
después de unas cuadras, se llega a la BUAP. La Facultad de Filosofía y Letras
se encuentra en el centro y se reparte en varios edificios (el rosa, de Lingüística;
el verde, de historia; el azul, de Posgrado). Recorro este mapa cartesiano con
la familia mexicana que ya me acoge. Empezaremos las clases el 2 de enero:
lunes y miércoles con la licenciatura, investigación literaria; y ese mismo miércoles
algunos seminarios de experimentalidad poética con la maestría y el doctorado.
A diferencia de la capital de México, Puebla (al menos en su centro) se
organiza como un tablero de ajedrez. Se llega fácilmente a cualquier parte y
las dimensiones, de momento, no se cruzan. Me calma esta distribución en una
experiencia que tiene que ver con lo experimental. No sabemos el resultado del
ejercicio, pero lo intuimos. El Popocatépetl preside una zona agitada por el
reciente desastre y el inminente trajín político.
Pianista en La Casa del Mendrugo |
Cerca
del mismo Zócalo está La Casa del Mendrugo, un antiguo almacén de alimentos que
han reabierto para el negocio y la cultura. Puedes comer lo que quieras, es
buffet: desde quesadillas de huitlacoche (el hongo del maíz) a los tamales (que
anuncian desde el amanecer por la cuadratura urbana) del famoso mole poblano. Allí
hay un piano que toca alguien que tuvo que ver con Tomás Segovia, poeta que
nació en Valencia en 1927 y que murió en México en 2011. Una especie de piñata
navideña con forma de alebrije representa a la estatua de la libertad
convertida en catrina.
Mercado de sabores poblanos |
Otra
opción para comer es el Mercado de
sabores poblanos, frente al de Venustiano Carranza. Las familias se juntan
en domingo para coger fuerzas en los últimos coletazos del año. Cruzando la
imponente catedral y serpenteando un par de calles se llega a Cinemex. Quería
ver Perfectos desconocidos, con
Cecilia Suárez, y en el cine Colonial me enteré que se daba otras películas.
Nunca conseguí información de la Cinemateca Luis Buñuel, así que me metí en una
sala por menos de 50 pesos (unos dos euros) con una docena de personas que, como yo, no aguantaban de buen grado
tantos y tan malos anuncios. La historia dirigida en México por Manolo Caro es
la misma que la que hace meses hizo Álex de la Iglesia en España (versión que partía de la italiana de Paolo Genovese): un eclipse
deja correr el vino en una cena donde conocemos a los personajes a través de
los teléfonos móviles que se encuentran en el centro de la mesa y no dejan de
recibir calenturientos mensajes. La actriz que protagoniza La casa de las flores hace que no sufras el cambio horario, aunque apenas
haya cambios en los detalles de la argumentación. Pese a parecer otra sin ese
peculiar acento de la serie de Netflix, es única a la hora de terminar las
frases y de controlar los tonos paralelos a un riquísimo lenguaje no verbal que
focaliza en su cara.
Por
YouTube, el otro día escuché a Verónica Corona en El Colegio Nacional leer una conferencia sobre la violencia contra las mujeres
que tituló «Fuego amigo». Esto que podría parecer un oxímoron es la energía que
nos acompaña dentro. Sacarla fuera depende del tacto y del tiempo.
¡Feliz
año nuevo!
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