miércoles, 30 de noviembre de 2011

30/11/11 FIN DE SEMESTRE

Hoy es el último día del penúltimo mes que estaré en México. El semestre terminó, y ya solo queda tiempo para acabar trabajos finales y prepararnos para los exámenes (lo otro que hemos venido a hacer aquí).
Tianguis de libros UNAM

El jueves pasado me despedí de Enrique Alberto Flores Esquivel, mi profesor de Literatura Mexicana I (novohispana). Pese a empezar quince días más tarde por aquel solapamiento de horarios, no hizo falta utilizar la semana de reposición para recuperar clases atrasadas. Acabamos con la lectura de “Crítica de la pirámide” de Posdata de Octavio Paz, un libro en el que se plasma muy bien el contraste entre el México actual y su historia. Seguidamente me acerqué al tianguis (mercado) de libros de la UNAM, junto a la Biblioteca Central. Allí compré unas cuantas láminas de motivos prehispánicos hechas a mano con arena de mármol. El chico las manufactura para el Museo de Antropología (donde todavía tengo que ir), el precio era de 70 pesos (4,20 euros) en el museo y 50 (3 euros) en el mercado. Finalmente, como su obra iba a cruzar el charco y me iba a llevar bastantes, me las dejó a 35 pesos (2,10 euros). Aquí les dejo el correo de este artista por si alguien visita México: aldoavonza162@hotmail.com. Pienso que es el regalo perfecto: artesanal, económico y fácil de transportar junto a la computadora. Mientras me hacía con unos libritos “de a 10 pesos (60 céntimos)” de Frida Kahlo, Gandhi, náhuatl, mitología maya y azteca… en este mismo espacio, un compañero de la clase siguiente me recomendó la novela más triste que leería jamás: Clemencia, del mexicano Ignacio Manuel Altamirano. Al final de la que se suponía que era la última clase de Literatura Española Medieval, le dejé el libro de Naranja dulce, limón partido a mi profesora María Teresa Miaja de la Peña para que se lo dedique a mi sobrino Héctor, pues ella es la que la que coordinó este tipo de refranes y canciones populares mexicanas. Por la tarde fui al Cenote Azul, el hostal donde dormí en México al principio de llegar (http://www.elcenoteazul.com/cenote_azul.html). Esta vez no dormí, estuve con una amiga mientras esperaba a mis cuates de Colombia, País Vasco, México, Argentina, Francia… Queríamos reunirnos para organizar los viajes tras acabar los exámenes. Aunque yo termino el 13 de diciembre mi último examen y regreso a España el 19, me gustó escuchar los destinos de estos: Cancún, Playa del Carmen, Chiapas, San Luis Potosí, Cuba, Guatemala, Honduras… Sin duda es una muy buena oportunidad, estando en este céntrico país, para conocer zonas que desde la península sería impensable o mucho más caro. Yo aún no tengo claro qué haré, seguramente me quede en el distrito conociendo todos los rincones que todavía desconozco y me llaman la atención (Museo de Antropología, Monumento a la Revolución, Museo de El Chopo, Palacio de Bellas Artes, Museo de Diego Rivera, Museo de León Trotsky, Estadio Azteca, Castillo de Chapultepec, MUAC, Universum…). Otra opción es visitar zonas menos lejanas como San Luis Potosí, Chiapas, Taxco (donde quiero comprar plata barata), Querétaro, Toluca, Veracruz… Hay tantas cosas que hacer y ver en México que necesitarías tres vidas para disfrutar de todo.

Pozole casero en "La gaseosa", es mucho más apetitoso de lo que parece
El viernes fue un día temido por muchos, yo entre ellos. Nos daban las criticadas notas de los exámenes de Filología Hispánica I. Saqué un 7. Parecerá que no está tan mal, pero en México 6 es la nota mínima para aprobar, 5 suspenso (o reprobado, como dicen aquí) y la mía es una nota que deja mucho que desear. Espero mejorar en el examen final, pues tengo la suerte de que no hace promedio, si saco un 10 me quedo con él (lo mismo ocurre con el 5). Después de despedirme de la profesora (con la que he aprendido muchísimo) y de que esta me firmara el Diccionario de Mexicanismos que compré la tarde anterior en Fondo de Cultura por 420 pesos (unos 25 euros según lo devaluado que está actualmente el peso mexicano) ─40 pesos (2,40 euros) menos que en la adosada Gandhi─, me acerqué al CELE (Centro de Estudiantes de Lenguas Extranjeras) para examinarme oralmente de francés. Esta prueba sí que me salió bastante bien. Había terminado el semestre oficialmente. Así que fuimos a la gaseosa (la popular y acogedora morada de mis cuates madrileños) para que una amiga mexicana (la que nos recibió en Oaxaca meses atrás) nos enseñar a hacer pozole (uno de los platillos típicos mexicanos). ─La comida en México es variada y rica. Esta gente no solo come burritos (como parece desde Europa por las múltiples cantinas mexicanas). Al llegar aquí conoces realmente porqué es una de las mejores gastronomías del mundo─. La preparación de este guiso, a priori, parecía sencilla: hervir agua en una olla grande (para unas 10-12 personas) con aceite sal y ajo; seguidamente se añade el maíz pozolero, cebolla picada, carne de res entera (con hueso y todo, para que dé sabor), y chile seco triturado. Hay que tapar el recipiente una vez que se retira la grasilla que suelta la cocción. A los 20 minutos se extrae la carne para desmigajarla y deshuesarla. De este modo se puede comer con tortillas secas y guacamole muy cómodamente. Sin duda, Potzollcalli (la franquicia de pozole más común de México, donde lo probé por primera vez), debería aprender de mi amiga. Le quedó buenísimo. Por la tarde se celebraba la tradicional y censurada fiesta de fin de semestre en la Facultad de Ciencias Políticas (la más alejada de Ciudad Universitaria). Por los problemas y la multitud de estudiantes y no estudiantes que aquí se acercaban debió suspenderse. Se rumoreaba que la hacían cerca del Estadio Azteca, pero creo que también se canceló.

Pastor del Señor Taco (nótese la semejanza con el kebap y los adornos
navideños que inundan cada rincón de la Ciudad de México)
Fruto de esto último, el sábado madrugué para ir al mercado del Eje 10 (teniendo en cuenta que las decenas entran en mi consideración de este verbo). Aquí compré una boina por 40 pesos (2,40 euros) ─para el frió que ha empezado a hacer esta semana─ y rompope ─licor de café y vainilla típico de Veracruz─. Hablando de esta costa este, comí con mis compañeros de departamento en el Señor Taco de Insurgentes. Mi carnal Lucero regresaba a Granada hoy miércoles, por lo que la despedimos entre frijoles charros ("las lentejas mexicanas": caldo de frijoles ─alubias─ muy grandes y oscuros, tocino, chorizo y chile), sopas aztecas (mi favorita), tacos de pastor y cecina. Por 500 pesos (30 euros) comimos, bebimos y degustamos como postre unas milhojas (acabo de entender la composición de tal palabra mientras la escribía, pienso que por primera vez en mi vida), nada comparables a las de la Pastelería Francesa de mi pueblo. Saliendo de esta abarrotada taquería, nos acercamos al comercio de enfrente y del que estuvimos hablando mientras comíamos junto a la ventana. Se trataba de una licorería llamada Cata de Vinos donde primaban los chilenos Cabernet Sauvignon y los Rioja, Tempranillo, Somosierra, Rueda de España. Al ser sábado había una enorme paella de marisco en el mostador. La ración de 10 kilogramos valía 180 pesos (10,80 euros), y te regalaban una botella de vino blanco. Platicando con la dependienta, supe que el chef era asturiano y que estaban buscando a alguien que preparar tortillas de patata. Yo me ofrecí, pero como solo me quedan tres semanas acá… ni modo.

El domingo me refugié en casa del frío del fin de semana, y que todavía hoy miércoles perdura (con temperaturas de 2 y 3 grados). Tenía que hacer el trabajo sobre los epítetos del Cid, tema aconsejado por mi filóloga madrileña. “El Cid” es el apodo que recibo de Daniel, el mexicano que viene los miércoles junto con Tere y la pequeña Dulce Estefanía a poner en orden el departamento. Este fue el que con sus programas informáticos impidió que mi computadora continuara apagándose. Para despejarme un poco de tanto estudio, me acerqué por la tarde a la Monumental (la plaza de toros más grande del mundo). Quería comprar unas cosas para mi amigo Kike.

Antes de dormir, repasé algunos de los más de 40 dossieres de francés que José Luis nos ha ido repartiendo a lo largo de estos cuatro meses para que los alumnos nos turnáramos a la hora de sacar copias. De esta manera, por poco más de 100 pesos (6 euros) tuvimos 90 minutos diarios para aprender la lengua gala (una de las de mi cuñada).

Mi biblioteca en México (no sé cómo llevaré todo esto a España)
El examen del día siguiente fue fácil. Escribimos una carta a una supuesta amiga canadiense a la que le contábamos lo que hacíamos a lo largo de la semana. Quizá podía haber traducido una entrada de este blog. Comí en El ciruelo, una taquería de Copilco, junto a la que fue mi profesora de inglés. El menú de 50 pesos (3 euros) estaba compuesto de crema de chayote (aguacate con espinas), arroz rojo, cecina con chilaquiles (como nachos/totopos calientes) verdes (con tomate y no jitomate, que es rojo) y postre. Lo pasé muy bien platicando en este decorado restaurante, mientras un “trío de dos” tocaba; lástima que la chimenea no estuviera encendida. Al salir compré una guía de la UNAM en una de las librerías de la universidad con el propósito de conocer todo lo que me falta durante estas semanas. También me hice con Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia, un libro de cocina mexicana vegetariana y uno de mitología maya. Algo me sacó de onda este día: resulta que compré el día anterior el Diccionario del náhuatl en el español de México, coordinado por Carlos Montemayor, en la Librería Novo que hay junto a mi casa, en Avenida Universidad. El precio era de 200 pesos (12 euros). Pese a descontar el 10% que aplican en todos los libros, pensé que era algo caro tratándose de México y de algo usado. Sin embargo, me lo llevé; tengo curiosidad por esta lengua indígena y por el glosario de refranes y voces populares que incluye al final. Al día siguiente, en la librería de la UNAM me pareció verlo en lo alto de una estantería. No quise conslutar el precio, pues ya lo tenía en casa; no obstante lo hice y me enojé al ver los 148 pesos que marcaba. Además, era una edición corregida y aumentada, nuevo y con la credencial se quedaba en 110 (25% de descuento, en algunos libros UNAM te hacen hasta el 50%). Hoy lo compré después de cambiar el anterior por otros viejos de ese importe. ¡Aguas (cuidado)!: muchas veces resulta más económico ser estudiante UNAM que comprar en librerías de viejo.

Ayer estuvimos en la casa de unos cuates, junto a metro Lázaro Cárdenas. Era el cumpleaños de un amigo argentino (de Córdoba) y le hicimos una fiesta “sorpresa”, pues, como nos comentó, ya se lo olía. Lo pasamos muy bien comiendo y bailando, nunca a Shakira (pues los colombianos la odian). El cumpleañero marcha el viernes para Cuba por 200 euros (ida y vuelta), así que me despedí por si no lo vuelvo a ver. En este lujoso departamento vive Erica, una de las chicas junto a las que celebraré el cumpleaños el fin de semana del 9 al 11 de diciembre en Cuernavaca. El 10 es el derbi español por antonomasia (Real Madrid-Barcelona). Nunca pensé que no me fuera a importar perderme este partido.

Hoy tuve el último examen de francés, el de comprensión escrita. Se trataba de cuatro textos sobre: Les jumeaux de Céline Dion ont un prénom y los escritores Mariétou Mbaye Bileoma, Claudette Charbonneau-Tissont y Félix Molitor. El viernes nos darán las calificaciones. Saliendo por el pasillo que comunica la UNAM con metro copilco, vi numerosos carteles de actividades que conmemoraban el centenario de Cantinflas. Agarré un pesero dirección Taxqueña directo por Eje 10 y fui a casa de mi carnal. ─"Directo" quiere decir que no se andan con rodeos, que sigue la ruta más corta, pero para las veces que haga falta y en los lugares que sea necesario para recoger y dejar a los pasajeros.─ Habíamos quedado para pasarnos las fotografías de nuestra aventura. Pronto nuestros caminos se separarían y esto no podía pasar sin compartir estos inolvidables recuerdos.

Esta semana mi familia recibió algunas postales que les envié hace unos veinte días. Platiqué con mi familia francesa, la madre de mi cuñada me dio envidia después de contarme los viajes que está haciendo su hija pequeña por Chile y Brasil, pues está de intercambio en Mendoza (Argentina). Creo que estas becas son una oportunidad que nadie debería desaprovechar.

El viernes posiblemente vaya a la ópera con mi profesora de inglés. El sábado es la mítica Adrianfest, y antes nos acercaremos al zócalo, pues se inaugura la pista de patinaje sobre hielo y se enciende el tradicional árbol de navidad de más de 50 metros. El domingo da un concierto Britney Spears gratuito en el Monumento a la Revolución (http://www.radioformula.com.mx/notas.asp?Idn=210303).

Los días que se avecinan están plagados de las malditas despedidas. Espero que no lo sean para siempre y algún día pueda volver a ver a toda esta gente.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

23/11/11 MORELOS

Esta semana he ido cerrando planes que me propuse al llegar a México: visita al Colegio San Ildefonso, fin de semana en Morelos y paseo por la Casa Azul de Frida Kahlo.

Autorretrato de Ron Mueck en el Colegio de San Ildefonso

Amigo de Mueck muerto en la colchoneta
El martes, aprovechando la ausencia del profesor de francés y que las clases de inglés ya habían terminado, fui al Colegio de San Ildefonso con unos amigos. Allí, además de la esperada exposición “Hiperrealismo de alto impacto” de Ron Mueck (esculturas hiperrealistas del artista australiano), había unas acuarelas y una selección de videos de Marilyn Manson (“The path of misery”), unas fotografías y videos realizados de 1983 a 2009 por Gerardo Suter llamada “DF penúltima región” y la colección “Sol y sombras de la fotografía moderna mexicana” a cargo de Manuel Álvarez Bravo, Agustín Jiménez y Luis Márquez. La primera era la gran expectación del edificio que se colocaba tras el Templo Mayor, en el centro histórico. Millones de personas habían visitado ya las esculturas hiperrealistas del australiano. Los martes la entrada es libre, por lo que nos ahorramos los 45 pesos (2´70 euros) que vale normalmente. Muchos eran los escolares y extranjeros (como nosotros) que recorrían las trece piezas. La primera se trataba de un autorretrato del propio autor, y también era la que aparecía en todos los comerciales de su exposición, que estará unos meses más aquí. Esta escultura sería diez veces más grande que lo normal. La escala nunca es real, Mueck siempre trata de conmover al espectador con distintos tamaños. Un hombre desnudo y solitario en una barca, una pareja abrazada, un pollo inerte colgado del techo y un negro con una herida en la barriga fueron las que más me impresionaron; sin embargo, la que más tiempo estuve observando fue la que cerraba el ciclo: un bañista con lentes oscuras tumbado en una colchoneta verde con los brazos desplegados. Al parecer, este personaje era un amigo al que Ron Mueck quería dedicar una de sus obras; no obstante, el primero murió y el segundo colocó la escultura, ya acabada, en lo alto del muro, simbolizando un altar. Los guías te explicaban la escultura de cada sala. Al salir de esta última disfrutamos de un video donde se explicaban las técnicas y el proceso que seguía este paciente escultor.

Acuarela de
Marilyn Manson
En el segundo piso vimos las acuarelas de Marilyn Manson, muy semejantes al artista. Su biografía y unos oscuros videos te presentaban una de las múltiples facetas de esta peculiar personalidad.

Las fotografías sobre México mostraban una ciudad masificada, contaminada, oscura…; y a la vez una naturaleza rica, variada y propia. Cada una te sugería algo, mi preferida fue la de “Pescador de nubes”, donde un hombre transportaba sobre su hombro una red “de agujeros” en la azotea de un edificio. Esta imagen me recordó mucho a unos versos del cantar mexicano (1528) que popularizó Miguel León Portilla (investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México) en Visión de los vencidos y que tienen que ver con la conquista:
Pescador de Nubes

Golpeábamos en tanto los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo,
pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos…

Los últimos días del sitio de Tenochtitlán, Ángel Mª Garibay

Tras esta visita, llegué muy cansado a la última clase de inglés. Más aún a la posterior lección de salsa.

Foro educativo UNAM-CHINA 2011
El miércoles aproveché para ir a la lavandería. Mientras regresaba cargado de húmedas bolsas del Walmart (aquí todavía dan bolsas de plástico en los supermercados) y me disponía a subir a la terraza a tender la ropa (es entonces cuando me alegro de vivir en un cuarto), pensaba que quizá fuera una de las últimas veces en hacer este recorrido. En tres semanas tendré una lavadora en España, pero dejaré de tener muchas otras cosas de México. Lo que sí hice por última vez (o eso espero) es recoger el dinero que mi familia me envía a través de Santander envíos en la delegación de Tacubaya. Seguidamente, en francés salí a la “silla eléctrica”, práctica muy divertida en la que un alumno se sienta en la mesa del profesor y responde a modo de entrevista (siempre en francés) a las preguntas que le plantea el resto de la clase. Abandoné el salón un poco antes de que terminara la clase, a quince minutos para la una (como dicen los mexicanos), pues tenía clase de Filología Hispánica y no quería llegar tarde a la reprimenda que la profesora nos dio tras echas un vistazo a los exámenes. Casi lo hago, pues me entretuve en el foro UNAM-China que había instalado en el pórtico de la facultad de Derecho y Filosofía y Letras, ambas unidas. Pasadas las 14:00 salí del salón 106 y me acerqué rápidamente a la cafetería para comer chayote relleno y papas a la mexicana. El examen final de inglés acababa de empezar. No me quería demorar mucho, pero necesitaba comer algo. La prueba no fue tan larga como el parcial de meses atrás y me salió bastante bien. Estos profesores me han enseñado más (sin pagar ni un peso) que todos los que he tenido en España.

Poema del Libro de Alexandre de Ériq Sáñez
El día siguiente acabamos de comentar algunos pasajes de los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en Literatura Mexicana Novohispana. Antes de Literatura Española Medieval tuve una hora libre, por lo que fui a la Biblioteca Central (en la única donde puedo sacar libros, tres como máximo), junto a la Facultad de Filosofía y Letras. No llevé a cabo mi propósito, los libros que necesitaba (Vida de Santa María egipciaca e Historia de la Lengua Española) estaban en la planta baja ─por lo que me ahorraba subir las escaleras de los once pisos de esta, ya que ocupar uno de los dos ascensores que hay es un trámite muy costoso)─ pero por inventario, toda esa área permanecía inaccesible durante la semana. Cada vez que vengo a esta maravilla arquitectónica ocurre algún imprevisto. De este modo, me fui al salón 103, donde finalmente expuse “a la española” (sin títeres, ni disfraces) mi fragmento del Libro de Alexandre ─conquista de Sudrata─ (tres semanas después de lo imaginable). La profesora me interrumpió a mitad. El tráfico la hizo llegar tarde. Al final, hablé con el mester de clerecía que la semana anterior había recitado el poema que tanto me llamó la atención. Gustosamente me dio una copia.


Narcotráfico para inocentes. El narco en
México y quien lo U.S.A.
, de
El Fisgón
Cuando me dirigía a la puerta de la facultad, donde habíamos quedado los de inglés para comer y despedirnos después de un curso tan bueno, me encontré con “El Fisgón” (Rafael Barajas), el autor de un libro (Narcotráfico para inocentes. El narco en México y quien lo U.S.A.) que presentaba en el salón 205 a las 12:00. Ya conocía esta noticia por los numerosos carteles que había visto a primera hora de la mañana (y por un aviso que nos dio un alumno interrumpiendo la clase de Literatura mexicana), pero por solapamiento me fue imposible acercarme; como me ocurre con múltiples y variados actos que se celebran en esta maravillosa universidad. Sin pensarlo me hice con un ejemplar por 140 pesos (8,40 euros). Ya me había fijado en esta portada tan peculiar en algunas librerías de Quevedo, pero esta vez tuve la oportunidad de que el autor me lo dedicara con una caricatura.

Fuimos a comer al Bene, un barecito que hay junto a la UNAM, saliendo por economía. El menú de 43 pesos (2,58 euros) incluía consomé, arroz y guisado (como la mayoría de estas económicas ofertas). Fueron tres horas muy agradables, platicando sobre las diferencias entre España y México; y debatiendo porqué a los españoles nos es tan difícil pronunciar y aprender inglés. También conversamos sobre el servicio en México, una obligación para los varones mayores de edad que extraen bola negra en un sorteo. Es similar al servicio militar que años atrás se hacía en España, solo que en este país aún perdura, es únicamente los fines de semana y puedes librarte si la bola que sacas es de color blanco. Antes de regresar a casa nos tomamos (es curiosa la variedad semántica que presenta este verbo) una foto que dedicaríamos al día siguiente a nuestros queridísimos profesores.

Clase de inglés
El viernes empezaba un largo fin de semana, ya que el lunes sería fiesta por la conmemoración de la Revolución mexicana. Después de despedirnos de estos estudiantes de Letras inglesas que han hecho su servicio social con nosotros, me fui a preparar la maleta para visitar Morelos, un estado todavía desconocido para mí. A las 17:00 agarré un pesero por 3 pesos (18 céntimos) en metro Copilco dirección Tasqueña directo por Eje 10. Mi carnal montó en él cuando pasamos por Bodegas Aurrerá (una comercial mexicana mucho más barata que el gringo Walmart). El tráfico que nos encontramos para llegar a la central de autobuses del sur nos hacía presagiar que tardaríamos en llegar a Cuautla, donde nos recogería nuestro amigo Mike. Ya en el mostrador para adquirir los boletos nos dimos cuenta de que había dos tipos de camiones: uno que tardaba dos horas y otro tres (con un tres no muy claro). La diferencia eran 72 pesos; pero el barato no salía hasta las 18:30. Eran las 17:35, así que nos fuimos donde la mayoría de la gente, en el de 112 pesos (6,72 euros). Valió la pena: el autobús tenía sanitario (que usé nada más llegar), asientos espaciosos, una película sobre Charles Dickens y media docena de palometas que revoloteaban sobre la pantalla. Tardamos lo previsto, y mi amigo estaba puntual donde acordamos para llevarnos de Cuautla a su pueblo, Zacualpan. Aquella noche conocimos a todos con los que desfilaríamos al día siguiente en las mojigangas de Tepotzlán. Tomamos unos curados (bebida típica de esta región: casera, sin gas y muy parecida al pulque, aunque menos espesa) de guayaba y zarzamora en una plaza de jaripeo donde se monta a un toro para ver quien aguanta más sus brincos.


A la mañana siguiente nos paramos (levantamos) a las 06:30, había que bañarse y llegar al camión que nos llevaría (gratis) a Tepotzlán. Como mi amigo pertenece a la “Comparsa Zacualpan Mágico”, desfilamos mi cuate español y yo junto al resto de mexicanos en las mojigangas: fiesta de disfraces del encuentro cultural. Había dos temáticas: ajedrez (en la que mis compañeros iban disfrazados de piezas del famoso tablero) y calaveras (a la que pertenecíamos). Nos dejaron un cómodo traje naranja y una trabajada calavera. Durante dos horas estuvimos bailando al son de la banda de música que nos acompañaba en todo momento. Fue muy chido hacerse fotos con los turistas que a allí se acercaron (pues no sospechaban que se fotografiaban con un enmascarado turista). Esto parece que llamó la atención de unos reporteros que llevaban a cabo un programa para Senderos Televisión, ya que nos hicieron una breve entrevista. Aquí les dejo el video (salimos en el minuto 6), un recuerdo muy bueno de nuestro paso por México y por la bellísima Tepotzlán.


Volcán nevado desde la ventana del camión que nos llevaba a Tepotzlán
Al acabar el desfile en la plaza central, comimos los tradicionales itacates (tortas de maíz triangulares con crema y queso), quesadillas de huitlacoches (hongo de maíz que tiene muchas proteínas, según una mexicana con la que compartíamos mesa) y de cecina (carne salada muy fina de res). El sol hizo que nos bebiéramos rápidamente las aguas locas (aguardiente con Tang) que nos acompañaban durante todo el desfile; así que nos refugiamos a la sombra para ver el desfile de chinelos (parodia de los españoles del siglo XVII y XVIII que vestían de terciopelo negro y con una narigona máscara). Si nosotros pasamos calor y vimos poco, no quiero imaginar cómo les fue a estos. Antes de subir al autobús que nos “llevaría” (y uso comillas porque no nos llevó) de nuevo a Zacualpan, paseamos por las empinadas y adoquinadas calles estrechas que había bajo el colosal Tepozteco (pirámide prehispánica que ha sido devorada por la vegetación casi por completo, a excepción del común templo de la parte superior). A ambos lados de la calzada había instalados puestecillos de artesanías típicas de la región. En la puerta de una tienda que hacía esquina, un grupo de jóvenes e ingeniosos músicas llamados “Orquesta Basura” daba un concierto mientras atardecía. Sus instrumentos, todos ellos fabricados a partir de materiales reciclados, sonaban muy bien mientras hacíamos la ola. A las 18:00 subimos al autobús y a las 21:00 nos bajamos sin llegar a Zacualpan, una patrulla de federales nos detuvo. Al parecer el camión no tenía licencia para circular por aquella ruta. No sé si pensaron que era robado o que hacíamos algo peligroso (lejos de lo peligroso que fue vernos desfilar aquella tarde), el caso es que nos obligaron a parar y a esperar otro autobús que tuviera licencia. La multa para el conductor no debió ser muy baja. Afortunadamente, unos amigos de Mike nos recogieron en su camioneta y nos llevaron a un baile en el pueblo vecino a Zacualpan. Aquí disfruté de algo que llevaba tiempo queriendo ver: un jaripeo (parecido al rodeo). Quince toros presentaban la velada en una plaza muy parecida a la que visitamos en nuestra primera noche en Morelos. Esta vez estaba llena. Los focos prendidos y la simpatía de los allí presentes me permitieron observar de cerca cómo los valientes vaqueros mexicanos aguantan el equilibrio sobre estos coléricos animales. Fue muy curioso presenciar cómo la gente bailaba en plena noche (sin despojarse de sus sombreros) en la tierra que unía la fiesta del jaripeo y los dos escenarios (uno a cada lado) de un enorme recinto donde el sanitario (usado cada vez por menos a medida que pasaban las horas) costaba 5 pesos (30 céntimos) ─más que el metro─. El Comander (cantante de narcocorridos) era el encargado de hacer sonar la banda que se escuchaba mientras todos bailábamos en parejas.

Popocatepetl desde la presa de Zacualpan

El día siguiente lo dedicamos a visitar una antigua hacienda, y una presa desde la que se vislumbraba muy bien el volcán Popocatepetl, esta vez sin nieve. Me enamoré de esta maravilla que no pude atisbar semanas atrás en Cholula. Muchas veces las nubes o la fumarola que con asiduidad echa impiden su visión. Por suerte, el cielo este fin de semana siempre estuvo despejado. Aquel domingo comimos riquísimas chuletas de cerdo (después de entender que los pollos no tenían tales huesos) cocinadas a la barbacoa mientras un torno giraba de forma monótona a la vez que nuestra boca se hacía agua. Por la noche cantamos 19 días y 500 noches de Sabina, La Flaca de Jarabe de Palo y una serie de canciones que mi cuate Mike tocaba con su guitarra en la marquesina de su rancho, toda ella llena de preciosas flores. Me gustó mucho su casa, y sobre todo su pueblo; vivir junto al Popo, en una zona tan tranquila y junto a unos mexicanos tan agradables debe ser muy padre.

Popocatepetl a las 07:00 con los culpables de mi temprano despertar
No muy tarde nos fuimos a la cama. Antes de dormir me puse el despertador a las 05:30 para ver amanecer junto al Popocatepetl. Sin embargo, no hizo falta que sonara. A las 05:00 al igual que en Oaxaca meses antes, el quiquiriquí de los gallos me despertó. Me abrigué y caminé por las oscuras calles hasta la carretera central, perpendicular al volcán. El sol no tardó en hacerse hueco entre este y la mujer tumbada (otro Volcán, que según cuenta la leyenda es la mujer de Popocatepetl). El tiempo se me pasó muy rápido. Ver aquel paisaje iluminarse poco a poco mientras un humo salía de la parte más alta de esta preciosidad fue una muy buena manera de empezar el día y de despedirme a la vez de Zacualpan. Tras comer unas quesadillas de longaniza y chicarrones (piel y grasa del puerco) agarramos el camión que nos llevaría de nuevo a casa, pues DF ya es nuestro hogar.

Casa Azul de Frida Kahlo
El día siguiente, aproveché que el profesor de francés se ausentó de nuevo para visitar la Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán. Por 70 pesos (4,20 euros) entré en la que fue la morada durante un tiempo de esta maniática y contagiosa artista y me hice con una audioguía que explicaba todo al detalle (ambas cosas por el mismo precio, 35). La mexicana, que se casó con el famoso muralista Diego Rivera, tenía un espejo en el techo de su lecho para retratarse, pues una grave enfermedad la impidió andar al final de su vida. La cocina era prehispánica; por lo visto le encantaba elaborar y degustar platillos tradicionales con materiales y herramientas que ya no se fabrican. Las fotos en el interior del museo estaban prohibidas, a menos que pagases los 60 pesos (3,60 euros) de la licencia. Ya que estaba en aquella zona, muy cerca de mi casa, intenté ir al museo Diego Rivera Anahuacalli (donde puedes entrar gratis después de visitar el museo de su esposa), a unas cuantas cuadras; sin embargo, abren de miércoles a domingo. El de León Trosky estaba algo más lejos, así que decidí caminar hacia casa para llegar a tiempo a las clases de salsa. De regreso me topé con una librería nueva. Aquí compré un libro sobre las profecías mayas que sé que le encantará a una muy buena amiga de mi pueblo (Villena). A la hora de pagar, el dependiente sacó una ruleta (como las de los casinos) y me pidió que lanzara la bolita cuando él la hiciera girar. El número que saliera (del 1 al 10) sería el porcentaje que me descontaría. Si salía el 0, el 50%. Me salió el 10.

Después de la agotadora jornada, que terminó con una muy divertida clase de salsa, cené salmón, pues había bajado el precio de los normales 189 pesos (11´34 euros) el kilo, a 159 (9,54 euros). En la televisión reconocí a una cocinera mexicana muy famosa de la que ya me había hablado días atrás mi compañera de departamento; se trataba de Mónica Patiño, una chef que posee varios restaurantes y boutiques que pienso visitar para llevar mermelada de guayaba y compota de mango que sé que a les encantará a mis padres.

Esta mañana visité el Tianguis de libros de la UNAM, cada semana hay algo nuevo. Compré unas láminas que fabrican en el Museo de Antropología. Al salir por la Facultad de Economía hice lo propio con unos libros para mi hermano. No sé dónde meteré tanto libro y regalo; pues cada vez tengo más, contando con el que me obsequió una muy buena compañera de Filología Hispánica sobre el Centro Histórico de la Ciudad de México. La fecha del examen de esta última asignatura será el martes 13 de diciembre, por lo que no tendré mucho tiempo para viajar antes de regresar. No obstante, los recuerdos y lo aprehendido ya no me los quita nadie.

Esta semana terminan las clases, así que hacer trabajos y estudiar será una de mis ocupaciones.

lunes, 14 de noviembre de 2011

14/11/2011 JOAQUÍN SABINA Y FERNANDO DELGADILLO


Esta semana no hubo impedimento para que se llevara a cabo el examen de Filología Hispánica; los conciertos de Joaquín Sabina y de Fernando Delgadillo fueron inmejorables, y el domingo, la Plaza de las tres culturas simbolizó la simbiosis que estoy viviendo durante estos meses.

El sábado, tras recuperarme del ajetreado viaje de muertos por los estados de Michoacán y Guanajuato, fui al Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Allí habíamos quedado a las 11:00 con la directora de la revista Medievalia y con todo su equipo (entre ellos la adjunta de Literatura Española Medieval I y el de Filología Hispánica I, con los cuales me llevo muy bien) para poner a punto el cubículo donde íbamos a trabajar. Archivamos todos los ejemplares de Medievalia, tanto de la revista como de la serie de publicaciones que han editado; logramos organizar una colección de los ya 42 números de la revista (a falta del maldito 28); y nos hicimos con gran cantidad de libros para nuestra biblioteca personal. Lo que más me enriqueció de aquel trabajo sabatino fue, sin duda, las pláticas con el resto de estudiantes y ya licenciados en Letras Hispánicas, y con la doctora. A las 16:00 horas terminamos de llenar la docena de cajas que la UNAM nos había facilitado, y la doctora nos invitó a comer a “El rincón de la lechuza”, una riquísima taquería sobre Miguel Ángel de Quevedo. Aquí probé por primera vez la “sopa de tortilla” (también llamada “sopa azteca”). Desde ese momento es uno de mis platos favoritos: el caldo con chile, aguacate, fritos de maíz y queso Oaxaca forman una conjunción de sabores muy exóticos. La sincronizada de pastor acabó por saciarme. Como la doctora de Medievalia, y a la vez profesora de Filología Hispánica, es española, estuvimos platicando cerca de dos horas sobre las diferencias entre México y España, de cómo comenzó su aventura aquí y de porqué se quedó (historia que sin duda merece un blog a parte). Uno de los temas más recurrentes fue el machismo en este país, pues un capítulo de Hockett (lingüista al que teníamos que leer para el examen del próximo viernes) presentaba un ejemplo políticamente incorrecto: «El marido ve a su mujer poner la mesa y se prepara para ir a comer; o bien oye a su mujer decir la comida está lista y se dirige al comedor». También debatimos sobre el asiduo uso de la muletilla “mande”. Los mexicanos la usan de una manera tan reiterativa como el güey, y la expresan cuando no escuchan o no entienden lo que el interlocutor les dice y quieren volver a oírlo (equivaldría al uso de “perdón” en el español castellano). Esto, a mí parecer, y al de muchos de mis cuates españoles, muestra sumisión; pues no soy quién para ordenar o mandar algo a alguien.

Una de las librerías de viejo llamada "Ahuizote"
La reunión acabó en el momento en el que nos corrieron de la taquería: el tiempo del coche en el parking había llegado a su fin. De regreso, caminando por la avenida Miguel Ángel de Quevedo (pues mi casa quedaba muy cerca) pasé por tres librerías de libro viejo (de segunda mano). Estuve otro par de horas viendo los miles de ejemplares que las polvorientas estanterías mostraban, compré algunos de ellos para mis padres y mi hermano, y regresé a casa para descansar.

Comida típica española,
             con cervezas "Nochebuena"
El domingo estuve evolucionando palabras de latín al español como práctica para el examen. Para comer, preparé una paella que le prometí a la casera de mi departamento. Cuando supo que era español, y más concretamente de Valencia, me pidió que le avisara el día que hiciera tan rico plato para apuntar todo (al igual que hizo con la tortilla de patatas). Así pues, nos reunimos mi nueva compañera de departamento (que trajo unas cervezas Nochebuena ─que solo comercializan en tan señaladas fechas del año─) y mi casera (que nos ofreció “cochinita pibil” ─ricas tortas con carne de puerco y chile de la zona de Mérida, en Yucatán─ como aperitivo). Pasamos un rato muy agradable, mientras veíamos como el Pumas perdía todas opciones de disputar la liguilla por el título.

El primer día de la semana empezaba con un control de francés. Los verbos reflexivos (se léver, s´habiller…) eran el tema principal. Fue la última prueba antes del examen final que haremos durante cuatro días en la última semana de noviembre. Al salir de la prueba oral, me encontré con la IV Feria de Libro Académico UNAM 2011. Compré una edición muy trabajada de La Gran Tenochtitlán de Hernán Cortés por 25 pesos (1,50 euros) y, días más tarde, el audio libro Naranja dulce, limón partido: antología de la lírica infantil mexicana para que mi sobrino Héctor crezca con esta cultura tan rica. Como lo edita mi profesora de Literatura Española Medieval I, quizá le pida que me lo firme al final de semestre. Posiblemente haga lo propio cuando me haga con el Diccionario de Mexicanismos, pues lo dirige mi cuate de Medievalia. Les dejo una entrevista que versa sobre esta publicación y la cultura de México vista a ojos de una española.


Alejandro Sanz y Joaquín Sabina
            en el Auditorio Nacional
El martes era un día esperado: vería a mi cantante favorito en mi ciudad preferida. A las 18:30 quedé en Metro Quevedo con un catalán, una chilena y una madrileña. Juntos nos dirigimos al Auditorio Nacional, donde nos esperaban la valenciana con la que llegué a México y su novio. Más tarde llegaría el vasco que completaría el grupo de ocho “sabineros”. El auditorio impresionaba semivacío, pero cuando saltó al escenario el ubetense (ídolo de millones de mexicanos y latinoamericanos), el 90% de los cómodos asientos estaban ocupados. Tuvimos mucha suerte: compramos la entrada más barata (300 pesos (18 euros) más 72 por el servicio de ticketmaster) y nos sentamos, aún no sé cómo, en el patio de butacas, a 40 metros del escenario y junto a los que habían pagado más de 1000 pesos (60 euros). Eché en falta a mi primo, pues por momentos estuvo a punto de venir a México y al concierto. Entre nosotros se encontraba Alejandro Sanz, algo que supimos en el momento en que Sabina lo llamó y subió a cantar al escenario “Princesas”. La gente enloquecía. Los gritos de “Te amo Sabina” (muchos de ellos varoniles) se entrecruzaban una y otra vez mientras la afónica voz del maestro agradecía la asistencia a sus queridísimos mexicanos. Aquella noche era la cuarta y última vez que cantaba en la capital (al menos por este año, pues ya se rumorea que dará una gira con el “honoris causa” por la UNAM Joan Manuel Serrat), y su emoción nos contagió a todos los presentes. Mi canción preferida es la de “19 días y 500 noches”, pero aquella noche la que más me gustó fue “Por el boulevard de los sueños rotos”, dedicada a la mexicana Chavela Vargas, y donde se nombra a Diego Rivera, Frida Kahlo y otros motivos de Centroamérica. Los focos con la bandera mexicana y la gente cantando la letra al unísono se me quedó grabada. Al salir, compré tres playeras, dos tacitas y una biografía llamada “En carne viva”, libro que curiosamente vendían unos amigos de la facultad. Había que aprovechar los bajos precios, y la presencia de tal joya de la canción y la poesía.


El miércoles, después de la última clase antes del examen, y tras repasar toda la teoría, fui con mi carnal y mi carnalita madrileña al cumpleaños de un cuate colombiano. Estuve poco tiempo, pero saludé a los apapachadores estudiantes de intercambio. Regresé con unas mexicanas y un cordobés (de Argentina), con los que quizá me una para conocer tan ricas tierras a final de semestre.

A la mañana siguiente, mientras desayunaba “galletas maría”, extrañé a la familia que viene los miércoles a poner en orden el departamento; sus pláticas son muy interesantes, y me enseñan muchas cosas de esta región. Hablando de galletas, mi exnovia (de la que me separé al poco de estar aquí ─como la mayor parte de mis cuates extranjeros─ y con la que guardo una muy buena relación) me acaba de pedir que cheque si se comercializaban unas “Oreo” especiales. No dudo que las encuentre, pues Walmart, de otra cosa no, pero de dulces presenta una variedad ingente.

[Acabo de subir del departamento de la casera, me ha dejado una rejilla de refrigerador con patitas para que mi computadora no se caliente tanto. Se apaga constantemente, sobre todo cuando uso Word durante un tiempo.]

Aquel jueves, tras ver los Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (libro sobre el que quizá haga el trabajo final de la asignatura de Literatura Novohispana), expusieron lo que se suponía que iba a ser la última parte de El libro de Alexandre, y por ende, mi pasaje; sin embargo, las trabajadas exposiciones acabaron con las dos horas de la clase. Esta vez, estuvo cerca mi turno, llegué a salir junto con un compañero que hizo un poema en castellano antiguo, en cuaderna vía, que resumía el tema de su plática. Afortunadamente, no tuve que hablar tras maravillosa obra, pues la mía habría quedado en muy mal lugar. La profesora quedó tan contenta con estos genuinos versos, al igual que el resto del salón, que le eximió del trabajo final. Intentaré hacerme con una copia de él y mostrarlo aquí cuando la profesora se lo devuelva, pues, la neta que es un gran trabajo para un mexicano componer algo tan métrica y léxicamente perfecto en español del siglo XIII.

La tarde previa al examen, estuve repasando todas las lecturas y prácticas mientras una fuerte tormenta caía sobre la capital. En México no llueve como en España, aquí lo hace de veras, como si se fuera a acabar el mundo.

El examen no fue mal. Pero podía haber ido mejor. Tras más de cuatro horas evolucionando diez palabras y tratando de contestar a cuatro preguntas teóricas, ordené las 10 cuartillas de papel membretado de la UNAM y se lo entregué al adjunto de la profesora. Comí rápidamente chayote relleno de verduras con frijoles y arroz a la mexicana en la cafetería de la facultad y subí hasta el tercer piso, donde hice el último examen parcial de inglés antes del final del día 16. Aquí, al estudiar el present perfect, debatimos sobre el uso del pretérito perfecto compuesto en la península (del tipo “he cantado”) y el del simple (“canté”) que equivale a ambos, tanto al simple como al compuesto, en el español en México. Por esto, les cuesta mucho entender el uso de tal tiempo en la lengua germana. Para ellos, si, póngase el caso, se cae un lápiz en el momento del discurso, es “se cayó”; y les resulta impensable decir “se ha caído”.

Parrillada uruguaya en "Matamargo"
Por la tarde, ya en casa, recibí una carta certificada de España. En un sobre sepia y con media docena de matasellos, estaban las papeletas para las elecciones de España. Esta mañana las envié de vuelta, de nuevo por correo certificado, con un costo de 34 pesos (2,04 euros). Más tarde, al ser viernes, fui a casa de mis vecinos madrileños y nos dirigimos al "Matamargo", restaurante uruguayo junto al Potzolcalli de Avenida Universidad. Allí cenamos con unos amigos mexicanos una sabrosa carne de parrillada. La arrachera fue la mejor. Seguidamente, compramos una caguama (litrona) que nos tomamos en mi departamento por 34 pesos (2,04 euros), pues 9 de ellos (54 céntimos) son para el envase que canjeas posteriormente por el importe. Aquí se recicla muchísimo (y es normal, pues con tantos habitantes el mundo se acabaría luego luego); muestra de ello son los envases retornables de cerveza. Al final de la velada, fuimos al Jacalito, antro (en el sentido español) que está frente al famoso Mamarrumba.

Fernando Delgadillo en el Teatro Metropolitan
A la mañana siguiente, fui a comprar al mercado de Eje 10 que instalan todos los sábados (a modo de rompecabezas), en Pedregal de Santo Domingo. La verdura es barata y variada. Los toldos de los puestos son algo bajos, y debes ir encorvado mientras esquivas a los ríos de gente que compran y venden al mismo tiempo. Adquirí pulpo, queso Oaxaca y mole. Este último lo preparamos mi carnal y yo para comer horas más tarde. Pese a la inexperiencia y la ignorancia del proceso, salió riquísimo (juicio quizá subjetivo por el hambre que nos dio caminar por el larguísimo tianguis). Por la tarde, asistí a otro concierto con mi chilena, esta vez de un reconocido (aunque no para mí) cantautor mexicano (Fernando Delgadillo) que cumplía 25 años en los escenarios y cerraba su gira esa misma noche en el Teatro Metropolitan. Esta joya arquitectónica y acústica estaba repleta de seguidores que coreaban la letra de sus acordes. No tuvimos la misma suerte que en el Auditorio Nacional, pues nos sentamos al final, donde nos correspondía. Empezó, al igual que el anterior, a las 20:30. A las 00:15 nos levantamos, todavía con Delgadillo en el escenario que abrió el telonero Soto. El último metro salía de Indios Verdes hacia Universidad a medianoche, y si no llegamos a correr no lo alcanzamos. Sin duda, la canción que más me gustó fue “Hoy ten miedo de mí”.


El día siguiente quedé con una compañera de francés en el reloj de Metro Balderas a las 11:30. Paramos en Tlatelolco para ver la ansiada Plaza de las Tres Culturas. Este espacio donde se entremezclan las ruinas prehispánicas de la cultura mexica, la catedral de la época colonial y los rascacielos modernos simbolizan muy bien este mestizaje que representa México. Me gustó mucho una placa de piedra que hay situada en el centro de la plaza donde se dice:


«El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cauhtemoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo, que es el México de hoy».
Tlatelolco, Plaza de las Tres culturas

 Tuvimos tiempo, tras ver una danza indígena de cientos de danzantes ataviados con penachos y ropas prehispánicas, de visitar el Centro Cultural Universitario Tlatelolco; donde había dos exposiciones: una sobre los horrorosos acontecimientos que se vivieron en las revoluciones estudiantiles de 1968 y otra sobre la obra pictórica de Blastein. De la primera me llamó la atención una foto de tanques militares en el Zócalo; y de la segunda un bodegón con alimentos mexicanos y una liebre inerte. Al ser domingo, como la mayoría de los museos durante este día, la entrada era libre.

Zócalo en las revoluciones de 1968
Más tarde nos reunimos con mi carnal y mi chilena en este laberíntico pasadizo que comunica el antiguo mercado de Tenochtitlán (la que era capital de México). Como no encontramos lugar para tomar algo por esta zona, nos dirigimos al centro histórico. Comimos, casi a la hora de merendar, en “El generalito”, un bar en la terracita de la peatonal y abarrotada calle. El menú costaba 50 pesos (3 euros) e incluía entre otras cosas lo que elegimos: sopa azteca, ensalada con salsa rosa, carne asada con chilaquiles y frijoles, pan, agua de sandía y postre o café. Durante la esperada comida, nos acompañaron unos cantautores que curiosamente tocaron una de Delgadillo. Mientras paseábamos, en el atardecer, tomamos unos helados en Santa Clara de guanábana y cajeta. Mientras lo degustábamos, paseamos hasta el Zócalo, donde ya no estaba la Feria del Libro, sino un circo ambulante. La danza aérea, los malabares y los payasos (que hay muchísimos en todas las plazas de la república, al igual que predicadores de la palabra de Dios) nos entretuvieron hasta la hora de cenar. Los títeres me encantaron. La catrina y su esposo, un gringo que criticaba muy chistosamente la situación del país con el que se encontraba. La visión de este foráneo me recordó mucho a la mía. Hicieron alusión al reciente “accidente” de un helicóptero en Cuernavaca que le costó la vida un líder político. Es bueno que critiquen el narco, la violencia y la corrupción de forma tan cómica; pues de nada sirve hundirse en tan trágica situación.

Tras cenar el pulpo que compré el día anterior, me acosté; no sin antes conversar con mi compañero de departamento, el cual me dijo algo que me llamó mucho la atención. Le pregunté si pasaría las navidades con su familia, y me contestó que sí, pues los tres días de vacaciones que tenía como trabajador de primer año los destinaba a esas fechas. Cuando tienes tres años de antigüedad en la empresa puedes elegir hasta seis, y así conforme vas cumpliendo años, nunca sin exceder los 15 días de descanso al año. Este aspecto me impacto, casi tanto como que para ser presidente de México debes estar casado. Mientras platicaba, se me quedó marcada una cita de Antonio Caso que apareció en El pueblo mexicano de Teveunam:

«México necesita tres virtudes cardinales para llegar a ser un pueblo fuerte: riqueza, justicia e ilustración (…) Volved los ojos al suelo de México, a los recursos de México, a los hombres de México, a nuestras costumbres y a nuestras tradiciones, a nuestras esperanzas y a nuestros anhelos, a lo que somos en verdad».
Historia general de México

Hoy lunes, mientras cruzaba los cuidadísimos jardines de mi condominio, me encontré con los basureros, pues aquí (a diferencia de España) recogen la basura con el sol en lo alto, quizá por el riesgo a asaltos durante la noche.

Recuerdo que durante la semana, una tarde (pues los mexicanos a partir de las 11:00 ya dicen “buenas tardes”, quizá por lo mucho que madrugan), mientras comía en la cafetería de la facultad (como hago de lunes a viernes) compartí mesa con un hombre que realizaba su servicio social (requisito para licenciarte en cualquier carrera) en la UNAM. Me preguntó, durante la plática, qué escritor español recomendaba; sin dudarlo, le mencioné a Juan José Millás. Al rato, hice yo lo mismo y me aconsejo la lectura de un tal Jorge Ibargüengoitia, escritor mexicano muy famoso por sus cuentos críticos e irónicos con la sociedad.

Mañana iré a ver una exposición de Ron Mueck (escultos australiano) en el Antiguo Colegio de San Ildefonso llamada “Hieperrealismo de alto impacto”. Les dejo el enlace, pienso que merece la pena: http://www.sanildefonso.org.mx/expos/ronmueck/

Apaño casero para impedir que
            el ordenador se caliente tanto.
                Arriba la cartulina de mis compañeros
               de clase de la Universidad de Alicante
Mientras espero a que se reinicie mi portátil, esta vez solo por segunda vez, veo la cartulina que regalaron mis cuates de Filología Hispánica de la Universidad de Alicante. Me resulta muy grato verlos sobre el fondo de la bandera de España, pues tengo ganas de verlos y compartir el futuro viaje de fin de carrera, hasta ahora sin destino. Las fotos de la orla ya se la están haciendo. Yo he mandado un correo a la empresa para negociar una fecha posterior.

Cada vez tengo más ganas de ver a mi familia y a mis amigos (la peña “El Portoncico”); aunque también menos de despedirme de todo lo que aquí estoy conociendo y aprehendiendo.

El lunes que viene es festivo, por lo que aprovecharemos el puente para ir a Morelos, donde un muy buen amigo mexicano nos ha invitado a mi carnal y a mí, junto a otros cuates del Atlético Colmillos, entre ellos el “capi” que no pudo asistir a la Feria del Mole, para visitar Tepoztlán y todo ese, para nosotros, desconocido estado.

Cuando ya terminé de escribir esta entrada para el blog, guardé (usando el pretérito como los mexicanos, únicamente con el tiempo simple) los cambios por si un nuevo apagón los borraba (para posteriormente añadir las fotos y videos y publicarlo en la red), y me puse a cenar unas quesadillas de pulpo (aprovechando los restos de la cena de ayer) mientras veía el canal que le sigue al de Teveunam, el 412, llamado Aprende. Este espacio estaba retransmitiendo un programa llamado “Historias de papel”, que me recordó mucho a uno que hacían en España llamado “Aquí hay tomate”, felizmente, no por el contenido, sino por el tomate rojo que aparecía en la esquina superior derecha de la pantalla, muy parecido al símbolo de este primero: una manzana. Acababa de empezar, y esta vez hablaban sobre un escritor mexicano muy famoso llamado Jorge Ibargüengoitia y uno de sus libros más famosos: La ley de Herodes. Enseguida me sorprendí, pues se trataba del escritor que me había recomendado aquel hombre en la cafetería. Sin dudarlo, le presté atención y me fue muy grato conocer las burlescas líneas de este intelectual, uno de los objetivos en mi próxima visita a las múltiples librerías de Ciudad de México.