martes, 27 de diciembre de 2011

27/12/2011 DE VUELTA A CASA

Ya estoy en casa. Siento no haber tenido tiempo para escribir esta última entrada en el blog. Estas dos últimas semanas las pasé despidiéndome de un país que me ha enamorado, de una gente que me ha enseñado muchísimo y de una cultura que me ha ensimismado. El regreso a España fue muy extraño: obviamente, sentí una felicidad enorme al ver de nuevo a mi familia y amigos; pero me notaba algo raro al ver farolas en las uniformes aceras, a la gente respetando los semáforos y a los taxistas con cinturón de seguridad y taxímetro.

Calendario azteca en el Museo de Antropología
            Después del examen de Filología Hispánica, el martes 13, me despedí de los “pinches catalanes” (que viven en frente de mí) y fui a casa de Érica y Hugo para hacer lo propio (donde olvidé mi boina). El día siguiente fui al Museo de Antropología. Es enorme. Tiene una serie de enormes salas que corresponden a distintas etapas de la historia del hombre. Las que más me gustaron fueron las dedicadas a las culturas prehispánicas (mayas, aztecas, olmecas, mexicas…) y a la conquista. Se requieren más de cuatro horas para disfrutar de todo ello. Los estudiantes (con credencial UNAM) pasan gratis de martes a domingo (pues el lunes cierra). Como exposición temporal, habían traído del British Museum algunas figuras de la Grecia clásica (el Discóbolo de Mirón entre ellas). Al salir de aquí me acerqué al Hard Rock para comprar unas playeras a mi hermano y mi cuñada. Seguidamente comimos junto al templo mayor. El museo de este último, también gratuito para estudiantes, no tiene nada que envidiar al de Antropología.

Museo Diego Rivera-Anahuacalli
El día siguiente me acerqué a Coyoacán para ver el Museo de León Trotsky, la casa donde vivió hace más de cincuenta años tras abandonar la de Frida Kahlo. El precio fue de 20 pesos (1,20 euros) con credencial UNAM, 40 pesos (2,40 euros) sin ella. La primera parte está llena de fotografías y objetos personales del comunista. La zona que rodeaba un bonito patio, estaba custodiada por dos altas torres que servían para vigilar los constantes ataques que recibía este ucraniano. Los muros estaban dañados por balazos que la noche del 21 de agosto de 1940 acabaron con su vida, en un atentado dirigido por el pintor David Alfaro Siqueiros. A continuación, tomamos un pesero en División del Norte que nos dejó en la Calle Museo, donde estaba la casa-museo Anahuacalli de Diego Rivera. Como unas semanas antes había visitado la casa de su esposa Frida, canjeé el boleto que me exentaba del pago de esta enorme vivienda de más de tres pisos construida a base de piedra volcánica. Una guía nos explicó la inmensa colección de objetos prehispánicos del pintor, sus bocetos, murales y esculturas. Vale la pena esforzarse por encontrar este recóndito lugar. Para comer fuimos al Metro Coyoacán, donde se encuentran los famosos Chupacabras. Por diez pesos te daban un taco de carne adobada con 127 especias.

Los auténticos "chupacabras"
MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo)
Después de conseguir terminar con el papeleo en la UNAM (pues ese día era el último que estaría abierta antes de las vacaciones), fui al MUAC. Por 20 pesos (1,20 euros) tienes acceso a todas las salas, donde unos guías muy simpáticos te explican cada exposición y te hacen pensar sobre el arte contemporáneo. A la hora de cenar fui al centro de Tlalpan, una plaza muy concurrida; llena de terrazas para tomar algo y puestecillos de artículos navideños. En la casa de la cultura, la primera casa de esta delegación, presentaba el fin de semana próximo El Cascanueces.

Estadio Azteca
El viernes 16 por fin pude entrar al Estadio Azteca (les dejo una canción que Andrés Calamaro compuso en su honor). Por 80 pesos (4,80 euros) un guía te enseña las placas conmemorativas, la sala de prensa, el vestuario del equipo local (el América), el pasto y las gradas, donde hay un aficionado de piedra dedicado a un tal Nachito, aficionado que no faltó a ningún partido en este templo del fútbol durante quince años y que como regalo recibió una invitación vitalicia de la entidad para que entrara gratis a todos los eventos con la compañía de cuatro personas. Además, te toman una foto que te dan impresa con el título de Estadio Azteca a la salida. También me hice una foto con la camiseta de David Villa para enviársela por twitter y animarlo tras su grave lesión. Al salir del único estadio donde se han disputado dos finales de la copa del mundo, y donde han deleitado al mundo los dos grandes genios de la pelota (Pelé y Maradona), me marché al Universum (Museo de las Ciencias de la UNAM). La entrada (con una promoción de 2x1) valía de nuevo 80 pesos. Tres pisos te enseñan de forma interactiva el cuerpo humano, los temblores, las matemáticas, el universo y un sinfín de disciplinas de la rama a la que no pertenezco. Comí en el restaurante Azul y Oro, frente al teatro Juan Ruiz de Alarcón, en la zona cultural de CU; tal y como me había aconsejado mi profesora de Filología Hispánica, pedí “buñuelos de pato con mole”. Un plato de 150 pesos (9 euros), pero exquisito. Fue una muy buena despedida de la máxima casa de estudios. Antes de ir a una posada (fiesta navideña) que celebraba mi profesora de inglés, visité la Biblioteca Nacional y el espacio escultórico.
Espacio escultórico de la UNAM

En la posada bebimos ponche, cantamos la tradicional petición de pernoctar en casa de alguien, rompimos piñatas llenas de jícamas, naranjas, cacahuates y dulces, y bailamos hasta altas horas de la noche, primeras de la mañana.

Vistas desde lo alto del Monumento a la Revolución (en esa
explanada estábamos viendo a Britney Spears)
El sábado visité el Museo de la Revolución, subí al monumento y paseé por el tianguis de El Chopo, un mercado callejero donde puedes encontrar todo tipo de culturas urbanas. Comí en casa para acabar con gran parte de lo que me quedaba en la despensa y pasé la tarde en Coyoacán comprando los últimos detalles: pendientes del calendario azteca para mis primas y camisas hechas a mano y bordadas con cenefas muy coloridas para mis abuelas.

Vicente Quirarte, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, Carlos Slim,
Vicente Rojo y Fernando Canales (de izquierda a derecha)
El último día en México tuve una muy grata sorpresa: resulta que fui a pasar la mañana por el centro, y en el Palacio de Bellas Artes, iban a homenajear la vida de Fernando Benítez algunos de los escritores y periodistas más prestigiosos: Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Carlos Slim, Fernando Canales y (mi paisano) Vicente Rojo. Me encantó escuchar a estas personalidades de forma gratuita en una sala decorada por los mejores artistas del país. ¿Habría mejor forma de despedirme de este país? Comí en El Generalito, una céntrica cantina, y caminé por Reforma, donde me fotografié con el Ángel de la Independencia y con La Cibeles (imagen que al subir a las redes sociales hizo pensar a mis amigos que ya había llegado a Madrid). Antes de llegar a casa, paré en metro Insurgentes, donde había visto, a la ida, un gran tianguis, y compré unos imanes para el refri, una nueva boina y una chamarra de lana por 100 pesos (6 euros) que ha causado la risa de mis amigos españoles.

Arreglando el sobrepeso de la maleta en el aeropuerto
El lunes 19 me levanté temprano, vendí algunas cosas a un hombre que compraba usado, preparé la ropa que heredaría mi carnal (ahorita en Cuba) y armé la maleta. El peso máximo de equipaje que estipulaba la compañía con la que regresaría a Europa (Lufthansa) era de 23 kilogramos. El de la mía era de unos 30, según la báscula que me prestó la casera. Así que en el aeropuerto mi compañera Aixa rellenó algunos huecos de la suya para que no me cobraran sobrepeso. Le debo mucho. Antes de despedirme de la que había sido mi casa durante cuatro meses y medio, fui al Mercado de Artesanías de Coyoacán y me hice con un sombrero charro. No podía irme sin él.

Aterrizando en Frankfurt
Fue duro despedirme de mis madrileñas, de mis cuates mexicanos y de todas las estrechas amistades con las que había vivido tan intensamente aquella experiencia. En el avión no dormí. El monitor que cada uno de los pasajeros tenía en el respaldo del de en frente, me sirvió para elegir las películas que amenizaron las nueve horas que tardamos en llegar a un gélido y nevado aeropuerto de Frankfurt (uno de los más grandes de Europa, tras el de Londres y París). Tras descansar unas horas por las decoradas y caras (en comparación de las de México) tiendas, y platicar con unos vascos que esperaban para volar a Polonia, tras la cancelación de su originario vuelo (por suerte esta vez el nuestro no sufrió ningún tipo de tormentas, aunque la nieve hacía presagiar lo contrario), embarcamos impuntualmente con Spanair. A las 20:30 llegamos a Madrid. Mi madre me recibió. Con una sonrisa de oreja a oreja recogí mi pesado y mojado (por la nieve) equipaje: el tequila, el mezcal y el rompope continuaban intactos. Ya en el taxi que nos llevaría al hotel (pues era tarde y no había trenes que pasaran por mi pueblo), me puse el cinturón de seguridad y contaba pequeños detalles de mi aventura a mi madre a la vez que veía el taxímetro en marcha.

Fue muy extraño, repito, el regreso. Había terminado la mejor experiencia de mi vida, pero estaba feliz, contento de ver a la gente que tanto había echado de menos. En nochebuena unos chapulines sirvieron de botana para la familia, y un mezcal y un tequila de posterior festejo. Mi abuelo usaba una cuchara sopera para degustar este exótico manjar. A muchos le costaron reconocerme con el bigote y el pelo largo. Ahora llega el momento de segur con mi vida aquí, sin olvidar nunca tan buenos meses que he pasado en México, un país, desde ahora, muy diferente al que era para mí en julio.

Agradezco a toda la gente que me ha ayudado, tanto en México como en España (de muy variadas nacionalidades), y recomiendo a todos los que tengan la oportunidad, que olviden la mala fama de violencia e inseguridad que los medios de comunicación nos transmiten, y que lo visiten.

Espero que este blog sirva de guía y ayuda para futuros chilangos. 

martes, 13 de diciembre de 2011

13/12/2011 CUERNAVACA

Hoy es el último martes de mi estancia en México. También hoy (martes 13) hice mi último examen acá. Durante dos semanas no tuve tiempo para escribir el blog, los trabajos finales, los exámenes y las despedidas ocuparon los últimos ─este último adjetivo se repite cada vez más─.

El jueves 1 de diciembre me despedí de mi clase de Literatura Española Medieval I. La profesora me entregó el libro de Naranja dulce, limón partido dedicado a mi sobrino Héctor. La tarde la pasé haciendo el trabajo de la asignatura sobre “Los epítetos del Mio Cid” y de Literatura Mexicana I (novohispana) acerca de “La unidad espacio-temporal en los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca”.


Ópera en el Claustro de Sor Juana Inés de la Cruz
El día siguiente fui a la ópera con mi profesora de inglés, en el Claustro de Sor Juana Inés de la Cruz. La obra trataba la infidelidad, y la música de Mozart y el albur mexicano creaban una original mezcla. A la salida el programa de salud repartía una caja de 100 condones y un lubricante a los chicos; pues a las chicas les pertenecía otra sede. Resultaba curioso ver cómo nos formábamos en largas colas para recibir preservativos donde años atrás había estado enclaustrada una famosa escritora mexicana. Después de una hora escuchando cantar en italiano, fui a una fiesta con mis cuates. La dirección de la casa donde tendría lugar era la misma que meses atrás (Av. Pacífico 338). Esto lo supimos en el momento en que vimos la puerta de una gran cochera naranja. Resulta que hace tiempo no invitaron a una fiesta, nos acercamos a la dirección que nos dieron y no existía tal departamento; el número 338 de esa casa era una cochera. Extrañados nos fuimos a otra fiesta. Pues aquella noche pensamos lo mismo (nos han engañado, se han equivocado…). Esta vez, por suerte, íbamos con unos colombianos que sabían dónde era: justo enfrente. Había dos 338, uno enfrente del otro, cruzando los 4 carriles de la ancha calzada. ¡Aguas con la numeración de las calles de México! No siguen ningún orden. Aquí lloramos mientras nos despedíamos. A partir de esta noche, los destinos (idénticos hasta entonces) se separaban para muchos de nosotros.

Zócalo inaugurado decembrinamente
A la mañana siguiente intenté acompañar a mi chilena a una ONG en la que es voluntaria. No pude. Me levanté a las 10 de la madrugada para estudiar, pero ya hacía tres horas que se había marchado. Aquella noche teníamos un importante evento marcado en la agenda desde hace tiempo: un “adrianfest” (la fiesta de un muy buen amigo mexicano que conocimos en las primeras semanas, Adrián). Antes de agarrar el metro y un pesero para llegar a su lejana casa, nos acercamos al Zócalo para ver la inauguración de la pista de patinaje sobre hielo. Un enorme árbol (decorado con el logo de Pepsi) presidía la plaza, decorada con arcos y adornos navideños muy vistosos luminosos ─las calles no tienen ninguna farola que alumbre los baches, pero en la plaza bien de luces─. La casa nos recordó a una de nuestras primeras fiestas: angostas escaleras de caracol subían hasta la sala (de los gatos como la llama su dueño) donde todo el mundo bebía las famosas aguas locas (no recomendables). Acabé la noche en la zona rosa con los “pinches catalanes”.

Estadio Azteca
Horas más tarde me acerqué con mi chilena (más porque en dos días dejaría de verla que por ánimo) al Estadio Azteca. Nuestro objetivo era ver el Nacimiento más grande del mundo, creado en Cali (Colombia), con más de 18.000 metros cuadrados. No obstante, al llegar allí el policía nos dijo que la apertura se había pospuesto hasta el día 7 (no me extraña con tantos metros). Ya que estábamos allí pensamos en ver por dentro el mítico estadio de la mano de dios y con capacidad para más de 105.000; pero la suerte no estaba de nuestro lado esa calurosa mañana dominical: había un torneo de niños y no se podía entrar, a menos que pagaras los 80 pesos (4,20 euros) que costaba la entrada (lo mismo que las habituales, menos ese día, visitas guiadas). De este modo, regresamos a casa con la intención de volver otro día. No me voy a ir de México sin ver este templo. Mi carnal, mis parces y mi cuate Isaac (el que nos invitó a la Feria del Mole) comimos una paella y una tortilla de patatas para agarrar fuerzas antes de ir al concierto de Britney Spears. Pensábamos que este comenzaba a las 19:00 horas, así que con quince para las siete estábamos formados en una larguísima cola. Por suerte o por desgracia, empezaba a las 20:00. 80.000 personas abarrotaban la avenida que desembocaba en el monumento a la Revolución. Las pantallas servía de gran ayuda, pues no se veía casi nada(http://www.google.com/hostednews/afp/article/ALeqM5j_oUEr3DsROr0xm41ikQoFlXQhaw?docId=CNG.2d406c882083b707428f984ab1f1fb3d.01). Les dejo el enlace de la noticia. No tardamos más de veinte minutos en marcharnos de allá, la “cantante” hacía play back y el agobio no merecía la pena. Si embargo, fue bonito vivir aquella experiencia tan loca. Cómo diría uno que yo me sé: “¡en qué fregaos nos metemos!”.
Concierto de Britney Spears en el Monumento a la Revolución
(está el zoom al máximo)

El lunes 5 de diciembre quedé con el capi de Colmillos para visitar Tepito, un enorme tianguis donde venden todo lo que puedas imaginar (ropa, películas, videojuegos, animales, plantas, comida…). Mis amigos del norte y yo nos dirigimos en la línea verde del metro hasta Guerrero, y de allí transbordamos a la estación que tiene el mismo nombre que nuestro destino: Tepito. Ellos querían comprar unas mochilas y unos jeans para su viaje a Cuba (ayer mismo se marcharon para allá, ¡qué envidia!). Yo quería hacerme con unas playeras de equipo mexicanos de soccer. Este mercado es una locura, miles de metros de estrechos callejones donde el olor a comida, ropa, animales y tabaco se mezcla bajo las telas que impiden la entrada del sol. Recomiendo la visita a cualquiera, busque comprar algo o no; esto está fuera de lo común. De verás merece la pena, aunque mucho mejor si te acompaña un mexicano que conozca la zona, pues hay lugares peligrosos.

El martes imprimí, por fin, los trabajos que debía entregar para el día siguiente. Seguidamente fui a comer a “la gaseosa” para despedirme de mi chilena y mis madrileños que se van (los pinches pendejos) de ruta por Guatemala, Chiapas y Cancún. Espero tener la suerte, el tiempo y el dinero de conocer estos lugares algún día.

Invitación a la reunión UNAM en el Jardín Botánico
El miércoles la UNAM organizó una reunión de despedida para los estudiantes de intercambio en el Jardín Botánico. Hacía tiempo que no venía a este paraíso. Nos hicieron una visita guiada y nos invitaron a un lunch de chocolate con churros (tengo ganas de comerlos en una playa que me gusta mucho). Se portan muy bien con los extranjeros en esta universidad. Si enseñas la credencial (lo que equivale a la TIU en mi UA) te hacen un descuento del 50% en los transportes durante el periodo vacacional. Os adjunto la invitación (donde casualmente aparece una foto nuestra) que nos enviaron por correo electrónico. De 11:00 a 14:30 estuvimos reunidos. Al acabar, una muy buena amiga mexicana me regaló una figura de la artesanía de Toluca, su pueblo. La carta que traía el paquete me emocionó.

El 8 de diciembre cumplí 21 años mientras hacía un examen de Literatura Española Medieval. Al llegar a casa, mis amigos me sorprendieron con un bocadillo de jamón serrano y queso, una botella de vino y un pastel. Además, mi carnal me regalo una camisa suya a la que hacía tiempo que le eché el ojo. Un colombiano muy simpático que se llama Nelson me estampó la tarta en la cara; no sé por qué me lo esperaba. Apagué el fuego que cocinaba la carne que tenía pensado comer y acepté el secuestro de mis amigos. Fuimos a comer a una fonda oaxaqueña que me recomendó mi excompañera de departamento, Lucero. Comí unos tamales con pollo y queso fundido muy ricos. Saliendo de aquí nos dirigimos al Estadio Azteca, esta vez sí, para ver el Nacimiento más grande del mundo (no el más bonito). Para llegar a acá hay que tomar un pesero en Metro CU. Se demora unos quince minutos. El costo del boleto fue de 60 pesos (3,60 euros). La luna aquella noche era inmensa.

El nacimiento más grande del mundo

Palacio de Cortés, Cuernavaca
El viernes empezaba uno de los fines de semana que mejor voy a recordar: íbamos a Cuernavaca a despedirnos y a celebrar el cumpleaños de varios de nosotros (Érica, Giss y yo). Nos plantamos en la terminal de autobuses del sur (en Taxqueña) a las 17:00 horas, y a las 22:00 tomábamos el camión que nos llevaría a Cuernavaca centro, donde tomamos un taxi hasta Acatlipa, pasando por Temixco, en Morelos, estado en el que estuvimos con Mike semanas atrás. Al llegar a la casa que habíamos rentado por 6000 pesos (360 euros) más de veinticinco personas, nos encontramos con una auténtica mansión: media docena de cuartos con dos camas de matrimonio, un tercio de docena de sanitarios, una cocina enorme, futbolín, ping pong, alberca, jacuzzi, cancha de básquet, columpios, jardín… una auténtica joya para celebrar tal ocasión. Os podéis imaginar lo que hicimos aquí. A la mañana siguiente desayunamos revuelto de salchichas y huevos con leche. Seguidamente me acerqué al centro de Cuernavaca, para pasear por las empinadas calles adoquinadas y comprar algunos regalos para mis abuelas. Al regresar vimos el clásico (Madrid-Barça) mientras comíamos unos tacos en la alberca. Una forma distinta de disfruta del mejor equipo de fútbol de la historia. Tristemente me tuve que marchar antes de tiempo: el examen del día 13 era importante y quería prepararlo bien. No obstante, mientras nos despedíamos, nos regalaron una bandera de México firmada. Regresé a DF con una cosmopolita amiga catalana por 86 pesos (5,16 euros). Al llegar al cruce de Miguel Ángel de Quevedo y Universidad, la oscuridad inundaba todo. Gracias a que ya me sabía de memoria los puestos del metro, no tropecé con casi ninguno. Las velas servían de iluminación en el Oxxo. Me inquieté por tanta extrañeza y pregunté al policía de mi condominio qué pasaba. Al parecer un temblor de 6,5 grados (del que no me había enterado en el camión), había tenido lugar minutos más tarde. La corriente eléctrica se había cortado. No había heridos ni desperfectos. La casera me aconsejó qué debía hacer si había réplicas, y con pasaporte y dinero en mano me acosté. Les adjunto la noticia (http://excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=&cat=1&id_nota=793813).
Última foto que nos tomamos juntos

A la mañana siguiente pude estudiar sin problema.

El lunes 12 solo paré de preparar el examen para comer con mis cuates por última vez. Mientras yo hacía el examen de Filología Hispánica durante seis horas, ellos viajaban a Cuba. No me fue mal, mejor, creo que la última vez. Me despedí de la profesora, del adjunto y de mis compañeros. Los voy a extrañar.

Ahorita mismo, felizmente, soy libre. Siento la rapidez con la que he escrito esta entrada, pero el ansía por salir a conocer México puede con todo. Voy a despedirme de unos amigos catalanes y mañana temprano al Museo de Antropología, por fin. Esta semana será muy completa. Tengo que completar las propuestas que me ido haciendo y me han ido aconsejando durante este tiempo. Espero encontrar tiempo para contaros mis últimos días acá.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

30/11/11 FIN DE SEMESTRE

Hoy es el último día del penúltimo mes que estaré en México. El semestre terminó, y ya solo queda tiempo para acabar trabajos finales y prepararnos para los exámenes (lo otro que hemos venido a hacer aquí).
Tianguis de libros UNAM

El jueves pasado me despedí de Enrique Alberto Flores Esquivel, mi profesor de Literatura Mexicana I (novohispana). Pese a empezar quince días más tarde por aquel solapamiento de horarios, no hizo falta utilizar la semana de reposición para recuperar clases atrasadas. Acabamos con la lectura de “Crítica de la pirámide” de Posdata de Octavio Paz, un libro en el que se plasma muy bien el contraste entre el México actual y su historia. Seguidamente me acerqué al tianguis (mercado) de libros de la UNAM, junto a la Biblioteca Central. Allí compré unas cuantas láminas de motivos prehispánicos hechas a mano con arena de mármol. El chico las manufactura para el Museo de Antropología (donde todavía tengo que ir), el precio era de 70 pesos (4,20 euros) en el museo y 50 (3 euros) en el mercado. Finalmente, como su obra iba a cruzar el charco y me iba a llevar bastantes, me las dejó a 35 pesos (2,10 euros). Aquí les dejo el correo de este artista por si alguien visita México: aldoavonza162@hotmail.com. Pienso que es el regalo perfecto: artesanal, económico y fácil de transportar junto a la computadora. Mientras me hacía con unos libritos “de a 10 pesos (60 céntimos)” de Frida Kahlo, Gandhi, náhuatl, mitología maya y azteca… en este mismo espacio, un compañero de la clase siguiente me recomendó la novela más triste que leería jamás: Clemencia, del mexicano Ignacio Manuel Altamirano. Al final de la que se suponía que era la última clase de Literatura Española Medieval, le dejé el libro de Naranja dulce, limón partido a mi profesora María Teresa Miaja de la Peña para que se lo dedique a mi sobrino Héctor, pues ella es la que la que coordinó este tipo de refranes y canciones populares mexicanas. Por la tarde fui al Cenote Azul, el hostal donde dormí en México al principio de llegar (http://www.elcenoteazul.com/cenote_azul.html). Esta vez no dormí, estuve con una amiga mientras esperaba a mis cuates de Colombia, País Vasco, México, Argentina, Francia… Queríamos reunirnos para organizar los viajes tras acabar los exámenes. Aunque yo termino el 13 de diciembre mi último examen y regreso a España el 19, me gustó escuchar los destinos de estos: Cancún, Playa del Carmen, Chiapas, San Luis Potosí, Cuba, Guatemala, Honduras… Sin duda es una muy buena oportunidad, estando en este céntrico país, para conocer zonas que desde la península sería impensable o mucho más caro. Yo aún no tengo claro qué haré, seguramente me quede en el distrito conociendo todos los rincones que todavía desconozco y me llaman la atención (Museo de Antropología, Monumento a la Revolución, Museo de El Chopo, Palacio de Bellas Artes, Museo de Diego Rivera, Museo de León Trotsky, Estadio Azteca, Castillo de Chapultepec, MUAC, Universum…). Otra opción es visitar zonas menos lejanas como San Luis Potosí, Chiapas, Taxco (donde quiero comprar plata barata), Querétaro, Toluca, Veracruz… Hay tantas cosas que hacer y ver en México que necesitarías tres vidas para disfrutar de todo.

Pozole casero en "La gaseosa", es mucho más apetitoso de lo que parece
El viernes fue un día temido por muchos, yo entre ellos. Nos daban las criticadas notas de los exámenes de Filología Hispánica I. Saqué un 7. Parecerá que no está tan mal, pero en México 6 es la nota mínima para aprobar, 5 suspenso (o reprobado, como dicen aquí) y la mía es una nota que deja mucho que desear. Espero mejorar en el examen final, pues tengo la suerte de que no hace promedio, si saco un 10 me quedo con él (lo mismo ocurre con el 5). Después de despedirme de la profesora (con la que he aprendido muchísimo) y de que esta me firmara el Diccionario de Mexicanismos que compré la tarde anterior en Fondo de Cultura por 420 pesos (unos 25 euros según lo devaluado que está actualmente el peso mexicano) ─40 pesos (2,40 euros) menos que en la adosada Gandhi─, me acerqué al CELE (Centro de Estudiantes de Lenguas Extranjeras) para examinarme oralmente de francés. Esta prueba sí que me salió bastante bien. Había terminado el semestre oficialmente. Así que fuimos a la gaseosa (la popular y acogedora morada de mis cuates madrileños) para que una amiga mexicana (la que nos recibió en Oaxaca meses atrás) nos enseñar a hacer pozole (uno de los platillos típicos mexicanos). ─La comida en México es variada y rica. Esta gente no solo come burritos (como parece desde Europa por las múltiples cantinas mexicanas). Al llegar aquí conoces realmente porqué es una de las mejores gastronomías del mundo─. La preparación de este guiso, a priori, parecía sencilla: hervir agua en una olla grande (para unas 10-12 personas) con aceite sal y ajo; seguidamente se añade el maíz pozolero, cebolla picada, carne de res entera (con hueso y todo, para que dé sabor), y chile seco triturado. Hay que tapar el recipiente una vez que se retira la grasilla que suelta la cocción. A los 20 minutos se extrae la carne para desmigajarla y deshuesarla. De este modo se puede comer con tortillas secas y guacamole muy cómodamente. Sin duda, Potzollcalli (la franquicia de pozole más común de México, donde lo probé por primera vez), debería aprender de mi amiga. Le quedó buenísimo. Por la tarde se celebraba la tradicional y censurada fiesta de fin de semestre en la Facultad de Ciencias Políticas (la más alejada de Ciudad Universitaria). Por los problemas y la multitud de estudiantes y no estudiantes que aquí se acercaban debió suspenderse. Se rumoreaba que la hacían cerca del Estadio Azteca, pero creo que también se canceló.

Pastor del Señor Taco (nótese la semejanza con el kebap y los adornos
navideños que inundan cada rincón de la Ciudad de México)
Fruto de esto último, el sábado madrugué para ir al mercado del Eje 10 (teniendo en cuenta que las decenas entran en mi consideración de este verbo). Aquí compré una boina por 40 pesos (2,40 euros) ─para el frió que ha empezado a hacer esta semana─ y rompope ─licor de café y vainilla típico de Veracruz─. Hablando de esta costa este, comí con mis compañeros de departamento en el Señor Taco de Insurgentes. Mi carnal Lucero regresaba a Granada hoy miércoles, por lo que la despedimos entre frijoles charros ("las lentejas mexicanas": caldo de frijoles ─alubias─ muy grandes y oscuros, tocino, chorizo y chile), sopas aztecas (mi favorita), tacos de pastor y cecina. Por 500 pesos (30 euros) comimos, bebimos y degustamos como postre unas milhojas (acabo de entender la composición de tal palabra mientras la escribía, pienso que por primera vez en mi vida), nada comparables a las de la Pastelería Francesa de mi pueblo. Saliendo de esta abarrotada taquería, nos acercamos al comercio de enfrente y del que estuvimos hablando mientras comíamos junto a la ventana. Se trataba de una licorería llamada Cata de Vinos donde primaban los chilenos Cabernet Sauvignon y los Rioja, Tempranillo, Somosierra, Rueda de España. Al ser sábado había una enorme paella de marisco en el mostador. La ración de 10 kilogramos valía 180 pesos (10,80 euros), y te regalaban una botella de vino blanco. Platicando con la dependienta, supe que el chef era asturiano y que estaban buscando a alguien que preparar tortillas de patata. Yo me ofrecí, pero como solo me quedan tres semanas acá… ni modo.

El domingo me refugié en casa del frío del fin de semana, y que todavía hoy miércoles perdura (con temperaturas de 2 y 3 grados). Tenía que hacer el trabajo sobre los epítetos del Cid, tema aconsejado por mi filóloga madrileña. “El Cid” es el apodo que recibo de Daniel, el mexicano que viene los miércoles junto con Tere y la pequeña Dulce Estefanía a poner en orden el departamento. Este fue el que con sus programas informáticos impidió que mi computadora continuara apagándose. Para despejarme un poco de tanto estudio, me acerqué por la tarde a la Monumental (la plaza de toros más grande del mundo). Quería comprar unas cosas para mi amigo Kike.

Antes de dormir, repasé algunos de los más de 40 dossieres de francés que José Luis nos ha ido repartiendo a lo largo de estos cuatro meses para que los alumnos nos turnáramos a la hora de sacar copias. De esta manera, por poco más de 100 pesos (6 euros) tuvimos 90 minutos diarios para aprender la lengua gala (una de las de mi cuñada).

Mi biblioteca en México (no sé cómo llevaré todo esto a España)
El examen del día siguiente fue fácil. Escribimos una carta a una supuesta amiga canadiense a la que le contábamos lo que hacíamos a lo largo de la semana. Quizá podía haber traducido una entrada de este blog. Comí en El ciruelo, una taquería de Copilco, junto a la que fue mi profesora de inglés. El menú de 50 pesos (3 euros) estaba compuesto de crema de chayote (aguacate con espinas), arroz rojo, cecina con chilaquiles (como nachos/totopos calientes) verdes (con tomate y no jitomate, que es rojo) y postre. Lo pasé muy bien platicando en este decorado restaurante, mientras un “trío de dos” tocaba; lástima que la chimenea no estuviera encendida. Al salir compré una guía de la UNAM en una de las librerías de la universidad con el propósito de conocer todo lo que me falta durante estas semanas. También me hice con Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia, un libro de cocina mexicana vegetariana y uno de mitología maya. Algo me sacó de onda este día: resulta que compré el día anterior el Diccionario del náhuatl en el español de México, coordinado por Carlos Montemayor, en la Librería Novo que hay junto a mi casa, en Avenida Universidad. El precio era de 200 pesos (12 euros). Pese a descontar el 10% que aplican en todos los libros, pensé que era algo caro tratándose de México y de algo usado. Sin embargo, me lo llevé; tengo curiosidad por esta lengua indígena y por el glosario de refranes y voces populares que incluye al final. Al día siguiente, en la librería de la UNAM me pareció verlo en lo alto de una estantería. No quise conslutar el precio, pues ya lo tenía en casa; no obstante lo hice y me enojé al ver los 148 pesos que marcaba. Además, era una edición corregida y aumentada, nuevo y con la credencial se quedaba en 110 (25% de descuento, en algunos libros UNAM te hacen hasta el 50%). Hoy lo compré después de cambiar el anterior por otros viejos de ese importe. ¡Aguas (cuidado)!: muchas veces resulta más económico ser estudiante UNAM que comprar en librerías de viejo.

Ayer estuvimos en la casa de unos cuates, junto a metro Lázaro Cárdenas. Era el cumpleaños de un amigo argentino (de Córdoba) y le hicimos una fiesta “sorpresa”, pues, como nos comentó, ya se lo olía. Lo pasamos muy bien comiendo y bailando, nunca a Shakira (pues los colombianos la odian). El cumpleañero marcha el viernes para Cuba por 200 euros (ida y vuelta), así que me despedí por si no lo vuelvo a ver. En este lujoso departamento vive Erica, una de las chicas junto a las que celebraré el cumpleaños el fin de semana del 9 al 11 de diciembre en Cuernavaca. El 10 es el derbi español por antonomasia (Real Madrid-Barcelona). Nunca pensé que no me fuera a importar perderme este partido.

Hoy tuve el último examen de francés, el de comprensión escrita. Se trataba de cuatro textos sobre: Les jumeaux de Céline Dion ont un prénom y los escritores Mariétou Mbaye Bileoma, Claudette Charbonneau-Tissont y Félix Molitor. El viernes nos darán las calificaciones. Saliendo por el pasillo que comunica la UNAM con metro copilco, vi numerosos carteles de actividades que conmemoraban el centenario de Cantinflas. Agarré un pesero dirección Taxqueña directo por Eje 10 y fui a casa de mi carnal. ─"Directo" quiere decir que no se andan con rodeos, que sigue la ruta más corta, pero para las veces que haga falta y en los lugares que sea necesario para recoger y dejar a los pasajeros.─ Habíamos quedado para pasarnos las fotografías de nuestra aventura. Pronto nuestros caminos se separarían y esto no podía pasar sin compartir estos inolvidables recuerdos.

Esta semana mi familia recibió algunas postales que les envié hace unos veinte días. Platiqué con mi familia francesa, la madre de mi cuñada me dio envidia después de contarme los viajes que está haciendo su hija pequeña por Chile y Brasil, pues está de intercambio en Mendoza (Argentina). Creo que estas becas son una oportunidad que nadie debería desaprovechar.

El viernes posiblemente vaya a la ópera con mi profesora de inglés. El sábado es la mítica Adrianfest, y antes nos acercaremos al zócalo, pues se inaugura la pista de patinaje sobre hielo y se enciende el tradicional árbol de navidad de más de 50 metros. El domingo da un concierto Britney Spears gratuito en el Monumento a la Revolución (http://www.radioformula.com.mx/notas.asp?Idn=210303).

Los días que se avecinan están plagados de las malditas despedidas. Espero que no lo sean para siempre y algún día pueda volver a ver a toda esta gente.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

23/11/11 MORELOS

Esta semana he ido cerrando planes que me propuse al llegar a México: visita al Colegio San Ildefonso, fin de semana en Morelos y paseo por la Casa Azul de Frida Kahlo.

Autorretrato de Ron Mueck en el Colegio de San Ildefonso

Amigo de Mueck muerto en la colchoneta
El martes, aprovechando la ausencia del profesor de francés y que las clases de inglés ya habían terminado, fui al Colegio de San Ildefonso con unos amigos. Allí, además de la esperada exposición “Hiperrealismo de alto impacto” de Ron Mueck (esculturas hiperrealistas del artista australiano), había unas acuarelas y una selección de videos de Marilyn Manson (“The path of misery”), unas fotografías y videos realizados de 1983 a 2009 por Gerardo Suter llamada “DF penúltima región” y la colección “Sol y sombras de la fotografía moderna mexicana” a cargo de Manuel Álvarez Bravo, Agustín Jiménez y Luis Márquez. La primera era la gran expectación del edificio que se colocaba tras el Templo Mayor, en el centro histórico. Millones de personas habían visitado ya las esculturas hiperrealistas del australiano. Los martes la entrada es libre, por lo que nos ahorramos los 45 pesos (2´70 euros) que vale normalmente. Muchos eran los escolares y extranjeros (como nosotros) que recorrían las trece piezas. La primera se trataba de un autorretrato del propio autor, y también era la que aparecía en todos los comerciales de su exposición, que estará unos meses más aquí. Esta escultura sería diez veces más grande que lo normal. La escala nunca es real, Mueck siempre trata de conmover al espectador con distintos tamaños. Un hombre desnudo y solitario en una barca, una pareja abrazada, un pollo inerte colgado del techo y un negro con una herida en la barriga fueron las que más me impresionaron; sin embargo, la que más tiempo estuve observando fue la que cerraba el ciclo: un bañista con lentes oscuras tumbado en una colchoneta verde con los brazos desplegados. Al parecer, este personaje era un amigo al que Ron Mueck quería dedicar una de sus obras; no obstante, el primero murió y el segundo colocó la escultura, ya acabada, en lo alto del muro, simbolizando un altar. Los guías te explicaban la escultura de cada sala. Al salir de esta última disfrutamos de un video donde se explicaban las técnicas y el proceso que seguía este paciente escultor.

Acuarela de
Marilyn Manson
En el segundo piso vimos las acuarelas de Marilyn Manson, muy semejantes al artista. Su biografía y unos oscuros videos te presentaban una de las múltiples facetas de esta peculiar personalidad.

Las fotografías sobre México mostraban una ciudad masificada, contaminada, oscura…; y a la vez una naturaleza rica, variada y propia. Cada una te sugería algo, mi preferida fue la de “Pescador de nubes”, donde un hombre transportaba sobre su hombro una red “de agujeros” en la azotea de un edificio. Esta imagen me recordó mucho a unos versos del cantar mexicano (1528) que popularizó Miguel León Portilla (investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México) en Visión de los vencidos y que tienen que ver con la conquista:
Pescador de Nubes

Golpeábamos en tanto los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo,
pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos…

Los últimos días del sitio de Tenochtitlán, Ángel Mª Garibay

Tras esta visita, llegué muy cansado a la última clase de inglés. Más aún a la posterior lección de salsa.

Foro educativo UNAM-CHINA 2011
El miércoles aproveché para ir a la lavandería. Mientras regresaba cargado de húmedas bolsas del Walmart (aquí todavía dan bolsas de plástico en los supermercados) y me disponía a subir a la terraza a tender la ropa (es entonces cuando me alegro de vivir en un cuarto), pensaba que quizá fuera una de las últimas veces en hacer este recorrido. En tres semanas tendré una lavadora en España, pero dejaré de tener muchas otras cosas de México. Lo que sí hice por última vez (o eso espero) es recoger el dinero que mi familia me envía a través de Santander envíos en la delegación de Tacubaya. Seguidamente, en francés salí a la “silla eléctrica”, práctica muy divertida en la que un alumno se sienta en la mesa del profesor y responde a modo de entrevista (siempre en francés) a las preguntas que le plantea el resto de la clase. Abandoné el salón un poco antes de que terminara la clase, a quince minutos para la una (como dicen los mexicanos), pues tenía clase de Filología Hispánica y no quería llegar tarde a la reprimenda que la profesora nos dio tras echas un vistazo a los exámenes. Casi lo hago, pues me entretuve en el foro UNAM-China que había instalado en el pórtico de la facultad de Derecho y Filosofía y Letras, ambas unidas. Pasadas las 14:00 salí del salón 106 y me acerqué rápidamente a la cafetería para comer chayote relleno y papas a la mexicana. El examen final de inglés acababa de empezar. No me quería demorar mucho, pero necesitaba comer algo. La prueba no fue tan larga como el parcial de meses atrás y me salió bastante bien. Estos profesores me han enseñado más (sin pagar ni un peso) que todos los que he tenido en España.

Poema del Libro de Alexandre de Ériq Sáñez
El día siguiente acabamos de comentar algunos pasajes de los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en Literatura Mexicana Novohispana. Antes de Literatura Española Medieval tuve una hora libre, por lo que fui a la Biblioteca Central (en la única donde puedo sacar libros, tres como máximo), junto a la Facultad de Filosofía y Letras. No llevé a cabo mi propósito, los libros que necesitaba (Vida de Santa María egipciaca e Historia de la Lengua Española) estaban en la planta baja ─por lo que me ahorraba subir las escaleras de los once pisos de esta, ya que ocupar uno de los dos ascensores que hay es un trámite muy costoso)─ pero por inventario, toda esa área permanecía inaccesible durante la semana. Cada vez que vengo a esta maravilla arquitectónica ocurre algún imprevisto. De este modo, me fui al salón 103, donde finalmente expuse “a la española” (sin títeres, ni disfraces) mi fragmento del Libro de Alexandre ─conquista de Sudrata─ (tres semanas después de lo imaginable). La profesora me interrumpió a mitad. El tráfico la hizo llegar tarde. Al final, hablé con el mester de clerecía que la semana anterior había recitado el poema que tanto me llamó la atención. Gustosamente me dio una copia.


Narcotráfico para inocentes. El narco en
México y quien lo U.S.A.
, de
El Fisgón
Cuando me dirigía a la puerta de la facultad, donde habíamos quedado los de inglés para comer y despedirnos después de un curso tan bueno, me encontré con “El Fisgón” (Rafael Barajas), el autor de un libro (Narcotráfico para inocentes. El narco en México y quien lo U.S.A.) que presentaba en el salón 205 a las 12:00. Ya conocía esta noticia por los numerosos carteles que había visto a primera hora de la mañana (y por un aviso que nos dio un alumno interrumpiendo la clase de Literatura mexicana), pero por solapamiento me fue imposible acercarme; como me ocurre con múltiples y variados actos que se celebran en esta maravillosa universidad. Sin pensarlo me hice con un ejemplar por 140 pesos (8,40 euros). Ya me había fijado en esta portada tan peculiar en algunas librerías de Quevedo, pero esta vez tuve la oportunidad de que el autor me lo dedicara con una caricatura.

Fuimos a comer al Bene, un barecito que hay junto a la UNAM, saliendo por economía. El menú de 43 pesos (2,58 euros) incluía consomé, arroz y guisado (como la mayoría de estas económicas ofertas). Fueron tres horas muy agradables, platicando sobre las diferencias entre España y México; y debatiendo porqué a los españoles nos es tan difícil pronunciar y aprender inglés. También conversamos sobre el servicio en México, una obligación para los varones mayores de edad que extraen bola negra en un sorteo. Es similar al servicio militar que años atrás se hacía en España, solo que en este país aún perdura, es únicamente los fines de semana y puedes librarte si la bola que sacas es de color blanco. Antes de regresar a casa nos tomamos (es curiosa la variedad semántica que presenta este verbo) una foto que dedicaríamos al día siguiente a nuestros queridísimos profesores.

Clase de inglés
El viernes empezaba un largo fin de semana, ya que el lunes sería fiesta por la conmemoración de la Revolución mexicana. Después de despedirnos de estos estudiantes de Letras inglesas que han hecho su servicio social con nosotros, me fui a preparar la maleta para visitar Morelos, un estado todavía desconocido para mí. A las 17:00 agarré un pesero por 3 pesos (18 céntimos) en metro Copilco dirección Tasqueña directo por Eje 10. Mi carnal montó en él cuando pasamos por Bodegas Aurrerá (una comercial mexicana mucho más barata que el gringo Walmart). El tráfico que nos encontramos para llegar a la central de autobuses del sur nos hacía presagiar que tardaríamos en llegar a Cuautla, donde nos recogería nuestro amigo Mike. Ya en el mostrador para adquirir los boletos nos dimos cuenta de que había dos tipos de camiones: uno que tardaba dos horas y otro tres (con un tres no muy claro). La diferencia eran 72 pesos; pero el barato no salía hasta las 18:30. Eran las 17:35, así que nos fuimos donde la mayoría de la gente, en el de 112 pesos (6,72 euros). Valió la pena: el autobús tenía sanitario (que usé nada más llegar), asientos espaciosos, una película sobre Charles Dickens y media docena de palometas que revoloteaban sobre la pantalla. Tardamos lo previsto, y mi amigo estaba puntual donde acordamos para llevarnos de Cuautla a su pueblo, Zacualpan. Aquella noche conocimos a todos con los que desfilaríamos al día siguiente en las mojigangas de Tepotzlán. Tomamos unos curados (bebida típica de esta región: casera, sin gas y muy parecida al pulque, aunque menos espesa) de guayaba y zarzamora en una plaza de jaripeo donde se monta a un toro para ver quien aguanta más sus brincos.


A la mañana siguiente nos paramos (levantamos) a las 06:30, había que bañarse y llegar al camión que nos llevaría (gratis) a Tepotzlán. Como mi amigo pertenece a la “Comparsa Zacualpan Mágico”, desfilamos mi cuate español y yo junto al resto de mexicanos en las mojigangas: fiesta de disfraces del encuentro cultural. Había dos temáticas: ajedrez (en la que mis compañeros iban disfrazados de piezas del famoso tablero) y calaveras (a la que pertenecíamos). Nos dejaron un cómodo traje naranja y una trabajada calavera. Durante dos horas estuvimos bailando al son de la banda de música que nos acompañaba en todo momento. Fue muy chido hacerse fotos con los turistas que a allí se acercaron (pues no sospechaban que se fotografiaban con un enmascarado turista). Esto parece que llamó la atención de unos reporteros que llevaban a cabo un programa para Senderos Televisión, ya que nos hicieron una breve entrevista. Aquí les dejo el video (salimos en el minuto 6), un recuerdo muy bueno de nuestro paso por México y por la bellísima Tepotzlán.


Volcán nevado desde la ventana del camión que nos llevaba a Tepotzlán
Al acabar el desfile en la plaza central, comimos los tradicionales itacates (tortas de maíz triangulares con crema y queso), quesadillas de huitlacoches (hongo de maíz que tiene muchas proteínas, según una mexicana con la que compartíamos mesa) y de cecina (carne salada muy fina de res). El sol hizo que nos bebiéramos rápidamente las aguas locas (aguardiente con Tang) que nos acompañaban durante todo el desfile; así que nos refugiamos a la sombra para ver el desfile de chinelos (parodia de los españoles del siglo XVII y XVIII que vestían de terciopelo negro y con una narigona máscara). Si nosotros pasamos calor y vimos poco, no quiero imaginar cómo les fue a estos. Antes de subir al autobús que nos “llevaría” (y uso comillas porque no nos llevó) de nuevo a Zacualpan, paseamos por las empinadas y adoquinadas calles estrechas que había bajo el colosal Tepozteco (pirámide prehispánica que ha sido devorada por la vegetación casi por completo, a excepción del común templo de la parte superior). A ambos lados de la calzada había instalados puestecillos de artesanías típicas de la región. En la puerta de una tienda que hacía esquina, un grupo de jóvenes e ingeniosos músicas llamados “Orquesta Basura” daba un concierto mientras atardecía. Sus instrumentos, todos ellos fabricados a partir de materiales reciclados, sonaban muy bien mientras hacíamos la ola. A las 18:00 subimos al autobús y a las 21:00 nos bajamos sin llegar a Zacualpan, una patrulla de federales nos detuvo. Al parecer el camión no tenía licencia para circular por aquella ruta. No sé si pensaron que era robado o que hacíamos algo peligroso (lejos de lo peligroso que fue vernos desfilar aquella tarde), el caso es que nos obligaron a parar y a esperar otro autobús que tuviera licencia. La multa para el conductor no debió ser muy baja. Afortunadamente, unos amigos de Mike nos recogieron en su camioneta y nos llevaron a un baile en el pueblo vecino a Zacualpan. Aquí disfruté de algo que llevaba tiempo queriendo ver: un jaripeo (parecido al rodeo). Quince toros presentaban la velada en una plaza muy parecida a la que visitamos en nuestra primera noche en Morelos. Esta vez estaba llena. Los focos prendidos y la simpatía de los allí presentes me permitieron observar de cerca cómo los valientes vaqueros mexicanos aguantan el equilibrio sobre estos coléricos animales. Fue muy curioso presenciar cómo la gente bailaba en plena noche (sin despojarse de sus sombreros) en la tierra que unía la fiesta del jaripeo y los dos escenarios (uno a cada lado) de un enorme recinto donde el sanitario (usado cada vez por menos a medida que pasaban las horas) costaba 5 pesos (30 céntimos) ─más que el metro─. El Comander (cantante de narcocorridos) era el encargado de hacer sonar la banda que se escuchaba mientras todos bailábamos en parejas.

Popocatepetl desde la presa de Zacualpan

El día siguiente lo dedicamos a visitar una antigua hacienda, y una presa desde la que se vislumbraba muy bien el volcán Popocatepetl, esta vez sin nieve. Me enamoré de esta maravilla que no pude atisbar semanas atrás en Cholula. Muchas veces las nubes o la fumarola que con asiduidad echa impiden su visión. Por suerte, el cielo este fin de semana siempre estuvo despejado. Aquel domingo comimos riquísimas chuletas de cerdo (después de entender que los pollos no tenían tales huesos) cocinadas a la barbacoa mientras un torno giraba de forma monótona a la vez que nuestra boca se hacía agua. Por la noche cantamos 19 días y 500 noches de Sabina, La Flaca de Jarabe de Palo y una serie de canciones que mi cuate Mike tocaba con su guitarra en la marquesina de su rancho, toda ella llena de preciosas flores. Me gustó mucho su casa, y sobre todo su pueblo; vivir junto al Popo, en una zona tan tranquila y junto a unos mexicanos tan agradables debe ser muy padre.

Popocatepetl a las 07:00 con los culpables de mi temprano despertar
No muy tarde nos fuimos a la cama. Antes de dormir me puse el despertador a las 05:30 para ver amanecer junto al Popocatepetl. Sin embargo, no hizo falta que sonara. A las 05:00 al igual que en Oaxaca meses antes, el quiquiriquí de los gallos me despertó. Me abrigué y caminé por las oscuras calles hasta la carretera central, perpendicular al volcán. El sol no tardó en hacerse hueco entre este y la mujer tumbada (otro Volcán, que según cuenta la leyenda es la mujer de Popocatepetl). El tiempo se me pasó muy rápido. Ver aquel paisaje iluminarse poco a poco mientras un humo salía de la parte más alta de esta preciosidad fue una muy buena manera de empezar el día y de despedirme a la vez de Zacualpan. Tras comer unas quesadillas de longaniza y chicarrones (piel y grasa del puerco) agarramos el camión que nos llevaría de nuevo a casa, pues DF ya es nuestro hogar.

Casa Azul de Frida Kahlo
El día siguiente, aproveché que el profesor de francés se ausentó de nuevo para visitar la Casa Azul de Frida Kahlo en Coyoacán. Por 70 pesos (4,20 euros) entré en la que fue la morada durante un tiempo de esta maniática y contagiosa artista y me hice con una audioguía que explicaba todo al detalle (ambas cosas por el mismo precio, 35). La mexicana, que se casó con el famoso muralista Diego Rivera, tenía un espejo en el techo de su lecho para retratarse, pues una grave enfermedad la impidió andar al final de su vida. La cocina era prehispánica; por lo visto le encantaba elaborar y degustar platillos tradicionales con materiales y herramientas que ya no se fabrican. Las fotos en el interior del museo estaban prohibidas, a menos que pagases los 60 pesos (3,60 euros) de la licencia. Ya que estaba en aquella zona, muy cerca de mi casa, intenté ir al museo Diego Rivera Anahuacalli (donde puedes entrar gratis después de visitar el museo de su esposa), a unas cuantas cuadras; sin embargo, abren de miércoles a domingo. El de León Trosky estaba algo más lejos, así que decidí caminar hacia casa para llegar a tiempo a las clases de salsa. De regreso me topé con una librería nueva. Aquí compré un libro sobre las profecías mayas que sé que le encantará a una muy buena amiga de mi pueblo (Villena). A la hora de pagar, el dependiente sacó una ruleta (como las de los casinos) y me pidió que lanzara la bolita cuando él la hiciera girar. El número que saliera (del 1 al 10) sería el porcentaje que me descontaría. Si salía el 0, el 50%. Me salió el 10.

Después de la agotadora jornada, que terminó con una muy divertida clase de salsa, cené salmón, pues había bajado el precio de los normales 189 pesos (11´34 euros) el kilo, a 159 (9,54 euros). En la televisión reconocí a una cocinera mexicana muy famosa de la que ya me había hablado días atrás mi compañera de departamento; se trataba de Mónica Patiño, una chef que posee varios restaurantes y boutiques que pienso visitar para llevar mermelada de guayaba y compota de mango que sé que a les encantará a mis padres.

Esta mañana visité el Tianguis de libros de la UNAM, cada semana hay algo nuevo. Compré unas láminas que fabrican en el Museo de Antropología. Al salir por la Facultad de Economía hice lo propio con unos libros para mi hermano. No sé dónde meteré tanto libro y regalo; pues cada vez tengo más, contando con el que me obsequió una muy buena compañera de Filología Hispánica sobre el Centro Histórico de la Ciudad de México. La fecha del examen de esta última asignatura será el martes 13 de diciembre, por lo que no tendré mucho tiempo para viajar antes de regresar. No obstante, los recuerdos y lo aprehendido ya no me los quita nadie.

Esta semana terminan las clases, así que hacer trabajos y estudiar será una de mis ocupaciones.