México es agua y es reflejo natural |
Conocí a Mike en
2011. Chucho (al que echo mucho de menos) y yo pasamos un fin de semana
memorable en Morelos, en su casa. Ahí tocaba las rolitas del maestro Sabina.
Ahora trabaja en Cancún (cuyo significado maya es “nido de serpientes”). Toca
cada noche y enseña la necesidad de la música. Fui a visitarlo.
Volví a volar con VivAerobus. Pese a
la mala fama de la compañía, todo fue bien. Por 3.000 pesos (algo más de 150 €),
te llevan y te traen, casi a la hora que prometen. El aeropuerto festeja los goles de América. Pese a ello, Pumas logra clasificarse para la final del torneo doméstico. En dos horas, un mar lunar y
con azules hipnóticos nos recibía. Fui al departamento de mi carnal, donde
conocí a sus compañeros. Es un gusto aprender del diseño como forma de vida.
Playa del Carmen |
En España ya era mi cumpleaños. Aquí
no, todavía quedaban un par de horas, pero lo festejamos de igual modo. La
buena música y la mejor vibra me hicieron recordar la compañía de mi carnal
pamplonica.
Quinta Avenida: Navidad en manga corta |
Al día siguiente fui a Playa del
Carmen. La central de autobuses de Cancún no queda muy lejos de la Plaza de Toros, donde
se ubicaba el depa de Mike. Ado te lleva en hora y media por 62 pesos (unos
tres euros). El mar no queda lejos de la central de allá. La quinta avenida
vertebra todos los bares, restaurantes y tiendas, paralelas a la costa. En la
calle 28 está Mamitas, un famoso rincón para bañarse y bailar.
Atardecer maya |
Comí unos tacos de pulpo en la
Fishería. Riquísimos. Entre semana hay promociones en cócteles. La arena de
Cancún parece harina. Se queda, tan fina, pegada en los pies. Entre las hamacas
se escucha la canción más famosa de Sabina. Y antes de que nos den las diez y las once…, veo un espectáculo
de bailes prehispánicos junto a las esculturas mayas que presiden la entrada,
frente a Juárez.
Espectáculo prehispánico |
Valladolid (Yucatán) |
Al día siguiente vamos a Valladolid,
ciudad fundada en 1543. Solo nos dan diez minutos para ver la iglesia y el
Palacio Municipal, pues la policía no deja que los autobuses estacionen más
tiempo en la plaza. Los murales y la tranquilidad oxigenan un cambio de altitud
que algunos defeños todavía sufren.
Cenote |
Nos bañamos en un cenote, en el agua
dulce de un pozo natural de más de miles de años. ¿Cuánto es eso? Nadie parece
saberlo, pero la cifra impresiona. También las vistas. El sol entra a mediodía.
Mike dice que estamos sobre un queso Gruyère.
Hay más de tres mil quinientas perforaciones de este tipo en Yucatán.
El guía, Celso, nos explica que
Yucatán significa “no te entiendo” en maya. Cuenta la leyenda que los españoles
llegaron aquí sin saber dónde estaban. Lo preguntaron y le contestaron eso, que
no conocían su lengua. Ellos creyeron que este era el nombre del lugar. Y así
perdura.
La “aldea maya” que nos prometieron
es una cooperativa de artesanías que esta población reúne ahí para que los
turistas compren. Al parecen antes había muchos accidentes porque cada quien
ofrecía sus trabajos en la carretera. Nos dan 25 minutos para comprar. Y yo me
acuerdo de Valladolid.
Chichén Itzá |
Chichén Itzá (“en la boca del poso
de la serpiente”) es el destino del miércoles. Mi amigo Mike me llevó a conocer
a don Pedro (en el Mercado 28), quien organiza tours para cancunenses. Los
precios son bajos y es posible pasar todo el día viendo las ruinas, comiendo
cochinita pibil y sopa de lima. La séptima maravilla del mundo es de visita
obligada. No es una base piramidal para sacrificios humanos, sino para observar
el cielo. Los mayas lo hacían muy a menudo. Así sabían lo que iba a ocurrir,
aunque no les importaba más que el presente. Los 91 metros cuadrados de este
edificio de piedra forman las curvas de una serpiente en el solsticio de
verano. Esto simboliza el inicio de las lluvias, de las cosechas.
Dividen al grupo en dos. Unos 45
reciben la explicación en inglés. Solo quince lo hacemos en español. Nos
platican de la belleza e importancia de este santuario de las estelas. Luego
nos dan tiempo libre. Nos citan a las 4:30 h. para regresar. Veo el reloj y
casi es la hora. Así que voy a visitar las excavaciones que todavía están
haciendo. Salgo a buscar el autobús. No lo veo. Llamo a don Pedro, con quien
contraté el tour. No me alarmo, pero me inquieta no saber dónde está el resto.
Ya pasan de y media. Don Pedro me ayuda mucho. Me pide que espere mientras él
habla con la compañía. Entonces caigo en que es una hora menos en esa parte de
Cancún. Olvidé cambiar la hora del móvil, pensando que se ajustaría
automáticamente. Le digo a don Pedro que ya está todo resuelto y me disculpo.
Qué desastre. Entro de nuevo a disfrutar de la serpiente. Ya atardece.
Pastor |
Uno llega molido de estas
excursiones, doce horas después. Unos buenos tacos al pastor (con sus
correspondientes chelas) sirven para conciliar el sueño.
Al día siguiente, de nuevo a las 7,
nos recogen para visitar el sur de México. Esta vez vamos a Cobá (“aguas
negras”), unas pirámides menos famosas que las del día anterior, pero igualmente
recomendables.
Llegando a Cobá |
El lugar se ubica en la pura selva. Los
típicos juegos de pelota parecen no serlo tanto. Cada guía explica de forma
distinta cosas distintas. Aquí disfrutamos de las pruebas de Silvestre. Él nos
demuestra para qué sirven realmente estos edificios: lugares de observación. De
estudio y análisis de la cosmovisión maya. Para llegar a la gran pirámide hay
unos dos kilómetros. Cobá cuenta con triciclos que te llevan y te traen (viaje
redondo) por 120 pesos (seis euros). También podemos rentar unas bicicletas por
45 pesos (algo más de dos euros).
Subimos a lo alto de la pirámide,
entre árboles. Sorprende la vista. Solo se aprecia selva. Infinitamente verde.
Ni rastro de la laguna que preside la entrada al parque, donde nos dejó el
autobús y donde nos recoge. Visitamos un cenote cerca de allí. Hay gente de
Málaga y el agua está más fría. Este es cubierto y no se colapsa tanto. Al ser
temporada de lluvias, no hay demasiados turistas. En Cancún está todo muy
organizado. La lluvia parece esperar hasta la noche. Para no molestar.
Comemos junto a la laguna. Hay
cochinita pibil una vez más. Es el plato típico de Yucatán. También podemos
servirnos pasta, arroz, frijoles (siempre), verdura y pollo envuelto en hojas
verdes, a modo de tamal. A la salida subimos a la camioneta de regreso. En
frente, en la orilla, a diez metros de nosotros, hay un cocodrilo. No nos habíamos
dado cuenta. Nos vamos de allí rápidamente.
Tulum |
Llegamos a Tulum a una hora de que
cierren. Al guía parece no gustarle mucho este lugar. Sin embargo, nos explica
la forma de vida de los mayas, su forma de alertar a los barcos de los
arrecifes de coral. El agua tiene un color único aquí. No nos cansamos de ver
la típica postal del Caribe. A la salida cruzamos unos manglares. Cerca de ahí
venden cocos fríos.
Me preguntan algo del parque. No lo
entiendo. Mi cara debe de hacerles saber que también soy turista. Y se
disculpan por haberme confundido con un trabajador de allí. Dicen que me
malinterpretaron por mi chaleco.
Galaxsea Band Cancún |
Four Tweenty |
Regreso para escuchar a los Galaxsea
Band Cancún, donde toca Mike. Me despido de mis amigos y disfruto de haber
podido visitar estos lugares, cuatro años después de que lo intentara. Ya
saben, si van a Cancún, la empresa de don Pedro, EcoTours, permite visitar
ambas rutas por unos 1.000 pesos (poco más de cincuenta euros).
Entre el pasaporte estaba la tarjeta
migratoria que completé en el avión al llegar a México hace tres meses. Me
dijeron que la necesitaba para regresar a España, que no la perdiera. Y sin embargo…, lo hice. Temí no poder
volver a casa. Luego pensé que debería ir a Migración, en Polanco. En 2011 hice
como media docena de viajes hasta allá. Qué bueno que haya una oficina en el
aeropuerto donde te dan una nueva tarjeta por 320 pesos (algo más de 15 euros,
ahora mismo, pues el cambio está en máximos históricos). Y qué bueno que este domingo el equipo universitario tenga opción de darle la vuelta al marcador en contra que trae con Tigres. ¡Gooooya!
Aterrizando en DF (Chapultepec y Reforma) |
Es el día de Guadalupe. No paran los
tiros. La gente venera a la virgen morena. Vengo de la lavandería. La dueña ya no se rio de mi acento. Me dijo que me acordara de las mexicanas. Por fin vi a Poniatowska, pude saludarla y regalarle al policía de su calle La noche de Tlatelolco. Voy preparando la maleta y despidiéndome de
esta gente dos veces única.
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