martes, 27 de diciembre de 2011

27/12/2011 DE VUELTA A CASA

Ya estoy en casa. Siento no haber tenido tiempo para escribir esta última entrada en el blog. Estas dos últimas semanas las pasé despidiéndome de un país que me ha enamorado, de una gente que me ha enseñado muchísimo y de una cultura que me ha ensimismado. El regreso a España fue muy extraño: obviamente, sentí una felicidad enorme al ver de nuevo a mi familia y amigos; pero me notaba algo raro al ver farolas en las uniformes aceras, a la gente respetando los semáforos y a los taxistas con cinturón de seguridad y taxímetro.

Calendario azteca en el Museo de Antropología
            Después del examen de Filología Hispánica, el martes 13, me despedí de los “pinches catalanes” (que viven en frente de mí) y fui a casa de Érica y Hugo para hacer lo propio (donde olvidé mi boina). El día siguiente fui al Museo de Antropología. Es enorme. Tiene una serie de enormes salas que corresponden a distintas etapas de la historia del hombre. Las que más me gustaron fueron las dedicadas a las culturas prehispánicas (mayas, aztecas, olmecas, mexicas…) y a la conquista. Se requieren más de cuatro horas para disfrutar de todo ello. Los estudiantes (con credencial UNAM) pasan gratis de martes a domingo (pues el lunes cierra). Como exposición temporal, habían traído del British Museum algunas figuras de la Grecia clásica (el Discóbolo de Mirón entre ellas). Al salir de aquí me acerqué al Hard Rock para comprar unas playeras a mi hermano y mi cuñada. Seguidamente comimos junto al templo mayor. El museo de este último, también gratuito para estudiantes, no tiene nada que envidiar al de Antropología.

Museo Diego Rivera-Anahuacalli
El día siguiente me acerqué a Coyoacán para ver el Museo de León Trotsky, la casa donde vivió hace más de cincuenta años tras abandonar la de Frida Kahlo. El precio fue de 20 pesos (1,20 euros) con credencial UNAM, 40 pesos (2,40 euros) sin ella. La primera parte está llena de fotografías y objetos personales del comunista. La zona que rodeaba un bonito patio, estaba custodiada por dos altas torres que servían para vigilar los constantes ataques que recibía este ucraniano. Los muros estaban dañados por balazos que la noche del 21 de agosto de 1940 acabaron con su vida, en un atentado dirigido por el pintor David Alfaro Siqueiros. A continuación, tomamos un pesero en División del Norte que nos dejó en la Calle Museo, donde estaba la casa-museo Anahuacalli de Diego Rivera. Como unas semanas antes había visitado la casa de su esposa Frida, canjeé el boleto que me exentaba del pago de esta enorme vivienda de más de tres pisos construida a base de piedra volcánica. Una guía nos explicó la inmensa colección de objetos prehispánicos del pintor, sus bocetos, murales y esculturas. Vale la pena esforzarse por encontrar este recóndito lugar. Para comer fuimos al Metro Coyoacán, donde se encuentran los famosos Chupacabras. Por diez pesos te daban un taco de carne adobada con 127 especias.

Los auténticos "chupacabras"
MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo)
Después de conseguir terminar con el papeleo en la UNAM (pues ese día era el último que estaría abierta antes de las vacaciones), fui al MUAC. Por 20 pesos (1,20 euros) tienes acceso a todas las salas, donde unos guías muy simpáticos te explican cada exposición y te hacen pensar sobre el arte contemporáneo. A la hora de cenar fui al centro de Tlalpan, una plaza muy concurrida; llena de terrazas para tomar algo y puestecillos de artículos navideños. En la casa de la cultura, la primera casa de esta delegación, presentaba el fin de semana próximo El Cascanueces.

Estadio Azteca
El viernes 16 por fin pude entrar al Estadio Azteca (les dejo una canción que Andrés Calamaro compuso en su honor). Por 80 pesos (4,80 euros) un guía te enseña las placas conmemorativas, la sala de prensa, el vestuario del equipo local (el América), el pasto y las gradas, donde hay un aficionado de piedra dedicado a un tal Nachito, aficionado que no faltó a ningún partido en este templo del fútbol durante quince años y que como regalo recibió una invitación vitalicia de la entidad para que entrara gratis a todos los eventos con la compañía de cuatro personas. Además, te toman una foto que te dan impresa con el título de Estadio Azteca a la salida. También me hice una foto con la camiseta de David Villa para enviársela por twitter y animarlo tras su grave lesión. Al salir del único estadio donde se han disputado dos finales de la copa del mundo, y donde han deleitado al mundo los dos grandes genios de la pelota (Pelé y Maradona), me marché al Universum (Museo de las Ciencias de la UNAM). La entrada (con una promoción de 2x1) valía de nuevo 80 pesos. Tres pisos te enseñan de forma interactiva el cuerpo humano, los temblores, las matemáticas, el universo y un sinfín de disciplinas de la rama a la que no pertenezco. Comí en el restaurante Azul y Oro, frente al teatro Juan Ruiz de Alarcón, en la zona cultural de CU; tal y como me había aconsejado mi profesora de Filología Hispánica, pedí “buñuelos de pato con mole”. Un plato de 150 pesos (9 euros), pero exquisito. Fue una muy buena despedida de la máxima casa de estudios. Antes de ir a una posada (fiesta navideña) que celebraba mi profesora de inglés, visité la Biblioteca Nacional y el espacio escultórico.
Espacio escultórico de la UNAM

En la posada bebimos ponche, cantamos la tradicional petición de pernoctar en casa de alguien, rompimos piñatas llenas de jícamas, naranjas, cacahuates y dulces, y bailamos hasta altas horas de la noche, primeras de la mañana.

Vistas desde lo alto del Monumento a la Revolución (en esa
explanada estábamos viendo a Britney Spears)
El sábado visité el Museo de la Revolución, subí al monumento y paseé por el tianguis de El Chopo, un mercado callejero donde puedes encontrar todo tipo de culturas urbanas. Comí en casa para acabar con gran parte de lo que me quedaba en la despensa y pasé la tarde en Coyoacán comprando los últimos detalles: pendientes del calendario azteca para mis primas y camisas hechas a mano y bordadas con cenefas muy coloridas para mis abuelas.

Vicente Quirarte, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, Carlos Slim,
Vicente Rojo y Fernando Canales (de izquierda a derecha)
El último día en México tuve una muy grata sorpresa: resulta que fui a pasar la mañana por el centro, y en el Palacio de Bellas Artes, iban a homenajear la vida de Fernando Benítez algunos de los escritores y periodistas más prestigiosos: Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Carlos Slim, Fernando Canales y (mi paisano) Vicente Rojo. Me encantó escuchar a estas personalidades de forma gratuita en una sala decorada por los mejores artistas del país. ¿Habría mejor forma de despedirme de este país? Comí en El Generalito, una céntrica cantina, y caminé por Reforma, donde me fotografié con el Ángel de la Independencia y con La Cibeles (imagen que al subir a las redes sociales hizo pensar a mis amigos que ya había llegado a Madrid). Antes de llegar a casa, paré en metro Insurgentes, donde había visto, a la ida, un gran tianguis, y compré unos imanes para el refri, una nueva boina y una chamarra de lana por 100 pesos (6 euros) que ha causado la risa de mis amigos españoles.

Arreglando el sobrepeso de la maleta en el aeropuerto
El lunes 19 me levanté temprano, vendí algunas cosas a un hombre que compraba usado, preparé la ropa que heredaría mi carnal (ahorita en Cuba) y armé la maleta. El peso máximo de equipaje que estipulaba la compañía con la que regresaría a Europa (Lufthansa) era de 23 kilogramos. El de la mía era de unos 30, según la báscula que me prestó la casera. Así que en el aeropuerto mi compañera Aixa rellenó algunos huecos de la suya para que no me cobraran sobrepeso. Le debo mucho. Antes de despedirme de la que había sido mi casa durante cuatro meses y medio, fui al Mercado de Artesanías de Coyoacán y me hice con un sombrero charro. No podía irme sin él.

Aterrizando en Frankfurt
Fue duro despedirme de mis madrileñas, de mis cuates mexicanos y de todas las estrechas amistades con las que había vivido tan intensamente aquella experiencia. En el avión no dormí. El monitor que cada uno de los pasajeros tenía en el respaldo del de en frente, me sirvió para elegir las películas que amenizaron las nueve horas que tardamos en llegar a un gélido y nevado aeropuerto de Frankfurt (uno de los más grandes de Europa, tras el de Londres y París). Tras descansar unas horas por las decoradas y caras (en comparación de las de México) tiendas, y platicar con unos vascos que esperaban para volar a Polonia, tras la cancelación de su originario vuelo (por suerte esta vez el nuestro no sufrió ningún tipo de tormentas, aunque la nieve hacía presagiar lo contrario), embarcamos impuntualmente con Spanair. A las 20:30 llegamos a Madrid. Mi madre me recibió. Con una sonrisa de oreja a oreja recogí mi pesado y mojado (por la nieve) equipaje: el tequila, el mezcal y el rompope continuaban intactos. Ya en el taxi que nos llevaría al hotel (pues era tarde y no había trenes que pasaran por mi pueblo), me puse el cinturón de seguridad y contaba pequeños detalles de mi aventura a mi madre a la vez que veía el taxímetro en marcha.

Fue muy extraño, repito, el regreso. Había terminado la mejor experiencia de mi vida, pero estaba feliz, contento de ver a la gente que tanto había echado de menos. En nochebuena unos chapulines sirvieron de botana para la familia, y un mezcal y un tequila de posterior festejo. Mi abuelo usaba una cuchara sopera para degustar este exótico manjar. A muchos le costaron reconocerme con el bigote y el pelo largo. Ahora llega el momento de segur con mi vida aquí, sin olvidar nunca tan buenos meses que he pasado en México, un país, desde ahora, muy diferente al que era para mí en julio.

Agradezco a toda la gente que me ha ayudado, tanto en México como en España (de muy variadas nacionalidades), y recomiendo a todos los que tengan la oportunidad, que olviden la mala fama de violencia e inseguridad que los medios de comunicación nos transmiten, y que lo visiten.

Espero que este blog sirva de guía y ayuda para futuros chilangos. 

martes, 13 de diciembre de 2011

13/12/2011 CUERNAVACA

Hoy es el último martes de mi estancia en México. También hoy (martes 13) hice mi último examen acá. Durante dos semanas no tuve tiempo para escribir el blog, los trabajos finales, los exámenes y las despedidas ocuparon los últimos ─este último adjetivo se repite cada vez más─.

El jueves 1 de diciembre me despedí de mi clase de Literatura Española Medieval I. La profesora me entregó el libro de Naranja dulce, limón partido dedicado a mi sobrino Héctor. La tarde la pasé haciendo el trabajo de la asignatura sobre “Los epítetos del Mio Cid” y de Literatura Mexicana I (novohispana) acerca de “La unidad espacio-temporal en los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca”.


Ópera en el Claustro de Sor Juana Inés de la Cruz
El día siguiente fui a la ópera con mi profesora de inglés, en el Claustro de Sor Juana Inés de la Cruz. La obra trataba la infidelidad, y la música de Mozart y el albur mexicano creaban una original mezcla. A la salida el programa de salud repartía una caja de 100 condones y un lubricante a los chicos; pues a las chicas les pertenecía otra sede. Resultaba curioso ver cómo nos formábamos en largas colas para recibir preservativos donde años atrás había estado enclaustrada una famosa escritora mexicana. Después de una hora escuchando cantar en italiano, fui a una fiesta con mis cuates. La dirección de la casa donde tendría lugar era la misma que meses atrás (Av. Pacífico 338). Esto lo supimos en el momento en que vimos la puerta de una gran cochera naranja. Resulta que hace tiempo no invitaron a una fiesta, nos acercamos a la dirección que nos dieron y no existía tal departamento; el número 338 de esa casa era una cochera. Extrañados nos fuimos a otra fiesta. Pues aquella noche pensamos lo mismo (nos han engañado, se han equivocado…). Esta vez, por suerte, íbamos con unos colombianos que sabían dónde era: justo enfrente. Había dos 338, uno enfrente del otro, cruzando los 4 carriles de la ancha calzada. ¡Aguas con la numeración de las calles de México! No siguen ningún orden. Aquí lloramos mientras nos despedíamos. A partir de esta noche, los destinos (idénticos hasta entonces) se separaban para muchos de nosotros.

Zócalo inaugurado decembrinamente
A la mañana siguiente intenté acompañar a mi chilena a una ONG en la que es voluntaria. No pude. Me levanté a las 10 de la madrugada para estudiar, pero ya hacía tres horas que se había marchado. Aquella noche teníamos un importante evento marcado en la agenda desde hace tiempo: un “adrianfest” (la fiesta de un muy buen amigo mexicano que conocimos en las primeras semanas, Adrián). Antes de agarrar el metro y un pesero para llegar a su lejana casa, nos acercamos al Zócalo para ver la inauguración de la pista de patinaje sobre hielo. Un enorme árbol (decorado con el logo de Pepsi) presidía la plaza, decorada con arcos y adornos navideños muy vistosos luminosos ─las calles no tienen ninguna farola que alumbre los baches, pero en la plaza bien de luces─. La casa nos recordó a una de nuestras primeras fiestas: angostas escaleras de caracol subían hasta la sala (de los gatos como la llama su dueño) donde todo el mundo bebía las famosas aguas locas (no recomendables). Acabé la noche en la zona rosa con los “pinches catalanes”.

Estadio Azteca
Horas más tarde me acerqué con mi chilena (más porque en dos días dejaría de verla que por ánimo) al Estadio Azteca. Nuestro objetivo era ver el Nacimiento más grande del mundo, creado en Cali (Colombia), con más de 18.000 metros cuadrados. No obstante, al llegar allí el policía nos dijo que la apertura se había pospuesto hasta el día 7 (no me extraña con tantos metros). Ya que estábamos allí pensamos en ver por dentro el mítico estadio de la mano de dios y con capacidad para más de 105.000; pero la suerte no estaba de nuestro lado esa calurosa mañana dominical: había un torneo de niños y no se podía entrar, a menos que pagaras los 80 pesos (4,20 euros) que costaba la entrada (lo mismo que las habituales, menos ese día, visitas guiadas). De este modo, regresamos a casa con la intención de volver otro día. No me voy a ir de México sin ver este templo. Mi carnal, mis parces y mi cuate Isaac (el que nos invitó a la Feria del Mole) comimos una paella y una tortilla de patatas para agarrar fuerzas antes de ir al concierto de Britney Spears. Pensábamos que este comenzaba a las 19:00 horas, así que con quince para las siete estábamos formados en una larguísima cola. Por suerte o por desgracia, empezaba a las 20:00. 80.000 personas abarrotaban la avenida que desembocaba en el monumento a la Revolución. Las pantallas servía de gran ayuda, pues no se veía casi nada(http://www.google.com/hostednews/afp/article/ALeqM5j_oUEr3DsROr0xm41ikQoFlXQhaw?docId=CNG.2d406c882083b707428f984ab1f1fb3d.01). Les dejo el enlace de la noticia. No tardamos más de veinte minutos en marcharnos de allá, la “cantante” hacía play back y el agobio no merecía la pena. Si embargo, fue bonito vivir aquella experiencia tan loca. Cómo diría uno que yo me sé: “¡en qué fregaos nos metemos!”.
Concierto de Britney Spears en el Monumento a la Revolución
(está el zoom al máximo)

El lunes 5 de diciembre quedé con el capi de Colmillos para visitar Tepito, un enorme tianguis donde venden todo lo que puedas imaginar (ropa, películas, videojuegos, animales, plantas, comida…). Mis amigos del norte y yo nos dirigimos en la línea verde del metro hasta Guerrero, y de allí transbordamos a la estación que tiene el mismo nombre que nuestro destino: Tepito. Ellos querían comprar unas mochilas y unos jeans para su viaje a Cuba (ayer mismo se marcharon para allá, ¡qué envidia!). Yo quería hacerme con unas playeras de equipo mexicanos de soccer. Este mercado es una locura, miles de metros de estrechos callejones donde el olor a comida, ropa, animales y tabaco se mezcla bajo las telas que impiden la entrada del sol. Recomiendo la visita a cualquiera, busque comprar algo o no; esto está fuera de lo común. De verás merece la pena, aunque mucho mejor si te acompaña un mexicano que conozca la zona, pues hay lugares peligrosos.

El martes imprimí, por fin, los trabajos que debía entregar para el día siguiente. Seguidamente fui a comer a “la gaseosa” para despedirme de mi chilena y mis madrileños que se van (los pinches pendejos) de ruta por Guatemala, Chiapas y Cancún. Espero tener la suerte, el tiempo y el dinero de conocer estos lugares algún día.

Invitación a la reunión UNAM en el Jardín Botánico
El miércoles la UNAM organizó una reunión de despedida para los estudiantes de intercambio en el Jardín Botánico. Hacía tiempo que no venía a este paraíso. Nos hicieron una visita guiada y nos invitaron a un lunch de chocolate con churros (tengo ganas de comerlos en una playa que me gusta mucho). Se portan muy bien con los extranjeros en esta universidad. Si enseñas la credencial (lo que equivale a la TIU en mi UA) te hacen un descuento del 50% en los transportes durante el periodo vacacional. Os adjunto la invitación (donde casualmente aparece una foto nuestra) que nos enviaron por correo electrónico. De 11:00 a 14:30 estuvimos reunidos. Al acabar, una muy buena amiga mexicana me regaló una figura de la artesanía de Toluca, su pueblo. La carta que traía el paquete me emocionó.

El 8 de diciembre cumplí 21 años mientras hacía un examen de Literatura Española Medieval. Al llegar a casa, mis amigos me sorprendieron con un bocadillo de jamón serrano y queso, una botella de vino y un pastel. Además, mi carnal me regalo una camisa suya a la que hacía tiempo que le eché el ojo. Un colombiano muy simpático que se llama Nelson me estampó la tarta en la cara; no sé por qué me lo esperaba. Apagué el fuego que cocinaba la carne que tenía pensado comer y acepté el secuestro de mis amigos. Fuimos a comer a una fonda oaxaqueña que me recomendó mi excompañera de departamento, Lucero. Comí unos tamales con pollo y queso fundido muy ricos. Saliendo de aquí nos dirigimos al Estadio Azteca, esta vez sí, para ver el Nacimiento más grande del mundo (no el más bonito). Para llegar a acá hay que tomar un pesero en Metro CU. Se demora unos quince minutos. El costo del boleto fue de 60 pesos (3,60 euros). La luna aquella noche era inmensa.

El nacimiento más grande del mundo

Palacio de Cortés, Cuernavaca
El viernes empezaba uno de los fines de semana que mejor voy a recordar: íbamos a Cuernavaca a despedirnos y a celebrar el cumpleaños de varios de nosotros (Érica, Giss y yo). Nos plantamos en la terminal de autobuses del sur (en Taxqueña) a las 17:00 horas, y a las 22:00 tomábamos el camión que nos llevaría a Cuernavaca centro, donde tomamos un taxi hasta Acatlipa, pasando por Temixco, en Morelos, estado en el que estuvimos con Mike semanas atrás. Al llegar a la casa que habíamos rentado por 6000 pesos (360 euros) más de veinticinco personas, nos encontramos con una auténtica mansión: media docena de cuartos con dos camas de matrimonio, un tercio de docena de sanitarios, una cocina enorme, futbolín, ping pong, alberca, jacuzzi, cancha de básquet, columpios, jardín… una auténtica joya para celebrar tal ocasión. Os podéis imaginar lo que hicimos aquí. A la mañana siguiente desayunamos revuelto de salchichas y huevos con leche. Seguidamente me acerqué al centro de Cuernavaca, para pasear por las empinadas calles adoquinadas y comprar algunos regalos para mis abuelas. Al regresar vimos el clásico (Madrid-Barça) mientras comíamos unos tacos en la alberca. Una forma distinta de disfruta del mejor equipo de fútbol de la historia. Tristemente me tuve que marchar antes de tiempo: el examen del día 13 era importante y quería prepararlo bien. No obstante, mientras nos despedíamos, nos regalaron una bandera de México firmada. Regresé a DF con una cosmopolita amiga catalana por 86 pesos (5,16 euros). Al llegar al cruce de Miguel Ángel de Quevedo y Universidad, la oscuridad inundaba todo. Gracias a que ya me sabía de memoria los puestos del metro, no tropecé con casi ninguno. Las velas servían de iluminación en el Oxxo. Me inquieté por tanta extrañeza y pregunté al policía de mi condominio qué pasaba. Al parecer un temblor de 6,5 grados (del que no me había enterado en el camión), había tenido lugar minutos más tarde. La corriente eléctrica se había cortado. No había heridos ni desperfectos. La casera me aconsejó qué debía hacer si había réplicas, y con pasaporte y dinero en mano me acosté. Les adjunto la noticia (http://excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=&cat=1&id_nota=793813).
Última foto que nos tomamos juntos

A la mañana siguiente pude estudiar sin problema.

El lunes 12 solo paré de preparar el examen para comer con mis cuates por última vez. Mientras yo hacía el examen de Filología Hispánica durante seis horas, ellos viajaban a Cuba. No me fue mal, mejor, creo que la última vez. Me despedí de la profesora, del adjunto y de mis compañeros. Los voy a extrañar.

Ahorita mismo, felizmente, soy libre. Siento la rapidez con la que he escrito esta entrada, pero el ansía por salir a conocer México puede con todo. Voy a despedirme de unos amigos catalanes y mañana temprano al Museo de Antropología, por fin. Esta semana será muy completa. Tengo que completar las propuestas que me ido haciendo y me han ido aconsejando durante este tiempo. Espero encontrar tiempo para contaros mis últimos días acá.