lunes, 24 de octubre de 2011

24/10/2011 TORRE LATINOAMERICANA

No siempre se cumple lo que uno planea. Esta semana fue tranquila, ya que el viernes tengo un examen de Filología Hispánica I, la asignatura más importante de las que curso aquí. Sin embargo, pasar una tarde por el centro de Distrito Federal, reunirme con los compañeros de salsa o con mis amigos catalanes, me abstrajo por momentos de asimilaciones, refonologizaciones y metátesis.

Conferencia "Premio Nobel de Economía 2011"


El martes a las 12:00 horas, aprovechando que se había suspendido la clase de francés de ese día, me acerqué al auditorio Narciso Bassols, pues Carlos López Morales, Javier Galán Figueroa y Hugo Contreras Sosa, moderados por el director de la Facultad de Economía, Dr. Leonardo Lomelí Vanegas, hablarían del “Premio Nobel de Economía 2011”. Aunque, no entendí “el teorema de la tela de araña” y las fórmulas que netamente explicaban, me gustó ir para poder contarle a mi hermano, que estudió todo esto, lo que allí dijeron. Algo que sí que me quedó claro fue la causa que, según ellos, había llevado a Europa a la crisis global: la falta de decisiones financieras conjuntas tratando una misma moneda.

La clase de salsa fue un no parar, cada vez aprendemos más pasos, y aunque los nombres (“Deja que Roberto te lleve a nadar” por ejemplo) se me olvidan con facilidad, nos reímos muchísimo. Además, cada vez somos más; ya triplicamos los doce o trece que asistimos por primera vez al Auditorio Che Guevara. Después de bailar, fui con una compañera a dos de las librerías más importantes de México: Ghandi y Fondo de Cultura; ambas están repartidas por todo el distrito, y casualmente hay encuentran en la Avenida Miguel Ángel de Quevedo, muy cerca de mi departamento. Aquí hay libros de todo tipo (novelas, cómics, guías de viaje, poesía, teatro…) y puedes tomar algo mientras los hojeas.

Barrio chino
El miércoles después de clase fui con una amiga al centro. Pasamos por el Barrio Chino, lugar en el que no es aconsejable estar tras atardecer, para llegar a la Plaza de la Electrónica. Un sinfín de pasillos de no más de 2 metros de ancho se entrecruzaba zigzagueando por más de 4 cuadras, las infinitas luces te guiaban en tu búsqueda, pues vendían móviles, cámaras de fotos, computadoras, radios, televisiones, ipods, accesorios para autos… Una vez que mi compañera dejó su cámara en una de estas estrechas ventanillas para que arreglaran la lente por 400 pesos (24 euros), nos acercamos a la Torre Latinoamericana.

Eran las 18:00, por lo que el sol ya estaba cerca de ocultarse tras los volcanes que rodean esta vorágine defectuosa. Pagamos los 60 pesos (3,60 euros) que nos pedían para subir al piso 42 de aquel longevo edificio, durante mucho tiempo el más alto de Latinoamérica. Sin duda, valió la pena. Aunque no pudimos llegar a la azotea, pues estaba cerrada por mantenimiento, las vistas desde el mirador eran sobrecogedoras. Ver todo el DF desde esa altura, sin atisbar los límites de esta enorme metrópoli, te hace ver lo diminuto que eres.

Palacio de Bellas Artes desde
la torre Latinoamericana, justo
antes de que comenzara un
concierto en la misma puerta
Como nos pusieron una pulsera amarilla, podíamos subir a la torre todas las veces que quisiéramos durante ese día; así que, una vez que vimos la exposición de murciélagos del piso 38, y nos preguntamos el porqué de eso ahí, bajamos para ojear la feria del libro del zócalo. Pasamos por la Churrería del Moro una de las más antiguas de México, pero fuimos fuertes y continuamos nuestro camino; no sin antes entrar en Mumedi, un café-museo de artes plásticas y visuales, lleno de originales camisetas, posters y accesorios (con precios europeos). Caminar por México es difícil, son tantas las cosas que te llaman la atención ─además de los imprevistos con los que te encuentras─ que se demoran tus paseos, de ahí que haya olvidado el significado de “puntualidad”.

Apenas dimos una rápida vuelta por el foro de Adolfo Sánchez Vázquez de la Feria del Libro, compramos unas gorditas de La Villa por 10 pesos (60 céntimos), y nos dirigimos al Exconvento Teresa. Eran las 20:00 y estaba comenzando un concierto del cuarteto Latinoamericano. La impecable acústica de esta antigua iglesia nos hizo disfrutar del chelo y el resto de instrumentos de cuerda. Además de la música, una exposición de vanguardia visual presentaba la velada. Resultaba muy chistoso ver una mesa llena de botellas de Coca Cola vacías junto a un puerco pintado en la pared del exconvento. El mestizaje es brutal en todos los sentidos.

Vistas desde el piso 42

Antes de regresar a casa, decidimos subir de nuevo a la torre para ver la ciudad de noche. No parecía la misma que habíamos vislumbrado hacía ya 3 horas. El zócalo, con su prominente bandera, el Palacio de Bellas Artes, el Palacio Nacional y el Xipe Totec, un edificio que estaba iluminado como una tela de araña roja, te ensimismaban.
En blanco y negro, un mar de luces

El jueves, en la clase de Literatura Española Medieval, una parte de la clase expuso el Libro de Apolonio. Me llamó la atención ver a gente disfrazada, con cartulinas que representaban de forma muy original a los personajes de esta temprana literatura, e incluso tocando el violín. Estos mexicanos se dejan la piel en cualquier cosa, por mucha flojera que te dé; intentan cualquier cosa por hacer las cosas bien. Esta semana, el resto de compañeros y yo, expondremos el Libro de Alexandre. Esperemos estar a la altura.

A las 17:00 fui con mi compañero geógrafo a la Sala de Videoconferencias de la Facultad de Filosofía y Letras, junto al busto de Sócrates. Allí, Ernesto Priego dio una charla sobre Blogs. Durante más de dos horas estuvo platicando sobre los avances que posibilita esta herramienta en el aprendizaje y en el hecho de compartir información, que es para lo que sirve internet. Una de las ventajas que mencionó se me quedó grabada, pues al posibilitar esta plataforma presentar artículos y lecturas que los miles de estudiantes de la UNAM fotocopian ilegalmente (como muchas de las cosas que, tristemente, se hacen en esta República), se respetaría mucho más el canon y el copyright, además de salvar la vida de miles de árboles.

Por la tarde, en la clase de inglés debatimos sobre el significado de “what is he like?”, pues algunos mexicanos lo traducen mediante la asidua fórmula “¿cómo se ve?”, con el sentido de “¿cómo es?” (físicamente). El español y el castellano no son lo mismo, y, aunque un mexicano pueda entender perfectamente un libro editado en España y viceversa, las diferencias a veces se prestan a confusión. Por ejemplo, la primera semana que estuve en México una amiga me dijo “te ves fatal”; yo asentí, ya que es cierto que sin lentes no veo muy bien. Más tarde entendí que lo que ella quería decirme era que tenía mal aspecto, sin embargo, el continuo uso del reflexivo con el verbo “ver” todavía hace que me cueste entender algunas cosas.

Tras esta enriquecedora plática, fuimos a casa de un compañero de la facultad, en la Villa Panamericana (un condominio en el que cada anaranjado edificio de ocho plantas muestra en la fachada el nombre de un país de Latinoamerica). Allí estaban algunos de mis cuates del Atlético Colmillos y fue el preludio perfecto para lo que nos esperaba: la fiesta de los “pinches catalanes” (como ellos mismos denominaron en el evento de facebook al que nos invitaron), también en Avenida Universidad (donde yo vivo). Dejamos para otro momento la cena con los compañeros de inglés, pues muchos estaban fuera y no habían podido ir ese día al salón (aula), al igual que el día anterior se pospuso la cena con mis compañeros de departamento, pues mi compatriota recibió la visita de su familia. En esta lujosa mansión bailamos música muy distinta a la que solemos escuchar en México, era una fiesta peninsular, y se notaba. No muy tarde me fui a casa, el domingo debía estudiar.

Teveunam, el canal de televisión (411) de la Universidad Nacional Autónoma de México, estrenó el martes 18 una serie muy interesante sobre la cultura mexicana: El Pueblo Mexicano. Martes y jueves de 22:00 a 22:30 horas pasarán uno de los trece capítulos que recorren la historia de estas riquísimas tierras, explicarán el mestizaje ─no solo de españoles, indios y africanos, sino también de asiáticos, árabes, judíos… pues todas las razas y culturas se fundieron en una interesante simbiosis─, las costumbres, la geografía y la vida mexicana. Esta cadena se está convirtiendo en una de las más vistas en mi departamento, pues constantemente proyecta documentales sobre Charles Chaplin o Woody Allen (dos de mis preferidos), reportajes (sobre Gabriel García Márquez) y entrevistas (como a Miguel León Portilla).


Nos enviaron desde la Dirección General de Cooperación e Internacionalización, de la Oficina de Fomento a la Internacionalización de la UNAM (donde todavía no nos han dado la credencial), un correo para asistir mañana martes a las 13:00 a una reunión para los de intercambio (con tenis ─zapatillas de deporte─ lentes oscuras ─gafas de sol─ y bloqueador ─entiendo que será protector solar─, según se explicita). El miércoles, de nuevo, es la “noche de los museos”, por lo que quizá me acerque a ver la exposición (http://www.cultura.unam.mx/index.html?tp=articulo&id=3038&ac=mostrar&Itemid=103&ct=0&titulo=hipernoche-con-ron-mueck&espCult=antiguo-colegio-de-san-idelfonso) de Ron Mueck. Otra opción, la más plausible, es visitar la ofrenda de muertos y la exposición de alebrijes (especie de bichos gigantescos de papel y cartón que se presentaron este fin de semana en un tradicional desfile): http://www.elfinanciero.com.mx/index.php/cultura/46518.

De momento, vuelvo a las páginas del Manual de Gramática histórica, esperando que el viernes a las 22:00 parta en el autobús con destino a Patzcuaro, a vivir la tradicional noche de muertos mexicana.

lunes, 17 de octubre de 2011

17/10/2011 FERIA DEL MOLE

La temible Oficina de Migración

Esta semana marca un antes y un después en mi estancia en México: se ha resuelto mi trámite migratorio. La “gachamiga” salió mejor de lo que esperaba, la cena de clase se pudo concretar, y tanto la Feria del Mole, como la del libro pusieron broche final a una semana imparable.

Para tentar a la suerte y al destino, esta vez decidí acudir a migración el martes; pensé que el motivo de la tardanza en mi resolución migratoria, aunque creo que no soy supersticioso, se debiera a que siempre había ido los lunes. Llegué sobre las 09:30 tras más de una hora de trasbordos en el agobiante, calenturiento y colapsado metro de México D. F. Enseñé mi pasaporte y discutí un instante sobre las fotos: ellos decían que debía de traer 3 fotos de frente y dos de perfil derecho (¿por qué exigirán fotos de perfil? ¿y por qué solo del derecho?) y yo respondía que ya las había entregado. Tras unos instantes de incertidumbre, búsqueda y milagroso éxito en la parte final de esta, el ojeroso funcionario (estos mexicanos no duermen nada) las encontró. Firmé unos papeles y me pidió que esperara mientras imprimía y plastificaba el carné que me daría tras quince minutos sentado junto a una decena de personas en mi misma situación. Era la quinta vez que iba a la Oficina de Migración, habían pasado dos meses, y en quince minutos había escaneado las fotos, impreso el formato y plastificado el carné que no debía perder bajo ningún concepto.

Embajada de España en México
Abandoné el familiar edificio y me dirigí a la Embajada de España, a dos cuadras de metro Polanco. La cola, como es habitual, estaba formada por más de cuarenta personas; así que tardé casi una hora en identificarme, dejar mi cinturón y algunos pesos que llevaba en el bolsillo izquierdo sobre la cinta del escáner e informar del motivo de mi visita: inscribirme en el registro y en el censo electoral para votar por correo en las elecciones del próximo mes. Allí conocí a muchos españoles que estaban en México, como yo, de forma definida. La mujer que por fin me atendió en el mostrador me platicó sobre la inseguridad del país, pues debí recordarle a su hijo. Aquella mañana coincidí con mi profesora de Literatura Española Medieval y con una compañera del País Vasco; ¡con lo grande y la gente que hay en Distrito Federal, y que con frecuencia me cruce con conocidos!

A Diego Rivera:
Este pintor eminente
cultivador del feísmo
se murió instantáneamente
cuando se pintó a sí mismo
Antes de regresar a Ciudad Universitaria, recogí dinero en Tacubaya. La opción de “Santander envíos” parece ser una de las que menos problemas conlleva, y no te cobran comisión. El cambio del euro al peso te favorece, por lo que al cambiar dinero adquieres alrededor de un 3% más. Compramos, mi carnal y yo, veinte panecillos caseros que debatimos si vender en el metro, de igual manera que venden diccionarios de matemáticas, calaveras literarias (poemas satíricos y burlescos de la sociedad mexicana), portacredenciales, folders, plumas, chicles, chocolatinas (caducadas)… y un sinfín de cosas inimaginables. A las 15:00 llegamos a mi departamento y comenzamos a preparar la “gachamiga”. Echaba de menos este plato típico de mi pueblo. Invité a unos amigos a probarlo. Resultaba chistoso ver a un holandés, una chilena o unas mexicanas volteando el sartén con cara de “¿será esto comestible?”. Estuvimos más de dos horas turnándonos para que no se pegara la masa. Normalmente en una hora se fríe el medio litro de aceite de oliva con dos cabezas de ajos y un kilo de harina de trigo, se vierten los cuatro litros de agua y se voltea sin descanso hasta que quede una masa compacta; sin embargo, el fuego de la cocina era escaso, y pese a tardar el doble, todavía había zonas algo crudas (sobre todo en el centro).

La "gachamiga" llega a México

 La clase de salsa de aquella tarde fue algo pesada. Nos movíamos con dificultad por la copiosa comida, pero aprendimos pasos muy divertidos, aunque también complejos, para practicarlos el viernes próximo en la fiesta que tendrá lugar en el departamento de una compañera.

El Caracol d´Or, acogedor antro de Coyoacán
Al día siguiente, una vez que terminé de ver la evolución vocálica del latín a las lenguas romances, fui a Coyoacán con mi chilena y mi madrileño-chileno. Fuimos caminando desde casa al Zócalo de la delegación a la que pertenecemos. Las calles eran muy coloniales, llenas de colorido y gruesos árboles a ambos lados de la adoquinada calzada. Visitamos la Fonoteca Nacional y tomamos unos jugos de frutas riquísimos junto a un viejo cantautor que tocaba lo que le pedíamos. Una de las canciones que más me gustó fue el tango Volver de Gardel. Me recordó mucho a la película (que más tarde recomendaría a la chilena) de Almodóvar y Penélope Cruz. Fue una tarde muy agradable. México D.F. tiene muchas y variadas opciones; y esta de Coyoacán es una de las más tranquilas y enriquecedoras.

El jueves tuve dos exposiciones: una en Literatura Española Medieval sobre el “Labrador avaro”, uno de los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo; y otra en clase de inglés sobre Juan José Millás, uno de mis escritores preferidos. Me latió ver cómo mis compañeros mexicanos se interesaban por este valenciano, desconocido por todos ellos.

El fin de semana comenzaba con la cena de clase de francés. Unas treinta personas cenamos en Mamma´s Pizza, una pizzería que enloquece a mi amiga. Estos platos italianos eran muy gruesos y caros. Las salsas, bálsamos y chiles circulaban con rapidez entre todos los allí presentes, aunque entre los españoles todavía se atascan. Seguidamente, fuimos a una fiesta norteña en metro Eugenia, y disfrutamos de un sofá muy cómodo. Llevaba tiempo sin sentarme en uno, pues en mi departamento no cuento con tal mueble.



Mole, en la Feria Internacional
El sábado a las 14:00 horas quedé con el portero del Atlético Colmillos. Mi carnal y yo íbamos a la Feria del Mole en San Pedro de Atocpan (Milpa Alta). Esta pequeña (aunque no en habitantes: 1.000.000), tradicional y tranquila pedanía se encuentra a unos 15 km de DF; sin embargo, tardamos más de una hora, el tránsito, ya de por sí densísimo, acrecentó con la famosa feria. Una vez en casa de mi cuate, su madre nos preparó comida típica de allí: arroz a la mexicana (con guisantes, zanahoria y mole) y pollo con chile y tamales (masa de maíz azul con frijoles). Seguidamente, fuimos a la feria, donde estuvimos hasta bien entrada la noche: vacas, cerros floridos (aunque aquí no hay primavera), cientos de puestos de mole, mezcal, pulque, tequila, tortillas, tacos, quesadillas, pozoles, quesos y carnes nos invitaban a degustar estos exquisitos manjares. Compré un cuarto de mole apiñonado por 25 pesos (1,50 euros) para que en Navidad lo pruebe mi familia. Tomamos unas yardas mientras platicábamos con estos mexicanos de los que cada día aprendo algo, cada vez más curioso e inesperado. Al regresar a casa del cancerbero, jugamos a poker mientras tomábamos ron con agua mineral (con gas), por lo visto, se trata de una mezcla habitual acá. A continuación, visitamos una fiesta de música electrónica antes de dormir tapado por una manta del calendario azteca.

Vestidos como mexicanos en la Feria del Mole


Cinco como estas desayuné
El desayuno de la mañana siguiente fue espectacular: tortitas de maíz azul con bistec de ternera, nopales, chile y limón. Aún me relamo al recordar aquella conjunción de sabores mientras escribo estas líneas. Tanto mi amigo como su familia se portaron de maravilla. Nos acogieron en su casa, nos trataron como a dos mexicanos más y nos enriquecieron con sus pláticas. En las casas de este país no suele haber televisión en el salón, por lo que la conversación, felizmente, es lo más habitual. En el pesero de vuelta estuvimos sentados junto a dos chavos, de no más de 18 años que acunaban en sus brazos, cada uno, a uno de sus chavitos, menores que ellos, aunque no mucho. Entristece ver a personas tan jóvenes con hijos. Al parecer, según una encuesta que me comentaba mi compañero de departamento, el 80% de los mexicanos tiene relaciones sexuales sin protección.
Palacio de Bellas Artes, donde se proyectaría el vídeo sobre Siqueiros

Fería del Libro en el Zócalo de México D.F.
Aquel domingo todavía tuvimos tiempo para pasar la tarde en la Feria del Libro del Zócalo. Bajamos del metro en Hidalgo, y paseamos por la Alameda Central al tiempo que veíamos las curiosas artesanías y ritos religiosos que tienen lugar allí. Resulta curioso ver lo arraigado que está la superstición y la religión en este país. Muchísimas personas pagan cientos de pesos a alguien que, según dice, tiene el don de la bendición. La Biblia es recitada en muchos rincones de las aglomeradas plazas, y el olor a maíz inunda cada recoveco. Tras dar una primera vuelta por los cientos de puestos de libros de cocina, arquitectura, ciencia, viajes, humanidades, e infantiles, visitamos el interior de la Catedral y subimos al campanario en la última visita de la tarde. Las vistas desde aquí eran muy buenas; además, estaba atardeciendo y disfrutamos viendo cómo se ocultaba el sol tras la bruma, la polución, los volcanes y la metrópolis. Me sorprendió una de las más de cincuenta campanas: hace más de veinte años golpeó a un joven campanero de quince años mientras este la tocaba por primera vez y lo mató, por lo que tenía una cruz roja en la parte central y había estado hasta el año 2000 (año Xacobeo) atada y privada de ser tocada como castigo.
Vistas desde el campanario. La Torre Latinoamericana, la más alta

20 pesos (1,20 euros) ambos
Al bajar de nuevo a la feria, nos hicimos con unos libros de cocina y Biografías de mexicanos ilustres. Hay espacios dedicados a distintas editoriales: Siglo XXI, Alfaguara, Porrúa (una de las más famosas en México)… y hasta foros y cafés literarios dedicados a grandes escritores (Federico García Lorca o Adolfo Sánchez Vázquez entre otros); además, escritores consagrados, aunque desconocidos, de momento, para mí, firman libros.

De regreso al metro pasamos por el Palacio de Bellas Artes, donde se proyectaba un video sobre los muralistas mexicanos. Resulta muy grato visitar el centro histórico los domingos: hay gente de todas las partes del mundo, los comercios están abiertos, las esquinas repletas de personajes populares y los museos, este día, suelen ser gratis. El Museo Antropológico es uno de los que mejor me han hablado, así que el domingo que viene intentaré visitarlo.

El Principito, en el auditorio Rosario Castellanos, en el CELE;
con motivo del Festival de Otoño
Hoy lunes, extraño las hojas de registro a la entrada de migración, la rutinaria visita online de mi trámite y la mañana perdida. No obstante, el Festival de Otoño del CELE (Centro de Estudiantes de Lenguas Extranjeras) ─donde tomo clases de francés─ ocupó mi tiempo. Entre el segundo examen de francés que hacía y la clase de inglés, asistí a la representación de El Principito, de Antoine de Saint-Exúpery. Durante tres días se llevaran a cabo múltiples y variadas actividades interculturales: muestras gastronómicas de Italia, Rumanía, Grecia, Japón, etc.; conferencias, teatros, películas… No hay descanso en México, las continuas actividades te llevan a elegir y a prepararte (como diría mi carnal) “para la siguiente fase del día”.

Les dejo el comercial que aparece en la televisión mexicana sobre el día de muertos en Patzcuaro, el próximo 2 de noviembre. La agenda para la próxima semana ya se va completando: inauguración de un antro el miércoles; cena con los compañeros de departamento el jueves; comida con los compañeros de clase de inglés y fiesta con la clase de salsa el viernes; trabajo con Medievalia el sábado; y Museo de Antropología el domingo.  Aunque parezca caótica tanta planificación, uno se acostumbra en México a prever todo, pues este país es una caja de sorpresas, en el que viene bien tener un orden cuando no sabes qué te va a deparar.

lunes, 10 de octubre de 2011

10/10/2011 PUEBLA

¿Quién decía que el mundo es un pañuelo? Mi nuevo compañero de departamento es, al igual que yo, de la Universidad de Alicante. Resulta curioso que viva en México con alguien de la misma ciudad que yo; sin embargo, esta nueva convivencia cambiará de nuevo en noviembre. 


Jorge Fernández Granados, Israel Ramírez y David Huerta
El martes y el miércoles de la semana pasada tuvo lugar en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de 16:00 a 20:00 horas el I Coloquio de Poesía Mexicana. En él tuvimos la oportunidad de ver, escuchar y aprender de longevos y precoces poetas: Karen Villeda, María Andrea Giovone, Roberto Cruz Arzabal, Jorge Aguilera López, Oscar de Pablo, Iván Cruz, Enrique González Rojo, Max Rojas, Mariana Ortíz, Martín Solares, Omar Soto Martínez, Jocelyn Martínez, Verónica Volkman, Tedi López Mills, Israel Ramírez, David Huerta y Jorge Fernández Granados. De todos había algo que aprehender, pero me entusiasmó sobre todo Karen Villeda y su perspectiva sobre la poesía digital y los nuevos proyectos de literatura digital; me fascinó la forma de entender la poesía del joven Oscar de Pablo; y me agradó volver a ver a Max Rojas y conocer a otro de los contemporáneos: David Huerta. También me llamó la atención la prodigiosa memoria de Jorge Fernández Granados, pues recitó perfectamente su poesía durante más de veinte minutos sin libro alguno.

El jueves, en una hora que tenía libre entre clase y clase, me colé en el I Seminario de Especialistas en Renacimiento. Mediante skype, posiblemente por incomparecencia, una voz inglesa hablaba sobre literatura italiana a los más de sesenta asistentes a la Sala de Videoconferencias.

El día siguiente hice un examen parcial de inglés. Me salió bastante bien, así que fui a celebrarlo a casa de mis amigos madrileños. Sin embargo, ese viernes no salí de fiesta: a la mañana próxima íbamos a Puebla a pasar el fin de semana.

Zócalo de Puebla
A las 12:00 quedamos en metro Quevedo para desplazarnos hasta Tapo, la central de Autobuses. Por 220 pesos (13,20 euros) fuimos y regresamos de esta ciudad colonial que distaba a unos 100 km de Distrito Federal (2 horas contando con el denso tráfico). El camión (autobús) era cómodo, el aire acondicionado funcionaba y pasamos por dos casetas de peaje. En Puebla dimos una vuelta por el Zócalo y comimos un menú típico de aquella zona por 45 pesos (2,70 euros): crema de chayote, arroz con mole, chuletas de porcino (cerdo) con mole pasilla, frijoles y postre. Tenía ganas de probar el “mole”, pues estaba en boca de todos con los que platiqué de mi viaje a Puebla. Es un sabor extraño pero agradable, parecido al chocolate en aspecto y a crema de calabaza en sabor, pero con un toque picante apenas perceptible cuando se mezcla con carne o arroz.

Seguidamente estuvimos buscando un lugar donde pasar la noche. No nos costó mucho, a dos cuadras del zócalo rentamos una recámara para los cinco por 420 pesos (25,20 euros).
Dejamos el poco equipaje que nos llevamos (apenas una muda limpia y una camiseta de recambio) y nos pusimos a recorrer las coloridas calles de aquella ciudad en la que años antes Hernán Cortés había llegado con sus tropas. Las casas no superaban las dos alturas, todas eran de colores llamativos y estaban flanqueadas por suntuosas iglesias y catedrales. Dice la leyenda que hay iglesias como días tiene el año, aunque nuestro guía en Cholula, ciudad que visitaríamos al día siguiente, nos comentó que no había más de doscientas, cifra que, de todos modos, resulta increíble, contando con la escasa extensión de estas urbes. Los mercados de artesanías se entrelazaban por plazas y banquetas (aceras); cerámica, ropa, decoración, souvenirs se hacían hueco entre los escasos metros con el que cada cubículo contaba. Mi compañera chilena se hizo con un sombrero mexicano de terciopelo decorado con los colores de la bandera de la república (verde, blanco y rojo), la madrileña buscaba ansiosa una chamarra de una especie de lana y yo discutía con todos los patrones por una huevera; en este país no deben de usarlas, pues me costó muchísimo encontrar una para mi madre.

Vistas desde la Iglesia de Los Remedios (ahí tendría que verse el Popocatepetl)

Por la noche dimos una vuelta por la Plaza de los Sapos, a un par de cuadras hacia el oeste del Zócalo. En todos los bares nos invitaban gustosamente a pasar, pero los precios una vez dentro no eran muy bajos. Así que pronto nos acostamos: a las 07:00 de la mañana sonaría el despertador para tomar el camión a Cholula. Este nos costó 7,50 pesos (45 céntimos) y tardó 30 minutos. Nos dejó en la calle que daba a la Iglesia de Los Remedios, en la cima de una pirámide del siglo VII d. C. y frente al Popocatepetl, un volcán inmenso que con asiduidad presenta la cúspide nevada. Ese día no tuvimos suerte, pues la polución y la nubosidad nos impidieron verlo. Antes de subir a la iglesia entramos a un museo que narraba la batalla, y el posterior triunfo, de Hernán Cortés. Describían la postura de La Malinche y la ruta que llevaron a cabo. Resultaba emocionante caminar por los mismos trechos por donde 490 años antes nuestros antepasados cabalgaban. En la base de la Plaza de los Altares contratamos por 150 pesos (9 euros) a Filiberto, el guía que nos acompañaría por todo el perímetro. Al igual que en Teotihuacan y Monte Albán, sonaba un graznido (se cree que del dios Quetzalcóatl) al aplaudir frente a las escaleras de la base piramidal. Platicar con esta gente que sabe tanto sobre su país y sobre el lugar que estás visitando te enriquece muchísimo.
Chapulines 
La ascensión a la iglesia fue muy amena, las vistas a la cuadriculada Cholula y los puestos de artesanías y frutos secos que había a los costados de la empinada subida te hacían caminar sin darte cuenta. Fue aquí donde por fin, tras mucho imaginarlo, probé el sabor salado y agrio de los crujientes chapulines (saltamontes). Compré una bolista para mi gente de España y desayuné una quesadilla de chicharrones al instante. Aunque el sabor de estos insectos me agradó, llevaba cinco horas despierto sin probar bocado. A la salida de una taquería que había junto a la ladera de la pirámide, me hice con unos calendarios aztecas que ya había estado a punto de comprar en Puebla. Hice bien, pues el precio de las artesanías es mucho más barato en Cholula. No ocurre lo mismo con la comida, que es más rica, variada y económica en la capital. Por este motivo, regresamos a la Plaza de los Sapos donde habíamos estado la noche anterior para comer Cemitas (quesillo, frijoles, aguacate, jitomate y mole) y pasear por un enorme y variado mercadillo. Aquí vendían antigüedades, objetos de segunda mano y artesanías. Entre las iglesias y los mercadillos, no hay tiempo para ver otra cosa en Puebla. A las 17:45 tomamos el camión de regreso a Distrito Federal. Dormimos las dos horas y llegamos a metro Tapo lloviendo, como ha vuelto a ser habitual esta última semana.
Arroz con mole

Al llegar a casa hice lo peor que podía haber hecho: miré el estado de mi trámite migratorio en la página del Instituto Nacional de Migración. Debía presentarme en la oficina, pero el lunes no sería el día. Estaba cansado y no tenía ganas de empezar la semana en aquel lugar; prefería disfrutar unas horas más de sueño y de aquellos maravillosos recuerdos que me dejó mi visita a Puebla: un lugar que no puede faltar en tu visita a México.
Mercadillo de Puebla

Acabo de cenar una tortilla de patatas con chile. Le da consistencia y un sabor más potente. Mañana quizá prepare una “gachamiga”, plato típico de mi pueblo. El jueves hay una charla sobre blogs, por lo que espero poder poner en práctica todos lo que allí me enseñen. El viernes, si el DF no lo impide, haremos una cena de clase de francés y el sábado mis compañeros del Atlético Colmillos me han invitado a la Feria de Mole. México es increíble.

lunes, 3 de octubre de 2011

03/10/2011 PUMAS-AMÉRICA

Ya estamos en octubre. Cada vez están más cerca los exámenes finales, y las tareas nos ocupan las tardes; sin embargo, siempre hay tiempo para visitar la zona cultural de la UNAM, ver un buen partido de fútbol como es el derbi defeño por antonomasia, PUMAS-AMÉRICA, o pasar la tarde en el Bosque de Chapultepec.




La semana comenzó, como la mayoría de las veces, de forma inesperada: el grupo Calle 13 presentaba el martes a las 12:00 su nuevo videoclip en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales ─curiosamente la más lejana de Ciudad Universitaria─. Quedé a las 11:00 con mis amigos en metro CU para dirigirnos todos juntos a la facultad, pero cuando llegamos y nos formamos en la larguísima cola, nos advirtieron de que el cupo ya estaba lleno y que no podríamos hacer otra cosa que seguir la presentación por los monitores que había en el exterior. Como tenía clase de francés, me fui si poder verlos; no obstante, mis amigos tuvieron suerte y la organización, y Calle 13 cómo no, hicieron el acto hasta tres veces para que el “chingo” de gente que quedó sin poder entrar la primera vez tuviera la oportunidad de verlos en vivo. Según me contaron fue algo rápido, sin llegar a cantar, pero quedó patente el compromiso social y la lucha que estos artistas mantienen en todos los lugares a los que viajan. El nuevo videoclip se llama Latinoamérica, y en él se muestran las imágenes que caracterizan esta ingente, variopinta y rica tierra. El estribillo, en boca de mujeres típicamente latinoamericanas, dice así: “tú no puedes comprar el viento, tú no puedes comprar el sol…” haciendo referencia al gigante norteamericano (los tan comúnmente llamados “gringos” en esta zona) y a su injusto trato. Les dejo el enlace del video en “youtube”: http://www.youtube.com/watch?v=DkFJE8ZdeG8. De veras merece la pena.

Esa misma tarde, en la clase de salsa nos recordaron el “vacílate”, “mambo”, “dame”… y nos enseñaron los nuevos pasos: “dile que no” y “enchufa”. Además, la profesora nos advirtió que al final de semestre, poco antes de regresar para la península, tenía lugar una demostración de salsa abierta al público en el Auditorio Che Guevara, donde tomamos la clase. También está pendiente hacer una cena y, lo más importante, visitar un antro dónde bailar salsa, que al fin y al cabo es dónde se aprende. En estos lugares te quedas impresionado de la forma de bailar.

Revista Medievalia
El día siguiente tuve el casting para la obra de teatro. Me presenté a la hora indicada en el sitio acordado con mi carnal y mi filóloga. En el pasto (césped) frente a la Biblioteca Central había un matrimonio joven con su chavita, vestida de los pumas (el equipo al que vería ganar el sábado de esa misma semana), gateando. Junto a ellos también había una chica, que veinte minutos más tarde sabría que iba a ser la actriz de la obra a la que formaría parte. Fueron muy simpáticos, me dijeron que no me iban a preguntar nada, que solo querían oírme, explicar quién era, por qué iba al casting y mi relación con el teatro. Dije todo lo que se me ocurrió y me dieron un ejemplar de la obra que dirigían. La obra trataba del aborto, y tenía como objetivo ser representada en los institutos y centros dónde los más jóvenes empiezan a relacionarse. Dudaron en darme el papel de un jorobado, el de un boxeador cubano y el de un mexicano que tiene un final trágico, es abortado. Así que tuve que representar los tres, en medio del campus universitario y escuchando las sin éxito disimuladas carcajadas de los que me acompañaban cada vez que intentaba imitar el acento cubano. Finalmente, me agradecieron presentarme, tomaron nota de mis datos personales y me dijeron que pensarían qué personaje encarnaría, pero que contaban conmigo. Me esperaban el sábado a las 15:00 para ver la representación e ir conociendo a los actores; sin embargo, el viernes, al conseguir boletos para el derbi, tuve que marcarlos y posponer la presentación para la próxima semana. Seguidamente fui al Instituto de Investigaciones Filológicas para conocer mi puesto en la revista Medievalia. Allí me atendió muy bien la doctora Marta Angélica, pero me dijo que hasta que no regresara la directora de la publicación, mi profesora de Filología Hispánica I, Concepción Company, no podría empezar. Sin embargo, me dio un ejemplar para que fuera conociéndola y me propuso tres secciones: intercambio (revisión por las bibliotecas de los materiales que nos pueden interesar), digitalización (escanear y pasar a ordenador los números nuevos y los anteriores) y edición (recibir los artículos, revisarlos y presentarlos a publicaciones). Elegí la última opción, y tras intercambiarnos los datos, acordé vernos hoy. Esta tarde fui tras hacer el examen parcial de las siete unidades hasta ahora vistas en inglés. Tardé cerca de una hora, pues el tráfico por Ciudad Universitaria es horrible. Afortunadamente los pumabuses, siempre gratuitos, te llevan, tarde o temprano, a tu destino. Como todavía no había regresado la doctora, me estuvo enseñando el objetivo de nuestro trabajo, la metodología y las normas. También conocí a Almas, mi compañera de clase, y ahora de trabajo.

 El día siguiente platiqué con mis profesores de Literatura Mexicana 3 (novohispana) y de Literatura Española I (medieval), y me dijeron que no había problema en ausentarme la semana pasada por la ceremonia Honoris Causa. La asistencia es obligatoria, y si faltas más del 20% de las clases estás reprobado (suspenso). Tuve suerte de que Margo Glantz, una de las escritoras más afamadas del México contemporáneo, protagonizara el acto. Hay una diferencia entre mi universidad y esta: en Alicante la Literatura se comienza a estudiar desde el siglo XX hacia atrás, mientras que en la México, y en la mayoría de las universidades, se hace al revés, comienzan en Literatura Medieval y avanzan hasta los contemporáneos. Esto, a mí parecer, suscita una angustiosa problemática. Pienso que en Alicante los estudiantes tienen la ventaja de comenzar a estudiar algo, tan complejo y variado como es la Literatura, por lo más cercano a nuestro tiempo. De este modo, el lenguaje y los temas son fáciles de aprehender, aunque los antecedentes (todo lo que precede a estos autores y tópicos) se ignore. Por otro lado, si comienzas a leer con 18 años los textos medievales, fácilmente dejes la carrera a mitad y optes por hacer otra cosa. La mayoría de los profesores optan por la segunda opción, la de estudiar cronológicamente los textos, achacando que la base, aunque dura, es fundamental. Yo opino que la forma más correcta y amena es hacerlo de adelante hacia atrás, pues cronológicamente siempre habrá antecedentes (como es la Literatura Latina). Tras este largo inciso, fui con mi cuate a la alberca, donde sin éxito intentamos apuntarnos. Todavía no nos han dado la credencial UNAM y no podemos sacar libros de la biblioteca, rentar bicipumas, etc. Por la tarde, al ser jueves, día del teatro (a 30 pesos), fui con mi filóloga a la zona cultural, cerca del Instituto de Investigaciones Filológicas, para ver La Tempestad, de Shakespeare en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón. La cola que estaba formada, al igual que con Calle 13, me hacía presagiar que tampoco cumpliría mi objetivo aquella tarde. Así fue, no quedaban entradas hasta el jueves 13, tres semanas más tarde, pero aún no estaban a la venta. En México, y sobre todo en D.F. puedes planear lo que quieras, pero unas veces estos planes salen bien, y otras por tráfico, muchedumbre o cualquier cosa, salen mal. Hay que aceptarlo y no enojarse. Dimos una vuelta por el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) y tras debatir si íbamos al UNIVERSUM (Museo de Ciencias de la UNAM) ─el cual, seguramente por la hora, estaría cerrado─ regresamos a casa para tomar unas chelas.

El viernes empezaba el fin de semana, aunque en México no se pueda delimitar de forma tan tajante. Mi compañera de inglés, que nos iba a conseguir los boletos gratis, el pamplonica y yo, nos levantamos a las 05:00 para unirnos a la cola (dense cuentas la cantidad de veces que nos formamos para cualquier cosa). Darían 450 boletos, uno por becado por la UNAM. Normalmente dan dos, pero en este partido tan importante redujeron la oferta. Gracias a una considerable madrugada, la más temprana pro ahora, conseguimos un puesto en el Estadio Olímpico Universitario para el sábado a las 16:00. El Pumas casi siempre juega los domingos a las 12:00, pero, no sé porqué, esta vez cambiaron el horario, quizá para evitar mayores altercados.

Después de repasar y diferenciar, fonéticamente, las consonantes y vocales del latín, español medieval y español actual, comí en unas quesadillas de chicharrón mientras mi ropa giraba en una de las veintitantas máquinas de la lavandería. Aquella tarde, los mismos que organizaron la primera fiesta a la que asistimos, los de Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, nos invitaron de nuevo; esta vez en un exconvento en San Ángel, a 10 minutos de Miguel Ángel Quevedo y Avenida Universidad, donde vivimos. La fiesta terminó a las 02:30, empezó a las 16:00. Así que descansamos pronto. El día siguiente nos esperaba la Rebel (hinchada de Pumas).


Boleto PUMAS-AMÉRICA
Como el sábado anterior, fui al mercado del Pedregal de Santo Domingo, en Eje 10 (a 10 minutos en pesero desde metro Copilco). Esta vez, además de comprar carne, fruta y verdura (el pescado era demasiado caro), mi pinche y yo nos hicimos, por fin, con una playera del equipo universitario. Costaba 130, pero conseguimos negociar las dos por 240. Finalmente, el patrón nos devolvió 40 euros de más, por lo que nos salió por 100 pesos (6 euros) cada una. Obviamente no era la oficial, pero serviría para presenciar el partido que todos los universitarios estaban esperando. Comimos con la que nos consiguió los boletos, nos preparamos para el partido y agarramos un pesero. El tráfico era indescriptible, sin embargo: cláxones, semáforos en rojo, policías que cortaban el paso, vendedores de banderas de Pumas… Todo era un caos, quedaban 15 minutos para el partido y estábamos a 400 metros del estadio (a una hora en coche). Además, teníamos un problema añadido. La UNAM regala boletos para los partidos siempre y cuando no se revendan. Este acto está gravemente penalizado. Si localizan un boleto en la reventa de este tipo, reniegan la beca al portador del mismo. A mi amiga la llamaron el viernes por la tarde diciéndole que iban a acceder a su beca para quitársela. Al parecer el que cortaba los boletos dejó parte del de mi amiga en el de un desconocido. Este anónimo, que no lo era para la organización, lo había vendido y acusaban a mi compañera por ello. Tras arreglarse un poco las cosas, habíamos quedado a las 15:30 en la puerta 2 del campo de fútbol para que este, desde ahora sin beca, le devolviera la parte que faltaba. Resulta que todos los boletos en México responden a un mismo formato: un tríptico que los de seguridad van checando (comprobando) a medida que pasas los rigurosos controles. Como llegamos tarde, el chavo ya se fue y tuvimos que ingeniárnoslas para sortear el primero control, el que arrancaba el primer pliegue de la entrada. Tuvimos suerte. La aglomeración de gente nos permitió pasar sin problema. Nos sentamos tras la portería defendida por Picolín, el portero de nuestro equipo, y empezamos a gritar: “¡Gooooooya, Gooooooooya, cachún cachún, rá rá, Gooooooooooooya, Universidad!”. El partido fue muy disputado, al principio dominaba el América con buenos pases y triangulaciones, pero sin éxito a puerta. En el descanso un sinfín de patrocinadores y comerciales desfilaba por la pista de atletismo. Unos pequeños afortunados hicieron una yincana que terminaba con un penalti a Goyo (la mascota de la UNAM). Regalos de camisetas y balones cerraron esta fiesta, hasta nunca vista por mi parte en los campos españoles. Tras el descanso llegó el ansiado gol. Todo el mundo empezó a tirar la cerveza, a saltar, a gritar… no sé cómo no se cayó el estadio. Me llamó la atención que un espectador en la grada de nuestra afición llevaba un sombrero de América. Toda la grada se cebó contra él y la policía tuvo que llevárselo. Estos actos empañaban un diálogo entre la porra (seguidores) de América y Unam. Les dejo un video, también de youtube, en el que se describe este acontecimiento: http://www.youtube.com/watch?v=YYXiuBp_nJE
La Rebel de los Pumas UNAM

Por la noche salimos a festejar la victoria por la Zona Rosa (la mayor zona gay de México). Esto no lo sabíamos, pues fuimos engañados por una mexicana que nos aseguraba una fiesta de música electrónica muy chido. El Jacalito, un antro donde todo puede pasar, fue nuestro último destino. A la mañana siguiente quería visitar por fin el Bosque de Chapultepec.

Aquí empezó todo
Buscábamos una tarde tranquila, dar una vuelta entre aquellos miles de distintos árboles y comprar algunos recuerdos; pero nada fue así. Al entrar vimos un corrillo de gente, nos acercamos y distinguimos a un payaso haciendo un show de baile con chavitos. En qué mala hora se me ocurrió hacer una foto. El payaso nos vio y nos preguntó de dónde éramos. Como buenos españoles aceptamos su invitación a hacer el ridículo delante de los cientos de personas que allí había. Nos enseñó a bailar mexicanamente, mientras un chavito de no más de 12 años bailaba improvisadamente con mi amiga madrileña. No olvidaremos Chapultepec. Cuando terminó el show solo dispusimos de media hora para ver los puestos, los lagos y los verdes árboles. Resulta muy agradable encontrar espacios cómo este en el centro neurálgico de DF. Esperamos regresar otro día, esta vez, posiblemente, sin sorpresas.

Bosque de Chapultepec

Mañana martes mi compañero de departamento Paul, el australiano, regresa a su país. Aunque solo hayamos compartido dos meses de techo, voy a echar de menos sus costumbres, pláticas y consejos. ¿Quién será el nuevo inquilino?