lunes, 17 de octubre de 2011

17/10/2011 FERIA DEL MOLE

La temible Oficina de Migración

Esta semana marca un antes y un después en mi estancia en México: se ha resuelto mi trámite migratorio. La “gachamiga” salió mejor de lo que esperaba, la cena de clase se pudo concretar, y tanto la Feria del Mole, como la del libro pusieron broche final a una semana imparable.

Para tentar a la suerte y al destino, esta vez decidí acudir a migración el martes; pensé que el motivo de la tardanza en mi resolución migratoria, aunque creo que no soy supersticioso, se debiera a que siempre había ido los lunes. Llegué sobre las 09:30 tras más de una hora de trasbordos en el agobiante, calenturiento y colapsado metro de México D. F. Enseñé mi pasaporte y discutí un instante sobre las fotos: ellos decían que debía de traer 3 fotos de frente y dos de perfil derecho (¿por qué exigirán fotos de perfil? ¿y por qué solo del derecho?) y yo respondía que ya las había entregado. Tras unos instantes de incertidumbre, búsqueda y milagroso éxito en la parte final de esta, el ojeroso funcionario (estos mexicanos no duermen nada) las encontró. Firmé unos papeles y me pidió que esperara mientras imprimía y plastificaba el carné que me daría tras quince minutos sentado junto a una decena de personas en mi misma situación. Era la quinta vez que iba a la Oficina de Migración, habían pasado dos meses, y en quince minutos había escaneado las fotos, impreso el formato y plastificado el carné que no debía perder bajo ningún concepto.

Embajada de España en México
Abandoné el familiar edificio y me dirigí a la Embajada de España, a dos cuadras de metro Polanco. La cola, como es habitual, estaba formada por más de cuarenta personas; así que tardé casi una hora en identificarme, dejar mi cinturón y algunos pesos que llevaba en el bolsillo izquierdo sobre la cinta del escáner e informar del motivo de mi visita: inscribirme en el registro y en el censo electoral para votar por correo en las elecciones del próximo mes. Allí conocí a muchos españoles que estaban en México, como yo, de forma definida. La mujer que por fin me atendió en el mostrador me platicó sobre la inseguridad del país, pues debí recordarle a su hijo. Aquella mañana coincidí con mi profesora de Literatura Española Medieval y con una compañera del País Vasco; ¡con lo grande y la gente que hay en Distrito Federal, y que con frecuencia me cruce con conocidos!

A Diego Rivera:
Este pintor eminente
cultivador del feísmo
se murió instantáneamente
cuando se pintó a sí mismo
Antes de regresar a Ciudad Universitaria, recogí dinero en Tacubaya. La opción de “Santander envíos” parece ser una de las que menos problemas conlleva, y no te cobran comisión. El cambio del euro al peso te favorece, por lo que al cambiar dinero adquieres alrededor de un 3% más. Compramos, mi carnal y yo, veinte panecillos caseros que debatimos si vender en el metro, de igual manera que venden diccionarios de matemáticas, calaveras literarias (poemas satíricos y burlescos de la sociedad mexicana), portacredenciales, folders, plumas, chicles, chocolatinas (caducadas)… y un sinfín de cosas inimaginables. A las 15:00 llegamos a mi departamento y comenzamos a preparar la “gachamiga”. Echaba de menos este plato típico de mi pueblo. Invité a unos amigos a probarlo. Resultaba chistoso ver a un holandés, una chilena o unas mexicanas volteando el sartén con cara de “¿será esto comestible?”. Estuvimos más de dos horas turnándonos para que no se pegara la masa. Normalmente en una hora se fríe el medio litro de aceite de oliva con dos cabezas de ajos y un kilo de harina de trigo, se vierten los cuatro litros de agua y se voltea sin descanso hasta que quede una masa compacta; sin embargo, el fuego de la cocina era escaso, y pese a tardar el doble, todavía había zonas algo crudas (sobre todo en el centro).

La "gachamiga" llega a México

 La clase de salsa de aquella tarde fue algo pesada. Nos movíamos con dificultad por la copiosa comida, pero aprendimos pasos muy divertidos, aunque también complejos, para practicarlos el viernes próximo en la fiesta que tendrá lugar en el departamento de una compañera.

El Caracol d´Or, acogedor antro de Coyoacán
Al día siguiente, una vez que terminé de ver la evolución vocálica del latín a las lenguas romances, fui a Coyoacán con mi chilena y mi madrileño-chileno. Fuimos caminando desde casa al Zócalo de la delegación a la que pertenecemos. Las calles eran muy coloniales, llenas de colorido y gruesos árboles a ambos lados de la adoquinada calzada. Visitamos la Fonoteca Nacional y tomamos unos jugos de frutas riquísimos junto a un viejo cantautor que tocaba lo que le pedíamos. Una de las canciones que más me gustó fue el tango Volver de Gardel. Me recordó mucho a la película (que más tarde recomendaría a la chilena) de Almodóvar y Penélope Cruz. Fue una tarde muy agradable. México D.F. tiene muchas y variadas opciones; y esta de Coyoacán es una de las más tranquilas y enriquecedoras.

El jueves tuve dos exposiciones: una en Literatura Española Medieval sobre el “Labrador avaro”, uno de los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo; y otra en clase de inglés sobre Juan José Millás, uno de mis escritores preferidos. Me latió ver cómo mis compañeros mexicanos se interesaban por este valenciano, desconocido por todos ellos.

El fin de semana comenzaba con la cena de clase de francés. Unas treinta personas cenamos en Mamma´s Pizza, una pizzería que enloquece a mi amiga. Estos platos italianos eran muy gruesos y caros. Las salsas, bálsamos y chiles circulaban con rapidez entre todos los allí presentes, aunque entre los españoles todavía se atascan. Seguidamente, fuimos a una fiesta norteña en metro Eugenia, y disfrutamos de un sofá muy cómodo. Llevaba tiempo sin sentarme en uno, pues en mi departamento no cuento con tal mueble.



Mole, en la Feria Internacional
El sábado a las 14:00 horas quedé con el portero del Atlético Colmillos. Mi carnal y yo íbamos a la Feria del Mole en San Pedro de Atocpan (Milpa Alta). Esta pequeña (aunque no en habitantes: 1.000.000), tradicional y tranquila pedanía se encuentra a unos 15 km de DF; sin embargo, tardamos más de una hora, el tránsito, ya de por sí densísimo, acrecentó con la famosa feria. Una vez en casa de mi cuate, su madre nos preparó comida típica de allí: arroz a la mexicana (con guisantes, zanahoria y mole) y pollo con chile y tamales (masa de maíz azul con frijoles). Seguidamente, fuimos a la feria, donde estuvimos hasta bien entrada la noche: vacas, cerros floridos (aunque aquí no hay primavera), cientos de puestos de mole, mezcal, pulque, tequila, tortillas, tacos, quesadillas, pozoles, quesos y carnes nos invitaban a degustar estos exquisitos manjares. Compré un cuarto de mole apiñonado por 25 pesos (1,50 euros) para que en Navidad lo pruebe mi familia. Tomamos unas yardas mientras platicábamos con estos mexicanos de los que cada día aprendo algo, cada vez más curioso e inesperado. Al regresar a casa del cancerbero, jugamos a poker mientras tomábamos ron con agua mineral (con gas), por lo visto, se trata de una mezcla habitual acá. A continuación, visitamos una fiesta de música electrónica antes de dormir tapado por una manta del calendario azteca.

Vestidos como mexicanos en la Feria del Mole


Cinco como estas desayuné
El desayuno de la mañana siguiente fue espectacular: tortitas de maíz azul con bistec de ternera, nopales, chile y limón. Aún me relamo al recordar aquella conjunción de sabores mientras escribo estas líneas. Tanto mi amigo como su familia se portaron de maravilla. Nos acogieron en su casa, nos trataron como a dos mexicanos más y nos enriquecieron con sus pláticas. En las casas de este país no suele haber televisión en el salón, por lo que la conversación, felizmente, es lo más habitual. En el pesero de vuelta estuvimos sentados junto a dos chavos, de no más de 18 años que acunaban en sus brazos, cada uno, a uno de sus chavitos, menores que ellos, aunque no mucho. Entristece ver a personas tan jóvenes con hijos. Al parecer, según una encuesta que me comentaba mi compañero de departamento, el 80% de los mexicanos tiene relaciones sexuales sin protección.
Palacio de Bellas Artes, donde se proyectaría el vídeo sobre Siqueiros

Fería del Libro en el Zócalo de México D.F.
Aquel domingo todavía tuvimos tiempo para pasar la tarde en la Feria del Libro del Zócalo. Bajamos del metro en Hidalgo, y paseamos por la Alameda Central al tiempo que veíamos las curiosas artesanías y ritos religiosos que tienen lugar allí. Resulta curioso ver lo arraigado que está la superstición y la religión en este país. Muchísimas personas pagan cientos de pesos a alguien que, según dice, tiene el don de la bendición. La Biblia es recitada en muchos rincones de las aglomeradas plazas, y el olor a maíz inunda cada recoveco. Tras dar una primera vuelta por los cientos de puestos de libros de cocina, arquitectura, ciencia, viajes, humanidades, e infantiles, visitamos el interior de la Catedral y subimos al campanario en la última visita de la tarde. Las vistas desde aquí eran muy buenas; además, estaba atardeciendo y disfrutamos viendo cómo se ocultaba el sol tras la bruma, la polución, los volcanes y la metrópolis. Me sorprendió una de las más de cincuenta campanas: hace más de veinte años golpeó a un joven campanero de quince años mientras este la tocaba por primera vez y lo mató, por lo que tenía una cruz roja en la parte central y había estado hasta el año 2000 (año Xacobeo) atada y privada de ser tocada como castigo.
Vistas desde el campanario. La Torre Latinoamericana, la más alta

20 pesos (1,20 euros) ambos
Al bajar de nuevo a la feria, nos hicimos con unos libros de cocina y Biografías de mexicanos ilustres. Hay espacios dedicados a distintas editoriales: Siglo XXI, Alfaguara, Porrúa (una de las más famosas en México)… y hasta foros y cafés literarios dedicados a grandes escritores (Federico García Lorca o Adolfo Sánchez Vázquez entre otros); además, escritores consagrados, aunque desconocidos, de momento, para mí, firman libros.

De regreso al metro pasamos por el Palacio de Bellas Artes, donde se proyectaba un video sobre los muralistas mexicanos. Resulta muy grato visitar el centro histórico los domingos: hay gente de todas las partes del mundo, los comercios están abiertos, las esquinas repletas de personajes populares y los museos, este día, suelen ser gratis. El Museo Antropológico es uno de los que mejor me han hablado, así que el domingo que viene intentaré visitarlo.

El Principito, en el auditorio Rosario Castellanos, en el CELE;
con motivo del Festival de Otoño
Hoy lunes, extraño las hojas de registro a la entrada de migración, la rutinaria visita online de mi trámite y la mañana perdida. No obstante, el Festival de Otoño del CELE (Centro de Estudiantes de Lenguas Extranjeras) ─donde tomo clases de francés─ ocupó mi tiempo. Entre el segundo examen de francés que hacía y la clase de inglés, asistí a la representación de El Principito, de Antoine de Saint-Exúpery. Durante tres días se llevaran a cabo múltiples y variadas actividades interculturales: muestras gastronómicas de Italia, Rumanía, Grecia, Japón, etc.; conferencias, teatros, películas… No hay descanso en México, las continuas actividades te llevan a elegir y a prepararte (como diría mi carnal) “para la siguiente fase del día”.

Les dejo el comercial que aparece en la televisión mexicana sobre el día de muertos en Patzcuaro, el próximo 2 de noviembre. La agenda para la próxima semana ya se va completando: inauguración de un antro el miércoles; cena con los compañeros de departamento el jueves; comida con los compañeros de clase de inglés y fiesta con la clase de salsa el viernes; trabajo con Medievalia el sábado; y Museo de Antropología el domingo.  Aunque parezca caótica tanta planificación, uno se acostumbra en México a prever todo, pues este país es una caja de sorpresas, en el que viene bien tener un orden cuando no sabes qué te va a deparar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario