lunes, 26 de septiembre de 2011

26/09/2011 HONORIS CAUSA

Si la semana anterior fue puro turismo, fiesta, playa y kilómetros, esta fue tranquila, cultural, defectuosa… pero no por ello menos interesante.

El miércoles fue fatídico para el Atlético Colmillos. Después de un partido muy disputado, con algunas buenas ocasiones para ambos equipos, llegamos con empate a cero a los temibles penaltis. En la charla previa el capitán nos volvió a motivar arengándonos. Parece increíble la de cosas que te puede hacer sentir en un descanso. Esta vez nos mostró que se sentía orgulloso de haber jugado el campeonato junto a nosotros, que éramos buenos jugadores y mejores personas, y que la noche anterior al partido se había emocionado al ver cómo mediante este blog el nombre de Colmillos llegaba a España. Después de semejantes ánimos el desenlace no podía ser peor: volví a fallar mi lanzamiento y el capi erró el decisivo. Sin embargo, la sonrisa se dibujaba en cada uno de nuestros “colmillos” mientras nos despedíamos. Espero volver a jugar una pachanga con estos mexicanos.

Joan Manuel Serrat siendo investido Honoris Causa
Por la tarde hice mi tarea: descripción del cambio lingüístico de palabras (para Filología Hispánica I), lectura de Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas (para Literatura Mexicana 3) y lectura de Los milagros de Nuestra señora de Gonzalo de Berceo (para Literatura Española I); y ya cuando iba a acostarme me comentó una muy buena amiga con la que voy a clases de inglés que a la mañana siguiente investían Honoris Causa a Joan Manuel Serrat, a Carlos Saura y a nueve personalidades más del mundo de la ciencia y el arte. Ella es becada por la UNAM, por lo que siempre la invitan a este tipo de eventos; por suerte podía llevar un acompañante. De este modo, a las 08:30 de la mañana siguiente nos recogieron tres autobuses desde Metro Ciudad Universitaria. Todo el mundo iba vestido de gala, ya que se trataba de una ceremonia presidida por el rector de la UNAM: D. José Narro Robles. Tardamos menos de lo que imaginaba en llegar al Palacio de Minería (en el centro histórico de Distrito Federal), aunque el tráfico era denso (como la mayoría de los días). Debo hacer un inciso aquí, pues el día que rentamos los autos (automáticos todos ellos, pues la mayoría de los coches mexicanos, por influencia gringa estadounidense tienen el cambio de marchas automático), me cercioré (viendo la documentación de la guantera) de que, en este país, los automóviles que tienen más de (creo que eran) 3 años, están obligados a guardar un día a la semana sin ser utilizados, ya que el tráfico y la contaminación así lo requieren. A las 11:00 horas el coro de la UNAM cantaba el himno de la institución a modo de presentación. Los ya investidos honoris causa en años anteriores fueron pasando vestidos con toga y birrete de terciopelo de distintos colores (supongo que acordes a la rama a la que rinden honor). Más de 50 (algunos de ellos muy viejitos) se sentaron a la izquierda del escenario que se alzaba en el centro del patio del palacio, bajo el improvisado toldo que frenaba los fuertes rayos del sol. Acto seguido empezaron a desfilar los once protagonistas, todavía con una sencilla túnica negra: la escritora Margo Glantz, el sociólogo y ex rector de la UNAM Pablo González Casanova, la geógrafa María Teresa Gutiérrez Vázquez de MacGregor, el arquitecto Ricardo Legorreta, el astrónomo Manuel Peimbert Sierra, el neurocientífico Pablo Rudomín Zevnovaty, el cineasta Carlos Saura, el cantautor Joan Manuel Serrat, el político y diplomático Fernando Solana Morales, la historiadora de arte Elisa Vargaslugo Rangel y la científica Mayana Zatz. Los estudiantes de la UNAM que fuimos invitados nos sentábamos en la parte trasera; sin embargo, veíamos muy de cerca todo, ya que en el patio no había espacio para más de 800 sillas. Entre los que estaban delante, todos ellos impolutos, mi amiga distinguió a Tania Libertad, una cantante mexicana. Fue un acto muy ameno, de no más de dos horas, en el que a mí pesar ni Joan Manuel Serrat ni Carlos Saura tomaron la palabra. El rector presentaba a cada uno de ellos mientras se proyectaba un video con los logros y méritos de estas personalidades. Mayana Zatz (brasileña), una de las tres personas extranjeras (junto a Serrat y Saura), presentó la ceremonia; mientras que Margo Glantz (de la que me haría seguidor al día siguiente) cerró el acto. Así pues, si algo me faltó en esta mañana sin clases (pues la ocasión lo merecía) fue escuchar al maestro Serrat.

Max Rojas junto a los acompañantes
A la salida, el autobús nos esperaba para regresarnos a la universidad. Esta vez el tráfico era mayor si cabe, por lo que tardamos casi dos horas. Comí con mi amiga y por la tarde, a las 18:00 Max Rojas (escritor mexicano muy famoso) presentaba su libro El turno del Aullante. Una de mis amigas madrileñas, la que estudia también Letras Hispánicas, me comentó que su profesor (muy joven por cierto) dirigía una conferencia en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras. Después de más de media hora esperando mientras nos invitaban a un café, llegó el delgado y ya caduco Max Rojas. Vestía un jersey blanco beige muy fino y unos pantalones de parecido color, por lo que sus huesudos hombros se marcaban cada vez que caminaba. Pidió disculpas por su tardanza, al parecer el taxista no sabía cuál era su destino (algo que no me extraña, pues muchos saben muy poco de esta ciudad). Enseguida nos habló de su nuevo libro, de cómo y porqué lo había publicado, y de lo que sentía un poeta en México. A continuación, siempre con el libro pegado a su rostro, pues la ceguera ya era acusada, leyó una serie de poemas, todos ellos directos, diáfanos, libres y con toques románticos. Al final mi amiga adquirió por 100 pesos (6 euros) el libro que presentaba, y yo por 60 pesos (3,60 euros) compré Memoria de los Cuerpos de 2008. Platicamos con el escritor mientras nos dedicaba los ejemplares, y uno de los jóvenes poetas que también participó en la conferencia nos invitó a participar en un certamen poético online. En esta universidad hay muchísimos eventos a través de internet, en algunos de ellos puedes incluso ganar bastante dinero si tus publicaciones resultan ganadoras. Aquella noche me dormí leyendo los versos de este desconocido hasta entonces poeta, aquí van algunos: 

Como ceniza o próxima fabricación de espejos
o bebidas alcohólicas,
como extinción del fuego con agua de hojarasca,
como particular intento de atrapar las invioladas
regiones del olvido,
                             Cuerpos,
deshabiten su cuerpo y lleguen
hasta la vaciedad en que lo vasto
                                                    se difumina y hunde.
Poema IV, Memoria de los Cuerpos


Margo Glantz, en el centro
Al día siguiente, al final de la clase de Filología Hispánica I, la profesora nos comentó que necesitaba a un par de personas para colaborar en una la Facultad con una serie de trabajos, como una especie de becario (pero sin cobrar nada) de una revista. Yo me ofrecí, y el miércoles que viene me explicará con más detalle qué voy a hacer. Me dijo que no había problema en que el 20 de diciembre regresara a España, y que aprendería mucho en ese poco tiempo. Después tenía clase de Francés, pero a través de la Gaceta, ya mencionada en otras anteriores entradas de este blog, me enteré de que Margo Glantz, la escritora que había pronunciado el discurso de despedida en la ceremonia del día anterior, daba una charla a las 12:00 en el Aula Magna de la Facultad titulada “La tierra ajena: Viajes por la India”. Esta conferencia, repleta de gente y medios de comunicación (al igual que en la investidura), me ayudará en este blog; ya que la mexicana, sencilla y simpática, habló de su futura novela, donde cuenta sus andanzas por la India: sus peculiaridades, sorpresas, recovecos, gentes, costumbres, etc. La manera de describir cómo viven esta desconocida sociedad era amena, enriquecedora y minimalista. Me quedé con sus últimas palabras, que despertaron las carcajadas (aunque alguna frunció el ceño) de la mayor parte de los presentes: «Las leyes en la India son muy estrictas: matar a un pavo real son tres años de cárcel, matar a una vaca seis, matar a un hombre 500.000 rupias de multa… y matar a una mujer no tiene precio».

A las 13:00 horas acabó la charla. Comí en la cafetería de la facultad por 20 pesos (1,20 euros) el menú económico del día: arroz a la mexicana, sincronizadas (tortas de jamón y queso Oaxaca fundido), ensalada, agua de sabor y pan. A las 16:30 después de hacer el examen semanal de inglés, Carlos Saura hablaba en el Auditorio del MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo): “Presentación de la película La caza (1966) y diálogo en el marco de la Cátedra Extraordinaria Ingmar Bergman”. Tuve que agarrar dos pumabuses, por lo que cuando llegué, pasadas ya las 17:00 horas, la sala estaba llena. Vi la película en la cafetería del exterior, como otras tantas personas, y enseguida regresé a casa. Habíamos quedado para ir a una fiesta cerca de Miguel Ángel Quevedo (a dos cuadras de mi casa).

A la mañana siguiente me dio tiempo a lavar la ropa, comer mientras veía el Barçá-Atlético en TDN en vivo, el canal que retransmite los partidos en abierto de la Liga Española, y a ir a un mercado en el Eje 10, junto a la casa de mis amigos de Pamplona. Ya llevaba un par de semanas queriendo acercarme, pues comprar en el Walmart se hace caro en comparación con lo barato que es México. Más de 4 cuadras de puestos de carne, pescado, verdura, ropa, películas piratas… recogían sus enseres, eran las 17:00 y el sol comenzaba a descender. Tuve el tiempo justo para comprar unos 300 gramos de pulpo fresco por 35 pesos (2,10 euros), ternera (a poco más de 5 euros el kilo), manila (muy parecido al mango), y un sinfín de verduras y frutas. Poco a poco voy descubriendo la gran variedad de alimentos que puedes disfrutar en México. Las frutas son lo que más me llama la atención: tamarindo (especie de boniato muy dulce), guayaba (como albaricoques ácidos y amarillos), tuna (fruto del cactus, como pera con muchísimas pepitas, al igual que la guayaba), y papaya (melón alargado naranja, parecido a la calabaza). El chile (tajín) sirve de aderezo para todas las frutas, sobre todo las más acuosas, y parece mentira que te puedas acostumbrar, y lo que es peor, echar de menos, algo de picante en tales manjares.

Por la tarde-noche hicimos en casa de las madrileñas una paella y unas tortillas de patatas para agradecer a nuestra amiga oaxaqueña su hospitalidad la semana anterior. La comida no fue lo mejor, pues la sangría y las chelas nos distrajeron un poco en su cocina. Sin embargo, lo pasamos muy bien recordando las anécdotas pasadas. El tiempo aquí pasa muy deprisa, parece mentira que ya llevemos casi dos meses; ahora mismo el ecuador de mi estancia aquí.

A puerta gayola, uno de los mejores pases

El domingo pudimos levantarnos a tiempo para ir a la Monumental, la Plaza de Toros más grande del mundo (con capacidad para 50.000 personas). Habíamos quedado con un compañero de clase mexicano de mi amiga valenciana. Allí nos reunimos unas 7-8 personas con ganas de disfrutar de esta tradición española en México. No había mucha gente, pues se trataba de una novillada. Por 60 pesos (3,60 euros), el boleto más barato, nos sentamos en la novena fila, aprovechando los asientos vacíos. Hubo revolcones, caída del caballo picador, y algún contratiempo, pero sin heridos graves. Me llamó mucho la atención el fervor del escaso público, que no paraba de gritar (muchas veces con excesiva violencia) los errores de los toreros. No paraban de vender chela, obleas, pizzas e incluso tortilla española, aunque no tenía la misma pinta que en la península. El sol y los asiduos aviones brillaban en lo alto de una plaza majestuosa, sobrecogedora y ya impresionante semivacía. A la salida, al igual que a la entrada, numerosos puestos de comida llamaban nuestro apetito, entre ellos, uno que ofrecía la carne de los toros de la tarde, y otro que presentaba gusanos de maguey, bichos marrones oscuros que servían de acompañante para las típicas tortitas.

El domingo suelo cenar mientras veo en televisión “Playas de América” un reportaje (estilo Callejeros) por la costa de este continente. Si no es así, El Chavo del Ocho (que protagonizaba las tardes de verano en España durante mi niñez) y el Chapulín Colorado (que desconocía) son mis preferidos.

El miércoles a las 14:30 tengo un casting para una obra de teatro, mi carnal pamplonica me acompañará para hacernos hueco en el México profundo. ¿Qué nos deparará este país? Seguro que algo inesperado.

martes, 20 de septiembre de 2011

20/09/2011 OAXACA

El jueves 15 de septiembre se celebró el día de la independencia, por lo que aprovechamos para viajar por todo México en un auto rentado. Sin duda, fue el mejor fin de semana en este país.

El día de antes el Atlético Colmillos tenía una cita crucial: debía ganar el último partido de la liguilla; y no defraudó. Ganamos 5-0, jugamos al toque (dentro de lo “al toque” que se puede jugar en tales “campos”) y los españoles (mi amigo y yo) lo pasamos en grande marcando goles. El miércoles que viene disputamos los cuartos de final ante el equipo que ya nos eliminó los dos años anteriores. Ayer me llamó el capitán muy motivado y con ganas de jugar el partido hay que ver la euforia y las ganas con las que viven cada momento estos mexicanos.

En un primer momento teníamos pensado comenzar el puente el jueves, pero como nuestro destino era algo lejano y ya no teníamos clases después de comer, nos plantamos en el aeropuerto a las 17:00 horas para rentar un auto. Los mostradores de cada compañía estaban todas juntos, por lo que regateamos una por una hasta que nos ofrecieron el precio más barato. Por 2000 pesos (120 euros) teníamos un coche cinco días (de miércoles a domingo). Alquilamos tres, pues éramos trece (un holandés, una chilena, dos mexicanos, y nueve españoles del País Vasco, Navarra, Valencia y Madrid); y finalmente, por 462 pesos por persona (algo menos de 30 euros) nos movimos por Oaxaca, Monte Albán, Hierve el agua, Zipolite y Puerto Ángel.

Una de las mejores autopistas de México

A las 02:00 llegamos a Oaxaca. Tras más de seis horas por autopistas (y digo autopistas porque había que pagar peaje, ya que la carretera, en la mayoría de los casos, era un carril lleno de baches, algunas veces sin asfaltar) angostas y repletas de curvas, desprendimientos y animales (gallinas, burros, caballos, vacas, águilas…), entrábamos en la casa de una amiga mexicana. Tanto ella como su abuela se portaron de maravilla. Los trece dormíamos plácidamente hasta que (a eso de las cinco de la mañana) empezó a cantar un gallo cercano. Desayunamos tortitas con tomate, jugo y café; nos bañamos en una tina (con cubos de agua no muy fría que nos ayudaron a despertar del todo); y nos poníamos rumbo a Monte Albán, un yacimiento arqueológico parecido al de Teotihuacan. Como en muchos de los sitios turísticos, pasamos gratis por ser alumnos de la UNAM, pues la entrada valía 50 pesos. Nuestra amiga mexicana nos explicó todo bastante bien, y disfrutamos de las vistas de todos aquellos paisajes, solo un aperitivo de lo que íbamos a poder apreciar en los días sucesivos.

Monte Albán


Tule
Comimos junto a “El Tule” (el árbol más antiguo de América Latina: más de 2000 años de edad, 58 metros de grosor, 42 metros de altura, 14 metros de diámetro y 636 kilogramos de peso) unas quesadillas de pollo y pastor (especie de carne de porcino adobada muy típica y rica) por poco dinero y probamos el famoso mezcal (bebida alcohólica natural que se obtiene por la fermentación del agave especie de cactus parecido al aloe vera). Tras dar una vuelta por un mercado de artesanías oaxaqueñas agarramos los autos para empezar a disfrutar de aquella noche: pues se festejaba “el grito” en el zócalo (catedral del centro histórico). Como era el cumpleaños de una muy buena amiga madrileña, compramos una tarta y firmamos una bandera mexicana mientras tomábamos unas chelas en el centro de la ciudad. A las 23:00 horas el gobernador de la ciudad comenzó a gritar: “Vivan los héroes de la revolución, Viva México…” y los millones de personas allí presentes (no quiero pensar la gente que habría en el Zócalo de DF) festejaron por todo lo alto un día tan importante para ellos (quizá el que más).
Con tanta multitud hay que llevar cuidado, pues son muchos los que aprovechan para meter mano en bolsillos ajenos. A uno de nosotros nos robaron la cartera. Además, la policía tampoco ayuda mucho; la mordida (soborno, “para los refrescos” como lo mencionan ellos) estuve presente en nuestro viaje a los primeros minutos, pues al circular por el carril bus nos multaron. Tras tomar unas chelas y cenar, no muy tarde, nos acostamos. Al día siguiente había que madrugar para ir a la ansiada playa.

Hierve el agua
De nuevo el gallo nos saco de aquellas camas, sofás y colchonetas improvisadas para desayunar Tlayudas (especie de tortitas con carne chorizo, cecina, panceta, queso Oaxaca y verduras), más grandes y sabrosas de las quesadillas habituales. Esta comida típica de aquí era muy parecida a la torta de gazpachos española. Antes de dirigirnos a la playa teníamos marcado un destino obligado: Hierve el agua. Unos amigos catalanes habían hecho la misma aventura (y digo aventura porque viajar en auto por México es una verdadera tragicomedia) la semana pasada, y nos marcaron, con razón, este lugar como inolvidable. Unas piscinas naturales se alzaban en la cima de unas montañas, quizá volcanes, con agua limpia y tibia; podías disfrutar de un baño (ya no en las tinas) mientras admirabas el inmenso verdor que se extendía hasta el horizonte. Las fotos no muestran ni la mitad de lo que se sentía al estar allí presente. Al llegar allí y pagar los 20 pesos (1,20 euros) que nos pedían como cooperación para mantener este bellísimo lugar, vimos a un numeroso equipo que grababa, tras platicar con ellos supimos que se trataba de un comercial (anuncio) sobre la riqueza de México. Bajando aquel cerro podías ver el México profundo: mujeres que vestían con las ropas típicas y llevaban cestas en la cabeza, muros de cactus con banderas en la parte superior, casas con la segunda planta a medio hacer para los futuros hijos, desfiles en honor al día de la independencia, controles militares para supervisar el narcotráfico (nos cruzamos aquellos días con más de diez) y peajes improvisados por los habitantes de aquella zona. Como veis, las largas horas de carretera se veían compensadas por la cantidad de anécdotas e inimaginables situaciones con las que te encontrabas. Algo que me llamó la atención fue cómo un niño de no más de 12 años respondió a nuestro ¡Viva México! gritando: "Muerte al mal gobierno".

Pacífico


La única manera de llegar a la playa, desde Oaxaca, era cruzando un cerro enorme: más de dos horas de curvas, desniveles… pero preciosas vistas. Había una falla geológica que reunía entre las montañas multitud de nubes. A modo de pasajeros de un avión, veíamos desde arriba todo lo que nos esperaba. Tuvimos mucha suerte con el clima, no llovió y la temperatura era alta (unos 22-24 grados) para estar tan altos. Si hubiera llovido y viajáramos de noche, llegar a nuestro destino hubiera sido dificilísimo, pues la niebla en esta zona era espesísima. Tras más de ocho horas, a las 23:00 horas escuchábamos el mar, pues casi no veíamos nada en aquellas playas vírgenes y poco transitadas, pues era temporada baja. Rentamos unas cabañas a 15 metros de la orilla, en la pura arena de la playa, por 50 pesos (3 euros por persona). Dormíamos 4 en cada habitación: con dos camas de matrimonio, sanitario, ventilador (pues hacía un calor horrible, bochornoso) y lo mejor: una ventana enorme con mosquitera (ya que había muchísimos mosquitos) que daba al Pacífico. Aquella noche dormí como nunca lo había hecho en México. No sé si sería por el cansancio acumulado o por el placer de escuchar las olas y sentir la (aunque escasa) “brisa marina” (así se llamaba nuestro alojamiento). A las 10:00 de la mañana me desperté sin nadie en la habitación, todos estaban desayunando en una taquería muy acogedora en segunda línea de playa. Una ensalada de mango y unas quesadillas con frijoles me dieron energía para hacer el tour que en ese mismo momento nos ofreció César, un mexicano muy simpático que vestía con una playera del Barça. Por 110 pesos (6,60 euros) por cabeza, hicimos un tour de más de cuatro horas por diversas playas de la zona. Se suponía que nadaríamos con tortugas y delfines, y que, con un poco de suerte, veríamos hasta tiburones, pero lo único que vimos fue un par de tortugas lejanas que se escondían en aquella inmensidad azul cuando te acercabas. Sin embargo, aquella opción mereció la pena: la barca tenía toldo (pues hacía un sol sofocante), íbamos todos sentados con nuestro respectivo equipo (chalecos salvavidas, aletas y gafas de buceo) y tomando chelas y tequila mientras el agua nos salpicaba gustosamente. Allí conocimos a unos mexicanos muy simpáticos que nos aconsejaron sobre nuestro regreso a DF (tristemente, de nuevo por Oaxaca y su temible cerro, pues por Acapulco habría un tráfico terrible al ser puente). Una vez que saltamos desde unas rocas de más de cuatro metros, comimos un pulpo exquisito y barato en una playa de no más de 20 metros de larga. Antes de que atardeciera llegamos de nuevo a Zipolite para ver cómo el sol se escondía en el horizonte del Pacífico.

Atardecer en Zipolite
Ya era sábado por la noche y a la mañana siguiente debíamos partir de nuevo hacía DF, por lo que apenas dimos una vuelta por los antros (sin mucho éxito). Había sido un viaje relámpago, con muchos kilómetros (unos 2000) y demasiadas horas en la carretera; pero, sin duda, había merecido la pena. Nos llevábamos un recuerdo perenne y por ello no nos importó estar más de dos horas parados en un atasco de regreso por Puebla.

Atasco en Puebla de más de dos horas


El lunes llegamos a las 04:00 de la mañana al aeropuerto, dejamos los coches y nos acostábamos para empezar la semana. Felizmente de inmigración aún no me han dicho nada (deben de haber hecho puente ellos también). Espero que el miércoles el Colmillos pase a semifinales.

lunes, 12 de septiembre de 2011

12/09/2011 LUCHA LIBRE

Felizmente hoy no he tenido que ir a inmigración, aunque me huelo que el lunes que viene me tocará hacerlo.
Estoy enamorado de México. La semana pasada fue increíble, no hubo un momento de descanso, pero valió la pena. El martes pasado comencé mis clases de salsa en el Auditorio Che Guevara, justo al lado de la Facultad de Filosofía y Letras. Fueron dos horas de un ritmo vertiginoso. Éramos unas quince personas, entre un número equilibrado de chicos y chicas, por lo que pudimos bailar todo el tiempo con distintas personas. Es salsa cubana en rueda de casino: cada cierto tiempo vas cambiando de pareja al ritmo que marca la música. Espero que estás clases me sirvan para acercarme al nivel de salsa que veo todos los fines de semana por la noche.

El día siguiente, tras empezar a hacer prácticas en Filología Hispánica, analizando palabras y comentando cambios de signo, regresé a la Cineteca. Quedaban dos días para que terminara el Festival de Cortos de México y quería aprovechar para volver a divertirme tanto o más como la vez pasada. Sin embargo, esta vez los cortos me sorprendieron más si cabía. Julián Hernández y Roberto Fiesco eran los directores de Vivir, Bramadero, Vago rumor de mares en zozobra, Atomósfera, David y Paloma (toda esta información la recuerdo gracias a la revista Tiempo Libre); cortos cuyo tema principal era el amor homosexual. Antes de que comenzara, un chico presentó el festival de aquella tarde y dijo algo que me no había escuchado nunca en un cine: “las imágenes que se proyectarán a continuación presentan un alto contenido sexual explícito”. Imaginé, comparando con el cine español, que aparecería alguna persona semidesnuda, pero para mi sorpresa (y la de muchas menos personas que imaginaba) el primer corto no mostró otra cosa que dos homosexuales haciendo el amor. El tercero también era muy parecido, aunque mucho menos explícito. El que más me gustó fue Atmósfera, un cortometraje donde se describía el exilio del campo a la ciudad en México, la ideología conservadora de la abuela contra de la liberal del nieto. Así pues, aquella noche volvía a acostarme sabiendo algo nuevo: México no tiene reparos en mostrar cualquier cosa al público.

Portada de La gaceta
El jueves agarré La Gaceta, órgano informativo (gratuito) de la Universidad Nacional Autónoma de México. Este periódico semanal presenta toda la información relevante de esta maravillosa institución: noticias, museos, exposiciones, conferencias, cursos, seminarios, cartelera… Además, presenta un edición digitalizada en www.gaceta.unam.mx en la que un estudiante, trabajador o parado puede cerciorarse de la rica oferta cultural de esta “ciudad” que es la UNAM. Gracias a esto, planeé la salida al teatro del próximo domingo. Por la noche de este completo día, mi compañera de viaje y yo cenamos con un policía y su amigo, pues desde que nos enteramos de que íbamos a pasar 5 peses aquí, nos ayudó en todo lo que estuvo a su alcance y más: nos checó un hotel donde hospedarnos los primeros días, nos habló de las mejores zonas para rentar departamento, nos recogió en el aeropuerto a primera hora de la mañana, etc. De este modo, cocinamos una tortilla de patatas y una “paella” (aunque el azafrán, el agua y el arroz no es el mismo que en España). Pasamos un rato muy agradable, hablamos de las diferencias y escasas semejanzas entre España y México, de lo bueno y lo malo de cada zona y de lo afortunados que éramos de tener la oportunidad de estar allí un tiempo.

Cartel del Arena México
El viernes hice el ya habitual examen de inglés y me fui rápidamente a mi departamento a prepararme para la lucha libre. Un amigo de Tijuana nos comentó que aquella tarde (y al parecer la mayoría de los fines de semana) había un espectáculo de “explosiva lucha de estrellas” (tal como decía el cartel anunciador). Fuimos unas dieciocho personas, y no tuvimos problemas para tomar, todos juntos, asiento en la parte más económica, ya que, tristemente, había unos dos tercios del enorme pabellón vacío. La entrada nos costó 35 pesos (2,10 euros), aunque por 120 pesos podías sentarte en primera fila, junto al ring. Lo pasamos genial, pudimos desquitarnos del estrés que conlleva el D.F. mientras gritábamos ¡culeeeeero! Como en cualquier acontecimiento deportivo o cultural, eran constantes los vendedores de cerveza, pizzas, papas, etc. Había muchos espectadores con las máscaras que vendían en los alrededores del Arena México, donde tenían lugar las luchas. Por 40 pesos (2,40 euros) pude hacerme con una. En televisión parece que es todo un montaje, que fingen pelearse y que todo es un mero tinglado ficcional; no obstante, en vivo uno se da cuenta de que hay contacto físico, de que uno no puede dejar de hacerse daño al caer de espaldas de una plataforma de dos metros… aunque sí que es cierto que la exageración y la preparación en los movimientos es enorme. Tras tres horas de continuas peleas masivas (en más de una ocasión conté más de 8 personas en el cuadrilátero), monos enanos que acompañaban a los protagonistas y “viejas glorias” de este deporte tan popular; tomamos uno de los últimos metros y nos fuimos a una fiesta de despedida de una amiga colombiana que ya terminaba sus estudios acá. En esta ocasión pudimos conocer las costumbres del país del café y esperamos poder presenciar in situ tales riquezas, ya que la UNAM sortea este miércoles, con motivo de la III Feria Educativa Estudia Sin Fronteras, un viaje para dos personas a Colombia.

Lucha libre (fíjense en el mono enano azul de la derecha)

El día siguiente volví a quedarme sin ir a un famoso mercado que instalan los sábados por las mañanas en el ingente Eje 10. Me desperté tarde y apenas pude escuchar cómo el Barça empataba en Anoeta mientras hablaba con mis padres por skype. Comí un plato de pasta con el que llevaba soñando toda la semana (pues de lunes a viernes suelo comer en la cafetería de mi facultad un menú muy equilibrado) y me bañé en la regadera para ir a una velada literaria. Mi compatriota filóloga tenía un amigo que participaba en un recital de poesía, así que fuimos todos a acompañarla. Resulta que hay un grupo poético llamado El pozo que organiza eventos gratuitos de este tipo, en un recinto al aire libre muy acogedor y cercano a la UNAM (dentro de lo cercano que puede haber algo en este país). De 20:00 a 20:30 había barra libre de tequila (El Alacrán), por lo que pudimos disfrutar de los genuinos versos, eróticos en su mayoría, que unos veinte jóvenes fueron recitando bajo la tutela de la presentadora del acto. Hubo momentos de emoción y, aunque precoces, verdaderas joyas literarias. Seguidamente un chico y una chica bailaron una danza muy sensual, al compás de unos ritmos sudamericanos muy expresivos; antes de que los veteranos de este grupo poético cerraran con sus líneas esta magnífica velada. También había un concierto de jazz, pero nosotros no pudimos disfrutarlo porque habíamos quedado para asistir a una fiesta en Copilco, muy cerca de nuestras casas. Como en México las juergas terminan muy pronto, no es cuestión de llegar más allá de las 00:30. Aquella tarde sentí las ganas de los chilangos por crear, y espero poder asistir alguna vez más a este rico rincón.

Sin embargo, esta vez el que acabó pronto fui yo, pues apenas estuve en la fiesta. El día siguiente había quedado a las 07:30 con mi casera (que vive bajo de mi departamento) para ir a ver al Dalai Lama al Estadio Azul (templo futbolístico del equipo Cruz Azul, una de las escuadras chilangas, junto a Pumas y América). No soy un acérrimo seguidor de la religión budista, pero quería aprovechar que coincidía con esta cercana y sencilla personalidad mundial. Me llevé una grata sorpresa: la gente de mí alrededor lloraba mientras aplaudía la llegada de este líder espiritual; una tibetana le dio la bienvenida con unas sintonías e instrumentos muy exóticos; el famoso actor Richard Gere (al parecer, habitual partícipe de estos actos) habló a modo de presentación, del 11-S y de cómo vivió el atentado contra las torres gemelas de New York, ya que ese día se cumplían 10 años; y el Dalai Lama llevó a cabo una conferencia magistral, cerca, amena y anecdótica titulada: Hallando la felicidad en tiempos difíciles. Con paso inestable se acercó al sillón que le habían colocado detrás del escenario para pedir que le ayudaran a acercarlo al límite, lo más cerca posible de las 30.000 personas que había allí presentes. Llevaba una gorra blanca (del equipo Cruz Azul), muy chistosa si la comparabas con el resto de su indumentaria: una túnica morada muy sencilla con el interior naranja. Hablaba en inglés, pero había un traductor que hacía que los pocos que no lo entendían pudieran disfrutar de sus valiosísimas palabras. Se nota que es un erudito, aunque él intente ocultarlo con su humanidad. Habló de los pasos a seguir para disfrutar de la vida felizmente e incluso del narcotráfico en México, pues al final, en el turno de preguntas, no podía faltar este tema. El Nobel de la Paz se despidió amablemente (de verdad que no imaginaba que alguien pudiera ser tan simpático, jovial y mostrar esa vitalidad y energía con 76 años) mientras los mariachis tocaban el clásico Cielito Lindo. Por la tarde asistí con mis amigos (gracias de nuevo a la revista Tiempo Libre) al Foro Contigo América, muy cerca del World Trade Center, para disfrutar de Fuenteovejuna de Lope de Vega. Los actores, todos ellos mexicanos, vestían como la España del Siglo de Oro, y dialogaban en verso; por lo que la simbiosis del español antiguo y del acento mexicano era muy chistosa. Al final cada uno de los no más de 60 espectadores cooperó voluntariamente, pues este espectáculo también era gratuito.

Dalai Lama en Estadio Azul

Alegre o lamentablemente, México tiene un aeropuerto internacional en el centro de la ciudad, por lo que en cada uno de los actos de este fin de semana (lucha libre, velada literaria, visita del Dalai Lama) sonaban de forma estruendosa los motores de los aviones que constantemente aterrizaban y despegaban a pocos kilómetros. Salvo este detalle, disfruté sin peros de todo lo que ofrece esta ciudad de locos; hay tanto que ver, que ya empiezo a pensar que debería de durar más el semestre. Este jueves 15 es el día de la Independencia y posiblemente aprovechemos el puente (uno de los pocos) para viajar a Oaxaca y Puerto Escondido. Mañana vuelvo a tener clases de salsa, esta vez me acompañarán muchos amigos después del éxito de la primera, y el miércoles el Atlético Colmillos se juega el pase a la ronda final del torneo entre facultades.

lunes, 5 de septiembre de 2011

05/09/2011 PULQUERÍA

Hoy es lunes de nuevo, y no ha sido un buen día: he tenido que ir a la temible Oficina de Inmigración.

Ayer platicando con una amiga por el facebook me dijo que a ella le habían notificado en el seguimiento del trámite migratorio que tenía que pasarse por la oficina. Yo lo miré y también debía hacer lo mismo. Así pues, esta mañana a las 07:00 en pie y para el metro. El sistema de transporte colectivo es un caos: ríos de gente, calor, prisas, empujones, olor asfixiante a maíz… Además, Polanco, donde está la Oficina de Inmigración está bastante lejos de Ciudad Universitaria. Hay que agarrar tres líneas de metro y un pesero. A las 9:20 llegábamos mi amiga y yo, nos decían que nos faltaban un par de papeles insignificantes (sobre todo el de mi amiga: una carta como que quería conseguir el trámite migratorio, como si ir allí no fuera suficiente) y nos íbamos a la hora y algo, después de hacer un par de viajes a la papelería para fotocopiar algo que podían hacer ellos perfectamente allí, pues tienen todos los aparatos necesarios para ello. En fin, al menos pude llegar a clase de francés, aunque algo tarde. Además, lo buena de esta mañana fue que compré por fin un cd en el metro de música mexicana. Ahorita mismo lo estoy escuchando y me siento de pie, agarrado a los barrotes calenturientos y escuchando entre la masa popular a un pequeño wey diciendo: “Esta vez les traigo 300 temas!!! Lo mejor de la música de siempre!!! Para esas noches cotidianas, para esas reuniones improvisadas…!!! 10 pesos le vale, 10 pesos le cueeeeeesta!!!”.

Mural de Diego Rivera
Lamento informaros que el Atlético Colmillos no está pasando por su mejor momento. Hoy he hablado con el capitán y me ha dicho que la semana pasada perdieron. Yo no pude ir porque no me avisaron de la hora. Según dicen me enviaron un correo y un SMS que yo nunca recibí; pero yo creo que acordaron no avisarme después de haber fallado aquel penalti. Pasado mañana nos la jugamos, si no ganamos habremos perdido todas las opciones de clasificarnos para la fase eliminatoria. La tarde del desastroso partido de mis compañeros fuimos (el grupo de españoles y yo) con unos mexicanos a la noche de los museos. Una vez al mes los museos cierran más tarde y ofrecen visitas guiadas muy dinámicas. Sin embargo, esta noche debería ser tarde, pues a las 21:00 horas ya nos corrieron. No obstante, pudimos echar un vistazo al Museo Mural de Diego Rivera. Solo vimos uno de sus murales, pues teníamos poco tiempo, pero mereció la pena. Se trata de una pintura enorme, medirá más de 20 metros de largo y 5 de alto (les dejo una foto para que vean parte de lo que es); en ella se muestra la historia de México: desde la llegada de los españoles en 1521 a las costas mexicanas; pasando por la Inquisición; los políticos más relevantes del país (Porfirio Díaz entre ellos); el propio autor, Diego Rivera de niño, dando la mano al símbolo de la nación por antonomasia, la Catrina (la muerte vestida de blanco y con el dios Quetzalcoatl, una serpiente, a modo de bufanda); hasta llegar a los protagonistas de la Independencia de 1810 y la Revolución de 1910. Es, por tanto, un cuadro que simboliza la historia, la cultura, el mestizaje, las disputas, las alegrías y la vida mexicana. En esta visita, al guía le dio tiempo a darnos un pequeño esbozo de tal obra. Además, tuvimos la oportunidad de debatir con el resto de asistentes, entre ellos un maduro mexicano que opinaba muy mal de los españoles: pues según él habíamos arrasado con todo lo que nos encontramos. Sea verdad o no, es rico relacionarse con gente de otras culturas, con ideales distintos o no tan distintos al tuyo. Al cerrar el museo dimos un paseo por el centro histórico (el zócalo, el Palacio de Bellas Artes -subo una foto para que entiendan porqué me fascina tanto-, Correos…). Chile, México, Austria, Alemania y España eran nuestros países, por lo que conocimos un poco de cada uno durante aquella noche.

Palacio de Bellas Artres

Al día siguiente, jueves, aprendí mucho sobre Bernal Díaz del Castillo en Literatura mexicana 3 (novohispana), pues estamos leyendo la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. En Literatura española 1 (medieval) comentamos de forma muy dinámica e interactiva las jarchas, primeras manifestaciones literarias en lengua española, pues las primeras en la lengua castellana son las glosas emilianenses, según la doctora Miaja. Tenemos que leer el Mío Cid y Los 1001 años de la lengua española de Alatorre, por lo que ahorita mismo tengo que ponerme con mis tareas. Todos estos libros los sacaré de la Biblioteca Central de la UNAM, pues aunque no me hayan facilitado todavía mi credencial, puedo sacar hasta tres libros simultáneamente sin problema. Vean en la imagen la belleza de este edificio, el cual junto al resto del campus de CU fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO hace unos años. Esa misma tarde tuve la oportunidad de hacerme con un par de entradas para El Dragón Dorado, una obra de teatro que estrenaba la UNAM en el Teatro Santa Catarina, en Coyoacán, muy cerca de mi casa. Resulta que los jueves es el día del teatro y vale 30 pesos (1,80 euros), mucho menos si lo comparamos con el ya bajo precio de por sí: 150 pesos (9 euros). El ambiente me llamó mucho la atención: público de todas las edades, gustos y características abarrotaron la pequeña sala en la que no existía escenario alguno. Únicamente había una barra rectangular que simulaba la cocina de un restaurante japonés, donde los cocineros y meseros discutían y reflexionaban sobre la sociedad (los clientes que describían de tal manera que era fácil imaginarlos). Nunca había asistido a un teatro circular en el que no cupieran más de 40 personas, y donde los actores se las ingeniaban para que todo el público pudiera verlos desde todas las perspectivas y oírlos sin micrófono alguno. Fue una experiencia muy buena que espero que se repita algún otro jueves, pues la oferta cultural que ofrece la UNAM es muy rica y variada.

Biblioteca Central de la UNAM

El viernes comenzaba el fin de semana, aunque nosotros ya lo esbozamos el miércoles mismo. Era el cumpleaños de una compañera de clase de mis amigos españoles, y nos había invitado a pasar la tarde en un karaoke para posteriormente ir a su casa de fiesta. No imaginaba que en México hubiera algo así. Al fin y al cabo, es tan parecido a España en algunas cosas, aunque tan distinto en la mayoría. Estuvimos tomando unas yardas (cervezas de un litro con frutas de mango, pera, chile… al gusto); valían 70 pesos (4,20 euros), pero había 2 x 1 hasta las 19:00 horas. Así que por poca plata o lana (como llaman aquí al dinero) lo pasamos en grande. Los primero en abrir el recital fuimos mi amigo español, un mexicano y yo: un trío para cantar El rey de Vicente Fernández (“No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda… pero sigo siendo El Rey”). La fiesta estuvo muy chida: buena gente, excelente música y mucho espacio para intentar bailar salsa.

Pulquería
Necesitamos gran parte del sábado para recuperarnos de la agitada noche. A las 18:00 horas nos acompañaron unos mexicanos a una pulquería en Insurgentes esto de juntarse con mexicanos es lo mejor, te llevan a todos los sitios que valen la pena y te platican sobre multitud de temas. Este lugar no lo había visto en mi vida: tres pisos de local decorado muy mexicanamente (quizá porque se acerca el día de la Independencia: 15 de septiembre), lleno de gente sentada y de pie, platicando y bailando, tomando pulque y chelas. El pulque es una bebida alcohólica, totalmente natural, que se obtiene mediante la fermentación del maíz, hay de muchos sabores, es un líquido algo espeso y sin gas, parecido al orujo, pero mucho más suave. Aquella tarde había de frutas de la pasión, de avena y de apio (cuelgo una foto para que imaginéis de forma más diáfana esta desconocida bebida para mí, y quizá también para otros muchos). La pulquería estaba repleta de gente, por lo que nos tuvimos que sentar en un improvisado escenario del tercer piso donde supusimos (por los instrumentos que había) que acostumbran a tocar rock y pop. La enorme ventana estaba abierta, por lo que disfrutamos del atardecer antes de que la gente empezara a bailar salsa. Por la tarde nos invitaron a una fiesta muy buena onda en una casa cercana a la nuestra: no cobraban entrada y te invitaban a tacos y enchiladas a altas horas de la madrugada. Ya hemos llegado a la conclusión, los españoles, en que debemos de dejar de salir tanto de fiesta y visitar más museos y ciudades cercanas, aunque yo opino que de fiesta también se empapa uno de la cultura mexicana.

El domingo fue muy tranquilo, parecía que iba a estar todo el día en casa estudiando, pero unos amigos y yo terminamos yendo a la cineteca por primera vez. Está en Coyoacán, a dos paradas del metro de nuestro departamento, hay muchas cómodas salas y la cartelera es muy variada y actual. Yo quería ver Medianoche en París, pues me encanta Woody Allen o El mural de Diego Rivera, ya que unos conocidos nos hablaron muy bien de ella, pero finalmente nos decantamos por la que yo creo que fue una acertada elección: Short shorts film festival: México Cine 4. Este festival de cortos fue muy grato. Proyectaron cinco: Maripepa (unos jóvenes músicos sufren los problemas de la adolescencia mexicana el más rico en cuanto a la jerga callejera y el español en México); Martín (un niño que sufre la pérdida de su padre, un conductor de metro el que más le gustó a mis amigos); El secreto de la noche (el más divertido sin duda en el que un chico despertaba varias veces para ir al sanitario, hacía pis gustosamente… y enseguida despertaba realmente viendo que se había hecho encima); Cuando estemos juntos (los problemas de una pareja separada emocional e ideológicamente mi preferido); y 2042 (que nos alerta de una profecía maya que dice que el mundo acabará debido a la autodestrucción humana, aunque yo interpreté algunas connotaciones relacionadas con el narcotráfico).

Parecía mentira, pero era día 4 de septiembre (fecha en la que comienzan las fiestas de mi pueblo) y yo estaba en el cine viendo cortos mexicanos. Por suerte, pude hablar con mis amigos y sentirme muy cerca.