lunes, 16 de noviembre de 2015

"Vale más el aprecio que el precio"

Láminas en UAM
Dentro de un mes estaré en España, así que tengo que aprovechar el tiempo y los libros de poesía mexicana. Aquí hay más de lo segundo que de lo primero. Tengo ganas de regresar, pero lo que México te da no existe más allá de los volcanes. Esta ciudad es una droga. Sientes mucho más de la salud que dejas. Vivir aquí más de un año bien merece un busto en Chapultepec.

Clausura del Coloquio Interdisciplinario (Conrado y Angélica)
            Esta semana se celebró el Coloquio Interdisciplinario de Historia y Literatura que organizaron la Universidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa y El Colegio de México. Fue un gusto poder participar y, más aún, conocer a gente tan amable. En la UAM me pasó una de esas cosas que esta imprevisibilidad te reserva. Resulta que en 2011 compré unas láminas prehispánicas a un joven que las vendía en una feria de la UNAM. Así lo contaba ya en este blog. Les gustaron mucho a mi familia y fueron un buen detalle por el poco peso y lugar que ocupaban. El día en que fui a Iztapalapa era el último de la Feria que había junto al edificio donde tenía lugar el Coloquio. Por una fuerza que desconozco, aunque llegaba tarde, me acerqué al fondo de los puestos de libros y vi las mismas láminas que me llevé hace entonces cuatro años. Además, había nuevas. Me impactaron las Posadas en honor al reciente día de muertos. Esta vez no estaba el artista, aunque había otra persona con la misma gracia: Valentín. Su hermano me prometió recordarle esta historia al artista que se exponía en, al menos, una decena de casas al sur de Europa. Me platicó del significado de cada cuadro y, una vez más, me hizo un paquete rebajado. “Vale más el aprecio que el precio”, dijo. Aunque podría ser una táctica del buen vendedor, realmente se le veía el gusto de que estas obras volvieran a cruzar el charco. Les recomiendo, una vez más, contactar con él si quieren disfrutar de su aprecio y que otros también lo puedan hacer desde la distancia: aldoavonza162@hotmail.com.
Encuesta en Bellas Artes, ¿qué opinan?
            El miércoles conocí a una chica que amaba a España. Este sentimiento es común en México, pero lo que me llamó la atención en su caso es que la pasión se debía a la poesía. Hacía varios años que seguía a Marwan y Diego Ojeda. Allí, en su recital, nos encontramos y me regaló una de las sonrisas que más sinceramente mostraban el gusto por las palabras que escuchaba. Estas no eran mías, pero me las aprendí para el futuro. Así lo hice con Joaquín Sabina. De él recite un poema a petición del taxista que me llevaba a Coyoacán.
            El jueves Evodio Escalante presentó su libro Las metáforas de la crítica (Gedisa, 2015) en la Librería El Sótano que hay en Metro Quevedo, junto a mi casa. Allí conocí a un amigo del español que acababa de conocer aquella tarde en el Colmex. Este gachupín ya casi no lo es, aunque no porque él quiera dejar de serlo. Lleva cuatro años aquí y ha formado una familia. Lo vi feliz. Qué gusto.
Las metáforas de la crítica

            La semana acababa con el Coloquio. En la UAM te enseñan a cada rato, como en la UNAM. Alberto Chimal presentó su libro Historia siniestra (Cuadrivio, 2015): dos narraciones enriquecidas por los fragmentos y las imágenes. Síganlo en Instragram (@albertochimal) si quieren disfrutar de las posibilidades del día a día. Allí tristemente se guardó un minuto de silencio por lo que había pasado en Francia. Yo no sabía nada. No tenía WiFi, así que en esa espera pensé mil cosas. La revelación fue peor que cualquier supuesto. La realidad es más siniestra que las historias más inverosímiles. El aprecio hace tiempo que perdió su letra primera.
Mercado de artesanías de la Ciudadela
            El fin de semana es un buen espacio para visitar la exposición “Lecciones del 68 ¿Por qué no se olvida el 2 de octubre?” del Museo Memoria y Tolerancia o la de vanguardia rusa “El vértigo del futuro” en el Palacio de Bellas Artes. Otra opción es pasear por los puestos del Mercado de artesanías de la Ciudadela, junto al Metro Balderas. Allá hay (unos bosquejos de) rebozos y unos ponchos que bien pudieran gustar a mis abuelas. Ayer terminó el “Buen fin”: últimos días de la semana en los que los comercios se llenan de descuentos y gente; más de lo segundo que de lo primero. En la lavandería, no obstante, me cobraron menos de lo habitual. La mujer que imita el acento español no estaba, así que le dije “Gracias” sin la gracia que sí tuvo la chica que vende empanadillas de Cochinita los sábados, martes y miércoles en la puerta del Condominio el Altillo.
            El domingo en Coyoacán las familias se juntan, varias en el mismo banco, comen algunos de los cientos de dulces que ofrecen por la calle y miran el anochecer con la luz de su interior, ese que abren a cara rato, a manos llenas, a pesar de pensar en las banderas. ¿Por qué no nos olvidamos de los colores y nos centramos en los olores?
            Alejandro Aura (1944) describe estas sensaciones en “Noche en Coyoacán”:

Cae la noche en Coyoacán
con algo de rutina.

La luna, si la hay, se asoma
y adorna el insólito paisaje
de la plaza.

La torre de la iglesia,
con disimulo danza en un [vuelo perfecto
de tarjeta postal.

Cómo aprovecha el ojo que devora
esta sustancia abierta y abundante.

¿Entonces se permiten casuarinas,
fresnos, tronemos, laureles y arrayanes
bajo una corona loca de palmeras?

¿Qué desorden es éste?

Si miramos a la esquina de la casa
de Diego de Ordaz, −que hoy es esquina
y fue horizonte limpio−, cata cómo
se sostiene con todo y almas que lo alzaron
el arco del atrio de este San Juan colosal
lleno de pobrecitos y artesanos
a donde atracan hogaño las naves de los enamorados.

Unos se casan de blanco y negro
y otros se van al parque
y se juran amor con un dedo, con dos,
con la lengua, con el pie,
se prometen por el estrellado cielo
que se rebajarán las espaldas del dolor
con ungüento de abrazos y caricias
entre los dos, o entre tres.

Cada quién pone el brillo de su sueño
en lo oscuro del jardín.

Y hablan algunas piedras
que brotaron de debajo de esta clara planicie
y tienen huella de la acción del hombre.
Hablan y se lamentan en gruesos túmulos movibles.

Las acomodan, las tiran, las esconden, las pintan.
Pobres piedras.

Dicen otros que hay un túnel
de la casa del conquistador al banco,
que pasa por debajo de El Hijo del Cuervo
y de allí a los basamentos de San Juan
hasta la plaza de la Conchita
bajo la casa de su amante de don Hernán.

Doña Catalina tenía ira
y se tiraba carcajadas mortales
porque su hombre le hacía el amor
a la luz del día
para que todos lo supieran
porque era su legítima
pero en el túnel se encontraba
con el olor de la otra
y la cabalgaba
para fundar en ella,

qué cabrón.

En realidad todo esto es cementerio,
cuando cae la noche revive
si aparece la luna
y hace una imitación casi perfecta de la vida.

Y mucho más (14-15).


La vida… ¡Que dure! Y que no sea dura.

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