miércoles, 23 de noviembre de 2011

23/11/11 MORELOS

Esta semana he ido cerrando planes que me propuse al llegar a México: visita al Colegio San Ildefonso, fin de semana en Morelos y paseo por la Casa Azul de Frida Kahlo.

Autorretrato de Ron Mueck en el Colegio de San Ildefonso

Amigo de Mueck muerto en la colchoneta
El martes, aprovechando la ausencia del profesor de francés y que las clases de inglés ya habían terminado, fui al Colegio de San Ildefonso con unos amigos. Allí, además de la esperada exposición “Hiperrealismo de alto impacto” de Ron Mueck (esculturas hiperrealistas del artista australiano), había unas acuarelas y una selección de videos de Marilyn Manson (“The path of misery”), unas fotografías y videos realizados de 1983 a 2009 por Gerardo Suter llamada “DF penúltima región” y la colección “Sol y sombras de la fotografía moderna mexicana” a cargo de Manuel Álvarez Bravo, Agustín Jiménez y Luis Márquez. La primera era la gran expectación del edificio que se colocaba tras el Templo Mayor, en el centro histórico. Millones de personas habían visitado ya las esculturas hiperrealistas del australiano. Los martes la entrada es libre, por lo que nos ahorramos los 45 pesos (2´70 euros) que vale normalmente. Muchos eran los escolares y extranjeros (como nosotros) que recorrían las trece piezas. La primera se trataba de un autorretrato del propio autor, y también era la que aparecía en todos los comerciales de su exposición, que estará unos meses más aquí. Esta escultura sería diez veces más grande que lo normal. La escala nunca es real, Mueck siempre trata de conmover al espectador con distintos tamaños. Un hombre desnudo y solitario en una barca, una pareja abrazada, un pollo inerte colgado del techo y un negro con una herida en la barriga fueron las que más me impresionaron; sin embargo, la que más tiempo estuve observando fue la que cerraba el ciclo: un bañista con lentes oscuras tumbado en una colchoneta verde con los brazos desplegados. Al parecer, este personaje era un amigo al que Ron Mueck quería dedicar una de sus obras; no obstante, el primero murió y el segundo colocó la escultura, ya acabada, en lo alto del muro, simbolizando un altar. Los guías te explicaban la escultura de cada sala. Al salir de esta última disfrutamos de un video donde se explicaban las técnicas y el proceso que seguía este paciente escultor.

Acuarela de
Marilyn Manson
En el segundo piso vimos las acuarelas de Marilyn Manson, muy semejantes al artista. Su biografía y unos oscuros videos te presentaban una de las múltiples facetas de esta peculiar personalidad.

Las fotografías sobre México mostraban una ciudad masificada, contaminada, oscura…; y a la vez una naturaleza rica, variada y propia. Cada una te sugería algo, mi preferida fue la de “Pescador de nubes”, donde un hombre transportaba sobre su hombro una red “de agujeros” en la azotea de un edificio. Esta imagen me recordó mucho a unos versos del cantar mexicano (1528) que popularizó Miguel León Portilla (investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México) en Visión de los vencidos y que tienen que ver con la conquista:
Pescador de Nubes

Golpeábamos en tanto los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo,
pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos…

Los últimos días del sitio de Tenochtitlán, Ángel Mª Garibay

Tras esta visita, llegué muy cansado a la última clase de inglés. Más aún a la posterior lección de salsa.

Foro educativo UNAM-CHINA 2011
El miércoles aproveché para ir a la lavandería. Mientras regresaba cargado de húmedas bolsas del Walmart (aquí todavía dan bolsas de plástico en los supermercados) y me disponía a subir a la terraza a tender la ropa (es entonces cuando me alegro de vivir en un cuarto), pensaba que quizá fuera una de las últimas veces en hacer este recorrido. En tres semanas tendré una lavadora en España, pero dejaré de tener muchas otras cosas de México. Lo que sí hice por última vez (o eso espero) es recoger el dinero que mi familia me envía a través de Santander envíos en la delegación de Tacubaya. Seguidamente, en francés salí a la “silla eléctrica”, práctica muy divertida en la que un alumno se sienta en la mesa del profesor y responde a modo de entrevista (siempre en francés) a las preguntas que le plantea el resto de la clase. Abandoné el salón un poco antes de que terminara la clase, a quince minutos para la una (como dicen los mexicanos), pues tenía clase de Filología Hispánica y no quería llegar tarde a la reprimenda que la profesora nos dio tras echas un vistazo a los exámenes. Casi lo hago, pues me entretuve en el foro UNAM-China que había instalado en el pórtico de la facultad de Derecho y Filosofía y Letras, ambas unidas. Pasadas las 14:00 salí del salón 106 y me acerqué rápidamente a la cafetería para comer chayote relleno y papas a la mexicana. El examen final de inglés acababa de empezar. No me quería demorar mucho, pero necesitaba comer algo. La prueba no fue tan larga como el parcial de meses atrás y me salió bastante bien. Estos profesores me han enseñado más (sin pagar ni un peso) que todos los que he tenido en España.

Poema del Libro de Alexandre de Ériq Sáñez
El día siguiente acabamos de comentar algunos pasajes de los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en Literatura Mexicana Novohispana. Antes de Literatura Española Medieval tuve una hora libre, por lo que fui a la Biblioteca Central (en la única donde puedo sacar libros, tres como máximo), junto a la Facultad de Filosofía y Letras. No llevé a cabo mi propósito, los libros que necesitaba (Vida de Santa María egipciaca e Historia de la Lengua Española) estaban en la planta baja ─por lo que me ahorraba subir las escaleras de los once pisos de esta, ya que ocupar uno de los dos ascensores que hay es un trámite muy costoso)─ pero por inventario, toda esa área permanecía inaccesible durante la semana. Cada vez que vengo a esta maravilla arquitectónica ocurre algún imprevisto. De este modo, me fui al salón 103, donde finalmente expuse “a la española” (sin títeres, ni disfraces) mi fragmento del Libro de Alexandre ─conquista de Sudrata─ (tres semanas después de lo imaginable). La profesora me interrumpió a mitad. El tráfico la hizo llegar tarde. Al final, hablé con el mester de clerecía que la semana anterior había recitado el poema que tanto me llamó la atención. Gustosamente me dio una copia.


Narcotráfico para inocentes. El narco en
México y quien lo U.S.A.
, de
El Fisgón
Cuando me dirigía a la puerta de la facultad, donde habíamos quedado los de inglés para comer y despedirnos después de un curso tan bueno, me encontré con “El Fisgón” (Rafael Barajas), el autor de un libro (Narcotráfico para inocentes. El narco en México y quien lo U.S.A.) que presentaba en el salón 205 a las 12:00. Ya conocía esta noticia por los numerosos carteles que había visto a primera hora de la mañana (y por un aviso que nos dio un alumno interrumpiendo la clase de Literatura mexicana), pero por solapamiento me fue imposible acercarme; como me ocurre con múltiples y variados actos que se celebran en esta maravillosa universidad. Sin pensarlo me hice con un ejemplar por 140 pesos (8,40 euros). Ya me había fijado en esta portada tan peculiar en algunas librerías de Quevedo, pero esta vez tuve la oportunidad de que el autor me lo dedicara con una caricatura.

Fuimos a comer al Bene, un barecito que hay junto a la UNAM, saliendo por economía. El menú de 43 pesos (2,58 euros) incluía consomé, arroz y guisado (como la mayoría de estas económicas ofertas). Fueron tres horas muy agradables, platicando sobre las diferencias entre España y México; y debatiendo porqué a los españoles nos es tan difícil pronunciar y aprender inglés. También conversamos sobre el servicio en México, una obligación para los varones mayores de edad que extraen bola negra en un sorteo. Es similar al servicio militar que años atrás se hacía en España, solo que en este país aún perdura, es únicamente los fines de semana y puedes librarte si la bola que sacas es de color blanco. Antes de regresar a casa nos tomamos (es curiosa la variedad semántica que presenta este verbo) una foto que dedicaríamos al día siguiente a nuestros queridísimos profesores.

Clase de inglés
El viernes empezaba un largo fin de semana, ya que el lunes sería fiesta por la conmemoración de la Revolución mexicana. Después de despedirnos de estos estudiantes de Letras inglesas que han hecho su servicio social con nosotros, me fui a preparar la maleta para visitar Morelos, un estado todavía desconocido para mí. A las 17:00 agarré un pesero por 3 pesos (18 céntimos) en metro Copilco dirección Tasqueña directo por Eje 10. Mi carnal montó en él cuando pasamos por Bodegas Aurrerá (una comercial mexicana mucho más barata que el gringo Walmart). El tráfico que nos encontramos para llegar a la central de autobuses del sur nos hacía presagiar que tardaríamos en llegar a Cuautla, donde nos recogería nuestro amigo Mike. Ya en el mostrador para adquirir los boletos nos dimos cuenta de que había dos tipos de camiones: uno que tardaba dos horas y otro tres (con un tres no muy claro). La diferencia eran 72 pesos; pero el barato no salía hasta las 18:30. Eran las 17:35, así que nos fuimos donde la mayoría de la gente, en el de 112 pesos (6,72 euros). Valió la pena: el autobús tenía sanitario (que usé nada más llegar), asientos espaciosos, una película sobre Charles Dickens y media docena de palometas que revoloteaban sobre la pantalla. Tardamos lo previsto, y mi amigo estaba puntual donde acordamos para llevarnos de Cuautla a su pueblo, Zacualpan. Aquella noche conocimos a todos con los que desfilaríamos al día siguiente en las mojigangas de Tepotzlán. Tomamos unos curados (bebida típica de esta región: casera, sin gas y muy parecida al pulque, aunque menos espesa) de guayaba y zarzamora en una plaza de jaripeo donde se monta a un toro para ver quien aguanta más sus brincos.


A la mañana siguiente nos paramos (levantamos) a las 06:30, había que bañarse y llegar al camión que nos llevaría (gratis) a Tepotzlán. Como mi amigo pertenece a la “Comparsa Zacualpan Mágico”, desfilamos mi cuate español y yo junto al resto de mexicanos en las mojigangas: fiesta de disfraces del encuentro cultural. Había dos temáticas: ajedrez (en la que mis compañeros iban disfrazados de piezas del famoso tablero) y calaveras (a la que pertenecíamos). Nos dejaron un cómodo traje naranja y una trabajada calavera. Durante dos horas estuvimos bailando al son de la banda de música que nos acompañaba en todo momento. Fue muy chido hacerse fotos con los turistas que a allí se acercaron (pues no sospechaban que se fotografiaban con un enmascarado turista). Esto parece que llamó la atención de unos reporteros que llevaban a cabo un programa para Senderos Televisión, ya que nos hicieron una breve entrevista. Aquí les dejo el video (salimos en el minuto 6), un recuerdo muy bueno de nuestro paso por México y por la bellísima Tepotzlán.


Volcán nevado desde la ventana del camión que nos llevaba a Tepotzlán
Al acabar el desfile en la plaza central, comimos los tradicionales itacates (tortas de maíz triangulares con crema y queso), quesadillas de huitlacoches (hongo de maíz que tiene muchas proteínas, según una mexicana con la que compartíamos mesa) y de cecina (carne salada muy fina de res). El sol hizo que nos bebiéramos rápidamente las aguas locas (aguardiente con Tang) que nos acompañaban durante todo el desfile; así que nos refugiamos a la sombra para ver el desfile de chinelos (parodia de los españoles del siglo XVII y XVIII que vestían de terciopelo negro y con una narigona máscara). Si nosotros pasamos calor y vimos poco, no quiero imaginar cómo les fue a estos. Antes de subir al autobús que nos “llevaría” (y uso comillas porque no nos llevó) de nuevo a Zacualpan, paseamos por las empinadas y adoquinadas calles estrechas que había bajo el colosal Tepozteco (pirámide prehispánica que ha sido devorada por la vegetación casi por completo, a excepción del común templo de la parte superior). A ambos lados de la calzada había instalados puestecillos de artesanías típicas de la región. En la puerta de una tienda que hacía esquina, un grupo de jóvenes e ingeniosos músicas llamados “Orquesta Basura” daba un concierto mientras atardecía. Sus instrumentos, todos ellos fabricados a partir de materiales reciclados, sonaban muy bien mientras hacíamos la ola. A las 18:00 subimos al autobús y a las 21:00 nos bajamos sin llegar a Zacualpan, una patrulla de federales nos detuvo. Al parecer el camión no tenía licencia para circular por aquella ruta. No sé si pensaron que era robado o que hacíamos algo peligroso (lejos de lo peligroso que fue vernos desfilar aquella tarde), el caso es que nos obligaron a parar y a esperar otro autobús que tuviera licencia. La multa para el conductor no debió ser muy baja. Afortunadamente, unos amigos de Mike nos recogieron en su camioneta y nos llevaron a un baile en el pueblo vecino a Zacualpan. Aquí disfruté de algo que llevaba tiempo queriendo ver: un jaripeo (parecido al rodeo). Quince toros presentaban la velada en una plaza muy parecida a la que visitamos en nuestra primera noche en Morelos. Esta vez estaba llena. Los focos prendidos y la simpatía de los allí presentes me permitieron observar de cerca cómo los valientes vaqueros mexicanos aguantan el equilibrio sobre estos coléricos animales. Fue muy curioso presenciar cómo la gente bailaba en plena noche (sin despojarse de sus sombreros) en la tierra que unía la fiesta del jaripeo y los dos escenarios (uno a cada lado) de un enorme recinto donde el sanitario (usado cada vez por menos a medida que pasaban las horas) costaba 5 pesos (30 céntimos) ─más que el metro─. El Comander (cantante de narcocorridos) era el encargado de hacer sonar la banda que se escuchaba mientras todos bailábamos en parejas.

Popocatepetl desde la presa de Zacualpan

El día siguiente lo dedicamos a visitar una antigua hacienda, y una presa desde la que se vislumbraba muy bien el volcán Popocatepetl, esta vez sin nieve. Me enamoré de esta maravilla que no pude atisbar semanas atrás en Cholula. Muchas veces las nubes o la fumarola que con asiduidad echa impiden su visión. Por suerte, el cielo este fin de semana siempre estuvo despejado. Aquel domingo comimos riquísimas chuletas de cerdo (después de entender que los pollos no tenían tales huesos) cocinadas a la barbacoa mientras un torno giraba de forma monótona a la vez que nuestra boca se hacía agua. Por la noche cantamos 19 días y 500 noches de Sabina, La Flaca de Jarabe de Palo y una serie de canciones que mi cuate Mike tocaba con su guitarra en la marquesina de su rancho, toda ella llena de preciosas flores. Me gustó mucho su casa, y sobre todo su pueblo; vivir junto al Popo, en una zona tan tranquila y junto a unos mexicanos tan agradables debe ser muy padre.

Popocatepetl a las 07:00 con los culpables de mi temprano despertar
No muy tarde nos fuimos a la cama. Antes de dormir me puse el despertador a las 05:30 para ver amanecer junto al Popocatepetl. Sin embargo, no hizo falta que sonara. A las 05:00 al igual que en Oaxaca meses antes, el quiquiriquí de los gallos me despertó. Me abrigué y caminé por las oscuras calles hasta la carretera central, perpendicular al volcán. El sol no tardó en hacerse hueco entre este y la mujer tumbada (otro Volcán, que según cuenta la leyenda es la mujer de Popocatepetl). El tiempo se me pasó muy rápido. Ver aquel paisaje iluminarse poco a poco mientras un humo salía de la parte más alta de esta preciosidad fue una muy buena manera de empezar el día y de despedirme a la vez de Zacualpan. Tras comer unas quesadillas de longaniza y chicarrones (piel y grasa del puerco) agarramos el camión que nos llevaría de nuevo a casa, pues DF ya es nuestro hogar.

Casa Azul de Frida Kahlo
El día siguiente, aproveché que el profesor de francés se ausentó de nuevo para visitar la Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán. Por 70 pesos (4,20 euros) entré en la que fue la morada durante un tiempo de esta maniática y contagiosa artista y me hice con una audioguía que explicaba todo al detalle (ambas cosas por el mismo precio, 35). La mexicana, que se casó con el famoso muralista Diego Rivera, tenía un espejo en el techo de su lecho para retratarse, pues una grave enfermedad la impidió andar al final de su vida. La cocina era prehispánica; por lo visto le encantaba elaborar y degustar platillos tradicionales con materiales y herramientas que ya no se fabrican. Las fotos en el interior del museo estaban prohibidas, a menos que pagases los 60 pesos (3,60 euros) de la licencia. Ya que estaba en aquella zona, muy cerca de mi casa, intenté ir al museo Diego Rivera Anahuacalli (donde puedes entrar gratis después de visitar el museo de su esposa), a unas cuantas cuadras; sin embargo, abren de miércoles a domingo. El de León Trosky estaba algo más lejos, así que decidí caminar hacia casa para llegar a tiempo a las clases de salsa. De regreso me topé con una librería nueva. Aquí compré un libro sobre las profecías mayas que sé que le encantará a una muy buena amiga de mi pueblo (Villena). A la hora de pagar, el dependiente sacó una ruleta (como las de los casinos) y me pidió que lanzara la bolita cuando él la hiciera girar. El número que saliera (del 1 al 10) sería el porcentaje que me descontaría. Si salía el 0, el 50%. Me salió el 10.

Después de la agotadora jornada, que terminó con una muy divertida clase de salsa, cené salmón, pues había bajado el precio de los normales 189 pesos (11´34 euros) el kilo, a 159 (9,54 euros). En la televisión reconocí a una cocinera mexicana muy famosa de la que ya me había hablado días atrás mi compañera de departamento; se trataba de Mónica Patiño, una chef que posee varios restaurantes y boutiques que pienso visitar para llevar mermelada de guayaba y compota de mango que sé que a les encantará a mis padres.

Esta mañana visité el Tianguis de libros de la UNAM, cada semana hay algo nuevo. Compré unas láminas que fabrican en el Museo de Antropología. Al salir por la Facultad de Economía hice lo propio con unos libros para mi hermano. No sé dónde meteré tanto libro y regalo; pues cada vez tengo más, contando con el que me obsequió una muy buena compañera de Filología Hispánica sobre el Centro Histórico de la Ciudad de México. La fecha del examen de esta última asignatura será el martes 13 de diciembre, por lo que no tendré mucho tiempo para viajar antes de regresar. No obstante, los recuerdos y lo aprehendido ya no me los quita nadie.

Esta semana terminan las clases, así que hacer trabajos y estudiar será una de mis ocupaciones.

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