Tepozteco |
Esta semana, con
motivo de la Constitución, en México fue festivo el día de hoy, lunes; de modo
que después de ver Antígona Mestiza
en el Complejo Cultural de la BUAP, tras ejercitar el extrañamiento en
literatura que es la vida, visitar la Casa de la Cultura, ver dónde nació Elena
Garro, recorrer el Barrio de Artista en el centro de Puebla y gozar del trabajo
del fotógrafo Rodrigo Moya en la exposición que inauguró el 2 de febrero, pasé unos
días en Tepoztlán, tierra mágica de la Chamana.
Casa de la Cultura de Puebla |
Volví a visitar a Rosi y Elena, de
la peluquería de la 19 Sur. La primera me acompañó a la parada del camión que
va a Bosques de San Sebastián. Mientras me dijeron que les habían salido muy
ricas las lentejas, con chorizo que no sea picoso, para las y los peques de la casa.
Esta vez hablamos de la fideuá, que seguramente sea arroz a banda, por lo
difícil que está encontrar fideos para este platillo. Tomaron nota varias
veces, a falta del codiciado azafrán.
En la 17 Sur pasan los camiones que
van al Complejo Cultural Universitario. En una hora te deja de aquel lado y tú
ya puedes cruzar la carretera por el puente que amaga con dirigirse al Popo en
estado de alerta amarilla. De pronto el cruce serpentea a una serie de
edificios que van construyéndose mientras cae la tarde. Apenas hay gente para
ver la obra de teatro Antígona Mestiza, de
Lucero Troncoso, con la dirección de Mayho Moreno. Contra pronóstico de quienes
esperan a que den las 19:05, la sala se llena, con entradas de 50 pesos (40,
para gente de la BUAP; unos dos euros). «Este es teatro de a de veras», dice
alguien que viene de la ciudad de México. El escenario es una tela blanca con
arrugas que llegan hasta los pies inmóviles del público en algo más de una
hora. Una sola actriz es la protagonista, Male Villegas y Sahain Cortés. Su
monólogo se vale de una silla torcida, un cuchillo que se hinca en la madera y
un celular que enlaza con las proyecciones de sus mensajes, de su monólogo ante
el vacío de las redes. La historia recuerda a la de Sara Uribe en la
recuperación de los testimonios de quienes sufren la desaparición de seres; sin
embargo, el cruce con las nuevas tecnologías ofrece una nueva interpretación
para el mito clásico que, en mi opinión, ganaría aún más si la retransmisión
fuera realmente en vivo con personajes ajenos al teatro como, por ejemplo,
seguidores de la cuenta del CCU BUAP. De esta manera se fusionarían las
comunicaciones y las reacciones más allá de un público que obviamente enmudece.
Teatro Principal en el Barrio de Artista de Puebla |
Casa de Elena Garro |
Está vacía y cierra a las 21 h.,
pero Casa de los muñecos, del
mismo CCU, es la mejor opción para comer una sopa tortilla o camarones con
mango y mole poblano. Cocinan los panecillos ahí mismo, traen queso y pueden
untarse con generosa y casera mantequilla de tamarindo. Estos suculentos platos,
por no más de 200 pesos, unos diez euros, pasar de 8 a 16 h. en clase, de la
fábula a Zurita y sus acciones de arte. Pedimos un texto donde se ponga de manifiesto
o no el extrañamiento de Shklovski. Hay estudiantes que coinciden en camiones con
historias memorables, en objetos volantes que caen del cielo rumbo a Morelos.
Tales imágenes se pueden advertir cerca de la casa de Elena Garro (una de las
sorpresas, todavía tristemente con poco más que una reciente placa, que no
viene en internet, como el Museo de Carlos Pellicer en Tepoztlán) en la Casa de
la Cultura, donde media decena de exposiciones fusionan pintura, escultura y
fotografía; arte que domina desde hace más de sesenta años Rodrigo Moya. Con la
curadora Laura González presenta su exposición «México (1955-1968)», series de
fotografías en blanco y negro de la capital en esa transformación que no tenía
que ver con el avance y el crecimiento sino con la marginalidad y el estado de
ánimo del anonimato de hormigas gregarias que no pican, más o menos así las
describe su autor, un auténtico cronista del envés del día a día. Hasta el 4 de mayo en el Museo Amparo.
Casa de los muñecos |
Rodrigo Moya y Laura González en el Museo Amparo |
Pirámide del Tepozteco |
El sábado llegamos a Tepoztlán desde
Puebla. En dos horas Airbnb
nos renta una casa en Águilas 14, frente al cerro en el que Chavela Vargas
conectó con la tierra a la que ha ido a parar. Realmente existe esa energía. Pese
a que no hay agua caliente, las dimensiones y los tiempos se solapan. Una iglesia
tétrica entre el Mercado y varios centros de masaje toca once veces por la
noche. Pasados unos minutos que pueden ser horas, de nuevo toca las once, aunque
no todo el mundo la oye. Las piernas vibran más que el estómago, que disfruta
de chicharrón prensado, itacates o sabroso pulque. Subir al cerro no es fácil
en domingo, el día gratuito (el resto, 45 pesos). Miles de personas, sin
exagerar, forman colas de a siete en rocas que parecen estar ahí por otra
fuerza. La gravedad existe, mas no mueren perros que caen por las raíces de
sombras y zopilotes. La pirámide deja ver los valles, la vida y el camino que
nos conduce. El cuerpo está hecho polvo, aunque ofrecen de todo en la hora de camino.
El alma ya se junta con la polución y la supera.
Vuelvo a Puebla feliz por cómo se
forma el concepto de patria en estas tierras, según el director del Fondo de
Cultura Económica Taibo II en la adaptación de su obra para el documental de Netflix.
Como llora Chavela.
En un par de días
presentamos con Alejandro Higashi y Eva Castañeda el número 23 de la revista América sin Nombre, dedicada a la Madurez de la joven poesía mexicana. A las 19
h. en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia.
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