lunes, 4 de febrero de 2019

Tepoztlán


Tepozteco

Esta semana, con motivo de la Constitución, en México fue festivo el día de hoy, lunes; de modo que después de ver Antígona Mestiza en el Complejo Cultural de la BUAP, tras ejercitar el extrañamiento en literatura que es la vida, visitar la Casa de la Cultura, ver dónde nació Elena Garro, recorrer el Barrio de Artista en el centro de Puebla y gozar del trabajo del fotógrafo Rodrigo Moya en la exposición que inauguró el 2 de febrero, pasé unos días en Tepoztlán, tierra mágica de la Chamana.

Casa de la Cultura de Puebla
           

Volví a visitar a Rosi y Elena, de la peluquería de la 19 Sur. La primera me acompañó a la parada del camión que va a Bosques de San Sebastián. Mientras me dijeron que les habían salido muy ricas las lentejas, con chorizo que no sea picoso, para las y los peques de la casa. Esta vez hablamos de la fideuá, que seguramente sea arroz a banda, por lo difícil que está encontrar fideos para este platillo. Tomaron nota varias veces, a falta del codiciado azafrán.
            En la 17 Sur pasan los camiones que van al Complejo Cultural Universitario. En una hora te deja de aquel lado y tú ya puedes cruzar la carretera por el puente que amaga con dirigirse al Popo en estado de alerta amarilla. De pronto el cruce serpentea a una serie de edificios que van construyéndose mientras cae la tarde. Apenas hay gente para ver la obra de teatro Antígona Mestiza, de Lucero Troncoso, con la dirección de Mayho Moreno. Contra pronóstico de quienes esperan a que den las 19:05, la sala se llena, con entradas de 50 pesos (40, para gente de la BUAP; unos dos euros). «Este es teatro de a de veras», dice alguien que viene de la ciudad de México. El escenario es una tela blanca con arrugas que llegan hasta los pies inmóviles del público en algo más de una hora. Una sola actriz es la protagonista, Male Villegas y Sahain Cortés. Su monólogo se vale de una silla torcida, un cuchillo que se hinca en la madera y un celular que enlaza con las proyecciones de sus mensajes, de su monólogo ante el vacío de las redes. La historia recuerda a la de Sara Uribe en la recuperación de los testimonios de quienes sufren la desaparición de seres; sin embargo, el cruce con las nuevas tecnologías ofrece una nueva interpretación para el mito clásico que, en mi opinión, ganaría aún más si la retransmisión fuera realmente en vivo con personajes ajenos al teatro como, por ejemplo, seguidores de la cuenta del CCU BUAP. De esta manera se fusionarían las comunicaciones y las reacciones más allá de un público que obviamente enmudece.

Teatro Principal en el Barrio de Artista de Puebla

Casa de Elena Garro
            Está vacía y cierra a las 21 h., pero Casa de los muñecos, del mismo CCU, es la mejor opción para comer una sopa tortilla o camarones con mango y mole poblano. Cocinan los panecillos ahí mismo, traen queso y pueden untarse con generosa y casera mantequilla de tamarindo. Estos suculentos platos, por no más de 200 pesos, unos diez euros, pasar de 8 a 16 h. en clase, de la fábula a Zurita y sus acciones de arte. Pedimos un texto donde se ponga de manifiesto o no el extrañamiento de Shklovski. Hay estudiantes que coinciden en camiones con historias memorables, en objetos volantes que caen del cielo rumbo a Morelos. Tales imágenes se pueden advertir cerca de la casa de Elena Garro (una de las sorpresas, todavía tristemente con poco más que una reciente placa, que no viene en internet, como el Museo de Carlos Pellicer en Tepoztlán) en la Casa de la Cultura, donde media decena de exposiciones fusionan pintura, escultura y fotografía; arte que domina desde hace más de sesenta años Rodrigo Moya. Con la curadora Laura González presenta su exposición «México (1955-1968)», series de fotografías en blanco y negro de la capital en esa transformación que no tenía que ver con el avance y el crecimiento sino con la marginalidad y el estado de ánimo del anonimato de hormigas gregarias que no pican, más o menos así las describe su autor, un auténtico cronista del envés del día a día. Hasta el 4 de mayo en el Museo Amparo.


Casa de los muñecos

Rodrigo Moya y Laura González en el Museo Amparo


Pirámide del Tepozteco
            El sábado llegamos a Tepoztlán desde Puebla. En dos horas Airbnb nos renta una casa en Águilas 14, frente al cerro en el que Chavela Vargas conectó con la tierra a la que ha ido a parar. Realmente existe esa energía. Pese a que no hay agua caliente, las dimensiones y los tiempos se solapan. Una iglesia tétrica entre el Mercado y varios centros de masaje toca once veces por la noche. Pasados unos minutos que pueden ser horas, de nuevo toca las once, aunque no todo el mundo la oye. Las piernas vibran más que el estómago, que disfruta de chicharrón prensado, itacates o sabroso pulque. Subir al cerro no es fácil en domingo, el día gratuito (el resto, 45 pesos). Miles de personas, sin exagerar, forman colas de a siete en rocas que parecen estar ahí por otra fuerza. La gravedad existe, mas no mueren perros que caen por las raíces de sombras y zopilotes. La pirámide deja ver los valles, la vida y el camino que nos conduce. El cuerpo está hecho polvo, aunque ofrecen de todo en la hora de camino. El alma ya se junta con la polución y la supera.
             En 2011 pude disfrutar de Morelos gracias a Mike. Nos acogió en el jaripeo y las mojigangas que te transportan a otra dimensión frente al cerro. Entonces escribía Tepotzlán y no Tepoztlán. Tenía ganas de volver y fue posible ahora con un entrañable grupo que toca hondo. Buscábamos las puertas de la pirámide, allá en lo alto, desde la pozolería Las Hormigas.
            Vuelvo a Puebla feliz por cómo se forma el concepto de patria en estas tierras, según el director del Fondo de Cultura Económica Taibo II en la adaptación de su obra para el documental de Netflix. Como llora Chavela.



En un par de días presentamos con Alejandro Higashi y Eva Castañeda el número 23 de la revista América sin Nombre, dedicada a la Madurez de la joven poesía mexicana. A las 19 h. en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia.



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