viernes, 4 de noviembre de 2011

04/11/2011 MICHOACÁN (DÍA DE MUERTOS)

El día de muertos me fascinó. Viajar por pueblecitos purépechas (nombre de la lengua indígena que aquí se habla) tradicionales de todo el estado de Michoacán con una clase de arquitectura ─con las explicaciones de todos los monumentos que ello conlleva─, me ha hecho aprender muchísimo.

Reunión de los estudiantes de intercambio

La semana comenzaba con una reunión para los alumnos de intercambio. El martes a las 14:00 horas nos esperaban unas carpas montadas por la Dirección General de Cooperación e Internacionalización (DGCI) frente a los frontones 4 y 5 de Ciudad Universitaria (frente a la Facultad de Contaduría y Administración). Fue una muy buena ocasión para platicar con gente de todas las partes del mundo, disfrutar de unos juegos y actividades típicas y comer unas tortas. Además, para sorpresa de todos, nos entregaron las esperadas (y por momentos utópicas) credenciales. El 25 de octubre éramos oficialmente estudiantes de la UNAM (el 26 de noviembre terminan las clases de reposición, para recuperar los días perdidos por puentes y demás), aunque todavía tenemos problemas para sacar libros de la Biblioteca.

Al día siguiente pasó algo que era normal: comí algo que no me sentó del todo bien. Así que, después de clase, me acerqué a Servicios Médicos de la UNAM (frente a la Facultad de Arquitectura). No estaba enfermo, pero quería estar bien para el examen que debía hacer ese mismo viernes ─digo “debía hacer” porque finalmente no lo hice─ y para el puente de muertos. Aquí me pusieron una inyección y me dieron cita para el día siguiente, donde el doctor me recetó Penamox (amoxicilina): tres cápsulas diarias durante ocho días. Me trataron muy bien, tenía cita a las 17:00 horas y debía ir media hora antes para medirme, pesarme (he adelgazado 8 kg.), tomarme la temperatura, la tensión, el pulso, etc. El doctor, muy puntual, me hizo pasar a su pequeño cubículo, donde me preguntó por todo lo que había comido hasta la fecha. Al parecer unos tacos en la calle fue la causa de que una bacteria se instalara en mi estómago. Con el medicamento no habría pedo (problema); a los dos días, tras comer arroz blanco y pechuga de pollo a la plancha, estaba perfectamente. Aunque no para hacer el examen. El jueves en la clase de Literatura Española Medieval intentaron darnos un aviso. No obstante, la profesora es muy estricta y no permite que entre alguien a mitad. Más tarde, en la Biblioteca Central, mientras preparaba el examen para el día siguiente, me di cuenta de lo que quería decirnos aquel chico: había muerto un estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras e iban a llevar a cabo una marcha en su recuerdo. De este modo, a últimas horas del día, a través de las redes sociales corrió la noticia de que la facultad permanecería cerrada al día siguiente.

Inauguración de las ofrendas a Borges en la UNAM
Así pues, el viernes tuve tiempo para preparar la maleta y dar una vuelta por las ofrendas dedicadas a Jorge Luis Borges que había en las islas (campus central) de Ciudad Universitaria. Cada año rinden culto a un fallecido relevante, el año pasado el protagonista era Edgar Allan Poe, y este el escritor argentino. Cada facultad, grupo o asociación preparaba los últimos detalles de los coloridos altares que se inauguraban aquella misma tarde. La música y el olor a mirra inundaba cada recoveco de la hoy especial universidad. Las catrinas y los múltiples y variados disfraces desfilaban gustosamente fotografiándose con todos los que así lo querían. Resultaba muy especial ver a tanta gente disfrutando mientras celebraba el regreso de los difuntos. Los mexicanos son muy creyentes, y este día es muy especial para ellos. Todo esto lo viviría de una manera mucho más tradicional en Patzcuaro (ciudad colonial del estado de Michoacán).
Itinerario del viaje

Disculpen la incoherencia en el texto, pero es la quinta vez que se apaga mi laptop (como llaman aquí al ordenador portátil) y debo escribir el texto una y otra vez, pues rara vez lo recupera íntegro o lo guardo con anticipación. Espero que aguante a España, pues quedarme aquí sin tal herramienta sería un problema.

Amanecer en Cuitzeo
A las 22:30, con treinta minutos de reraso por una manifestación que frenaba el tráfico en Avenida Insurgentes (una de las principales arterias de DF), llegaba el camión que nos llevaría a todos los lugares en aquellos cinco días. -En esta cultura, llegar tarde no es insólito; la sociedad, en lugar de decir por ejemplo, "quedamos a las 17:00", dice "nos vemos sobre las 17:00", porque las distancias y los problemas no siempre te ayudan con tus objetivos- Iba a ir con unos estudiantes de Arquitectura: pues una amiga de la Facultad de Filosofía y Letras que estudia Historia y está centrando su tesis en Historia del Arte (por lo que toma clases en tal facultad), me invitó a acompañarla. El examen del viernes me impedía seguir a mis amigos españoles, pues ellos en un principio marcharían el jueves. De este modo, viajar con los arquitectos era una muy buena oportunidad de visitar los mismos lugares que me planteé desde un primer momento, entre ellos el lago de Patzcuaro para vivir la esperada noche de muertos con la tradicional población del estado de Michoacán. Además, las pláticas y explicaciones del profesor Guízar, que nos acompañaría en todo momento, enriquecieron mi bagaje cultural. El precio inicial del viaje eran 1650 pesos (unos 100 euros), pero nos me encontré con un problema al subir al autobús: había más alumnos que asientos, por lo que tuve que viajar en el pasillo. Debido a esto, el precio descendió a 1000 pesos (60 euros), incluyendo los mismos servicios (transporte, alojamiento y visitas a todos los lugares). No me importó viajar tumbado durante las 5 horas que tardamos en llegar a Yuririapúndaro, el primero de nuestros destinos, pues concilié el sueño rápidamente y se me hizo muy corto el viaje. Les adjunto una foto del itinerario tal y como el profesor-guía lo confeccionó, aunque (como dice en la parte de abajo) estaba sujeto a cambios por imprevistos (que los habría como buen estado de México en el que nos encontrábamos).

Centro histórico de Morelia, con la catedral al fondo

Desayuné jugo de zanahoria y naranja, y una torta “casera” de pechuga de pollo. Digo “casera” porque compré unas pechugas de la carnicería del mercado y un pan casero a una señora que las vendía en una cesta y el de la taquería me asó las primeras en la plancha donde cocinaba los huaraches (tacos enormes) que mis compañeros tomaron. No me atreví a comer a las 8:00 esa comida tan pesada por mi reciente mal de estómago. La hospitalidad de la gente me permitió cambiar el menú. Ya con fuerzas, pudimos disfrutar de la visita al convento de Yuririapúndaro y de Cuitzeo, dos ciudades muy cercanas a Morelia, donde nos alojaríamos las cuatro noches siguientes. Tras instalarnos en las cuádruples habitaciones del Hotel San Miguel *** (muy céntrico), comimos en la antigua Valladolid (hoy Morelia). Un caldo de pollo y unas corundas (comida típica de Michoacán, basada en masa de maíz, muy parecidas a los tamales) fue mi elección en los portales del centro histórico. Tras atardecer, el guía nos enseñó la bella ciudad de noche, con las numerosas catedrales (al igual que Puebla) iluminadas. Tristemente, según nos explicaban, el turismo había descendido muchísimo en Michoacán debido a la mala fama que las noticias le habían impuesto. Esto, sin embargo, nos permitió desplazarnos con mucha facilidad. Morelia está construida como una mesa, con descensos en los laterales para que corra el agua en la época de lluvias (que felizmente terminó este mes de octubre). Además del antiguo nombre (Valladolid), es un lugar muy parecido a España. Vasco de Quiroga, un clérigo gallego que llegó a México con los conquistadores (en el siglo XVI), llevó a cabo la financiación de conventos, hospitales, catedrales e iglesias por todo el estado. De ahí que en cada plaza se alce una estatua de este conocidísimo personaje.

Callejón del romance
Al llegar al Callejón del Romance, una estrecha callejuela con poemas de amor a ambos lados donde los enamorados pasean entre los decorados antros escuchando música en vivo, nos sentamos en una terracita junto al famoso acueducto para cenar unas quesadillas. Cuando cae la noche, la temperatura hace lo mismo de forma considerable, por lo que hicimos bien el llevar una buena chamarra (chaqueta).

Acueducto y estatua emblemática de Morelia
Maquinaria del Museo del dulce
Después de descansar en una comodísima cama, el domingo por la mañana visitamos y recorrimos todos los edificios de Morelia, con su correspondiente explicación académica, por lo que puedo decir que conozco esta Valladolid como la palma de mi mano. Esto no hubiera sido posible sin un buen desayuno. Esta vez fuimos al Mercado de San Juan, a cinco cuadras del hotel. El jugo de naranja, el consomé y las quesadillas del tamaño de África me dieron energía para caminar hasta el Museo del Dulce. En este antiguo convento de monjas se fabricaban artesanalmente los dulces más famosos de Michoacán. Por 17 pesos (un euros), 12 con credencial de la UNAM (esta credencial es una joya), proyectaron un video muy interesante sobre México y la evolución del dulce acá, recorrimos todas las salas con las maquinarias y maquetas que te hacían trasladarte años atrás. Además, en la cocina, vimos el proceso de este exquisito manjar, el cual degustamos hasta la saciedad. El de membrillo fue mi preferido.

Sancho y Don Quijote en la Feria del Libro de Morelia
El “sargento” Guízar (con cariño, pues gracias a él aprendí muchísimo) nos dio la tarde libre; así que aprovechamos para visitar el Museo del Estado (donde había objetos de la conquista y explicaciones de Hernán Cortés), el Museo de Arte Colonial (con una exposición de pintura al oleo) y la Feria Nacional del Libro (que este mismo día finalizaba), en la Casa de la Cultura. Aquí comimos "por la gorra", pues tras ver los libros y explorar por el magnífico edificio, nos colamos en la azotea, donde tenía lugar la ceremonia de clausura. Como estos mexicanos son tan hospitalarios, nos invitaron a sentarnos con ellos y a comer caldo de frijoles con verdura, carne a la brasa y flan de chocolate como postre. Seguidamente, fuimos a una degustación de mezcal (que entierran durante seis meses en unas tierras húmedas especiales para que repose). Al salir de aquí, crucé la esquina y me encontré con mis amigos de España (¡qué pequeño es México!). Resulta que ellos rentaron un auto y estaban visitando Morelia aquel día. Como no tenían alojamiento todavía, pasaron la noche en nuestra habitación. Me alegré mucho de verlos, pues durante todo el puente los eché de menos, sobre todo a mi carnal.

Carnitas de puerco en Quiroga
A la mañana siguiente viajamos a Quiroga, donde desayunamos estupendas carnitas (carne de puerco salada y muy sabrosa). El kilo para cuatro personas nos costó 120 pesos (7,20 euros) y aguantamos con ello durante todo el recorrido que hicimos por Santa Fe de la Laguna (donde subimos al campanario de un hospital de Tata Vasco), Chupícuaro, San Jerónimo Purenchécuaro y Erongarícuaro. Nurio, a diferencia del resto de destinos, no me gustó. Era muy solitario, triste, oscuro y con mala vibra. Sin embargo, el convento de la plaza semejaba a un barco de madera y la decoración era impresionante. Al final del día nos dirigimos a Uruapan, donde había una feria y un tráfico horrible, por lo que no pudimos estacionar el autobús y regresamos al hotel.

Mural de Juan O´Gorman en
 Biblioteca de Patzcuaro
Como llegamos antes de lo previsto a descansar, adelantamos una hora la salida de la mañana siguiente. A las 07:00 ya estábamos bañados los cuatro integrantes de la habitación y con dirección a Patzcuaro, era la noche de muertos. Enseguida hice muy buenas migas con mis compañeros de habitación, me enseñaron muchas cosas y platicamos constantemente sobre las diferencias entre su país y el mío. A la hora de movernos por las distintas ciudades un chico muy simpático me cedió su asiento, pues él se reclinaba con su novia en la parte final del autobús. De esta manera, solo tuve que viajar tumbado en el pasillo a la salir y regresar de DF. Como adelantamos tanto la salida, nos encontramos con el embarcadera de “Las Garzas” cerrado, donde teníamos que agarrar una barca para llegar a la isla de Janitzio. No obstante, Guízar lo tiene todo planeado y fuimos a visitar Patzcuaro antes de cruzar el lago. El centro de esta ciudad está basado en una plaza con forma de mano, donde cinco dedos o calles comunican cada extremo. En esta plaza pude disfrutar de la "danza de viejitos" (les adjunto un video). En la parte inferior del itinerario se ve la planta de tal organización. Allí vimos la Casa de los 11 patios, un antiguo hospital comunicado por once espacios abiertos llenos de fuentes y jardines. Más tarde recorrimos el mercado de artesanías, donde compré una catrina. Para terminar, visitamos el antiguo convento de San Agustín, hoy Biblioteca, pues se exponía una colección de catrinas y había un mural de Juan O´Gorman ─el que diseñó la fachada de la Biblioteca Central de la UNAM─. Antes de subir al autobús compré un pan de muerto por 12 pesos (72 céntimos). Creo que me he hecho adicto a tal dulce. Se trata de un pan redondo con decoraciones en forma de cruz y una capa de azúcar que recubre la corteza crujiente (muy semejante a la tradicional mona de pascua). La semana que viene ya será imposible conseguirlos, porque solo los fabrican para estas fechas, así que debo proveerme.

Isla de Janitzio con los pescadores "mariposas"

Una vez que llegamos al embarcadero de “Las Garzas” subimos los 45 alumnos en una sola lancha. No tuvimos que esperar, pues los visitantes habían descendido considerablemente respecto a años anteriores. Cruzando las marrones aguas, vimos a unos pescadores; uno por cada barquita desplegaba unas redes en forma de mariposa para hacerse con el marisco que una vez en la Isla de Jantizio comeríamos. De aperitivo nos sirvieron unos pescaditos fritos llamados charales; la sopa de camarón estaba muy rica, y la mojarra también, pese a tener muchas espinas. Con el último bocado, empezamos a ascender por las angostas callas adoquinadas de la isla, teníamos treinta minutos para llegar hasta el mirador. Allí me encontré con mis amigos de España, Holanda, Chile… Pese a gozar de muy poco tiempo, me latió mucho verlos por allí. Se me hacía extraño estar cinco días de viaje sin ellos, pues hasta entonces no nos habíamos separado. Aunque me perdí las aventuras y anécdotas que ocasiona rentar un auto y recorrer las superautopistas mexicanas, conocí a gente nueva y me sumergí por unos días en el mundo de la arquitectura. De vuelta al embarcadero, disfrutamos del atardecer. El frío se hacía notar, y por ello nos trasladamos a Tzintzuntzan. Aquí cenamos y recorrimos los dos panteones, el convento de Vasco de Quiroga ─con unos olivos que el mismo trajo de la península en el siglo XVI─ y finalizamos nuestra estancia allí en el yacimiento arqueológico de la parte más alta de la urbe, donde se veían las estrellas a las mil maravillas. Hablando de estrellas, mi nueva compañera de departamento es astrónoma y viene de Veracruz, aunque pasó una temporada estudiando en Granada. Esta convivencia, con continuos cambios, me está enriqueciendo mucho; se aprende mucho al compartir algo más que una plática con culturas y costumbres distintas.
Panteón de Tzintzuntzan en la noche de muertos

Ofrenda a mis familiares
La noche de muertos me puso los pelos como escarpias. Estos mexicanos celebran una noche para los difuntos más jóvenes y otra para los adultos. Inundan los panteones y cementerios de laboriosas ofrendas, y no tienen reparo en pernoctar (con las bajas temperaturas que se alcanzan en Michoacán, sobre todo cerca del lago de Patzcuaro) junto a los altares de sus serse más queridos. Es una tradición muy antigua, anterior a la llegada de los españoles, por lo que no tiene nada que ver con el cristianismo. Estas costumbres y el sentimiento que tengo por los que ya no están conmigo, me animaron a hacer una ofrenda. Unas flores de cempaxóchitl (con un color naranja muy intenso) sirvieron de base, en el centro de la cual coloqué un pan de muerto, por cortesía de mi cuate mexicano. En las cuatro esquinas coloqué el nombre de mi abuelo y mis tíos. Un pez de madera para el primero (pues era carpintero y salía a pescar cada mañana de julio al espigón de Santa Pola) y un cigarrillo como muestra de su único vicio; una naranja para mi tío, pues es de Valencia, y un clavel rojo para mis tíos, ya que salían de Andaluces en las fiestas de mi pueblo. La leyenda dice que durante la noche de muertos las ánimas caminan sobre el lago de Patzcuaro y se reúnen con sus seres queridos, junto a las ofrendas, donde toman la esencia de los alimentos para conseguir la fuerza y energía hasta el año siguiente; es por esto, que al degustar las ofrendas con posterioridad, los alimentos no tengan el mismo sabor que a priori. Puedo asegurar (tal vez por la magia del momento) que esto es así.

A la mañana siguiente entregamos las llaves, recogí los 100 pesos de fianza del control de TV, y partimos hacia DF; no sin antes parar en Tlalpujahua, donde compré una caja de 12 esferas de Navidad por 45 pesos (menos de 3 euros). Esta empinada ciudad se caracteriza por el gran número de minas de oro y plata que posee, por lo que es especialista en la fabricación de tales adornos. Todos están hechos a mano y decorados de formas inimaginables.

Ya de regreso, tumbado en el pasillo de aquel autobús repleto de voluminosos souvenirs (estos mexicanos compran muchos recuerdos: serpientes de madera, cajas de mimbre del tamaño de una lavadora, sombreros mexicanos…), me di cuenta de que apenas me quedaba un mes en aquellas tierras. Me entristecí un poco. Esta está siendo la experiencia de m vida. No obstante, pensar en la cena de Nochebuena rodeado de mis familiares, y en la posterior salida con mis amigos de toda la vida por los bares de mi pueblo me alegró bastante.

Al regresar lavé la ropa, aunque mi maleta estaba casi vacía de tales harapos (cuando regrese a España dejaré toda la ropa a mi carnal y ocuparé la maleta con todo de lo que acá me estoy proveyendo). Cené salmón con patatas fritas, algo que se me antojó durante todo el viaje, mientras veía la clausura de los juegos panamericanos que se celebran en Guadalajara. México acabó cuarto, detrás de los todopoderosos Estados Unidos (más conocidos como gringos por estos barrios). Disfruté mucho durante aquel mes, pues varios canales retransmitían las 24 horas aquellas competiciones (algunas desconocidas por completo para mí).

El jueves no me costó demasiado volver a clase. Tenía ganas de reencontrarme con mis compañeros de salón y escuchar las pláticas de los doctores. Tampoco esta vez me tocó exponer el Libro de Alexandre. Los alumnos se toman las exposiciones tan en serio, que mientras se visten, decoran el aula y llevan a cabo la representación de su tema, se pasan las dos horas. Las clases de francés y de inglés ya están llegando a su fin, por lo que deberemos hacer una cena para despedirnos. Me encantan las cenas de clase, y echo mucho de menos las que hacíamos en Alicante; como aquel grupo de Filología no hay ninguno.

Mañana sábado he quedado con la profesora de Filología Hispánica I, pues es la directora de Medievalia y vamos a trabajar en ella.

Estoy enganchado al Pueblo Mexicano, sobre todo a la canción que cierra la serie. Les dejo un video para que la conozcan.

El próximo martes veré a Joaquín Sabina en el Auditorio Nacional, y el sábado siguiente haré lo propio con Fernando Delgadillo. Este domingo comienza la temporada taurina, y en el cartel aparece Enrique Ponce; solo asistiré de nuevo a la plaza más grande del mundo si viene José Tomás.

Los mexicanos (no todos, pero sí la mayoría) cierran sus frases (muchas de ellas anacolutos) con la muletilla “güey”; esto resulta muy curioso, pues parece que lo hagan a propósito. Por este motivo, quizá la librería Gandhi lanzó este comercial: “leer…, güey; enriquece…, güey; tu vocabulario, güey”.

1 comentario:

  1. Bonito Michoacann he! imaginate cuando conoscas Baja, la rumorosa, el valle de Mexicali, laguna seca, el valle de guadalupe, te vas a morir de encanto, saludos

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