lunes, 31 de diciembre de 2018

Fuego amigo

El patio de mi casa

En 2011 abrí este blog para contar cómo iba el penúltimo semestre en una casa de estudios que no era la mía, la Universidad Nacional Autónoma de México. Entonces tenía veinte años, ardientes ganas de conocer el país y su gente, de poner por escrito la nueva experiencia para que en casa pudieran leer y ver algunas fotos del lugar. Quería que si alguien hacía el mismo intercambio pudiera saber algunas rutas y sensaciones que se viven al estudiar fuera.

            La calentura sigue igual. Terminó aquel año y pude volver un par de veces más para estudiar un doctorado en poesía mexicana. Gracias a Carmen Alemany, en Alicante, y a Vicente Quirate, en México, me enganché. Ahora regreso para una estancia posdoctoral con Alejandro Palma en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Podré trabajar entonces con el Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea, que cumple diez años.
Hay una feria de libros en el centro
            Aventura viene de «advenire» y significa lo que va a venir; ya sea por un lance extraño, una casualidad, una empresa de resultado incierto o con riesgos, así como una relación amorosa ocasional. La continuidad de este blog ya no se debe a algo puntual o novedoso, sino que conecta lo que ocurrió con el presente. Mantiene intacta la emoción y la sorpresa. Además, ya no es una «aventura» en DF (ni tan siquiera ya es DF), pues partiré de Puebla para dar algunas notas del viaje y esperar que cualquiera pueda vivir México.
            Lo primero que vi al aterrizar fue una inesperada claridad en el aire. Hasta entonces llegaba de noche y me sobrecogía la infinidad de luces extensibles entre los volcanes. La ciudad de México, aparentemente tranquila, esperaba el final del año. El aeropuerto estaba a tope, sin embargo, el servicio de autobuses fluía y ganaba, me parece, en comodidad. Un compañero me permitió hacer una llamada con su celular. Llegaba a 4 poniente con Estrella Roja por unos 300 pesos. En 2011, pensaba los pesos en pesetas, 100 eran 1000, más o menos. 1000 pesetas eran unos seis euros. Siete años después 100 pesos son unos cuatro euros y medio.

El obispo español Juan de Palafox y Mendoza frente al Paseo Bravo


Catedral de Puebla
            En mi pequeño departamento hay (por orden de importancia) cocina, baño y salón, desde el que sube una escalerilla insomne que da a la cama. Los techos son altos y la madera está también despierta. Caminando por Avenida Reforma, después de unas cuadras, se llega a la BUAP. La Facultad de Filosofía y Letras se encuentra en el centro y se reparte en varios edificios (el rosa, de Lingüística; el verde, de historia; el azul, de Posgrado). Recorro este mapa cartesiano con la familia mexicana que ya me acoge. Empezaremos las clases el 2 de enero: lunes y miércoles con la licenciatura, investigación literaria; y ese mismo miércoles algunos seminarios de experimentalidad poética con la maestría y el doctorado. A diferencia de la capital de México, Puebla (al menos en su centro) se organiza como un tablero de ajedrez. Se llega fácilmente a cualquier parte y las dimensiones, de momento, no se cruzan. Me calma esta distribución en una experiencia que tiene que ver con lo experimental. No sabemos el resultado del ejercicio, pero lo intuimos. El Popocatépetl preside una zona agitada por el reciente desastre y el inminente trajín político.
Pianista en La Casa del Mendrugo
            Cerca del mismo Zócalo está La Casa del Mendrugo, un antiguo almacén de alimentos que han reabierto para el negocio y la cultura. Puedes comer lo que quieras, es buffet: desde quesadillas de huitlacoche (el hongo del maíz) a los tamales (que anuncian desde el amanecer por la cuadratura urbana) del famoso mole poblano. Allí hay un piano que toca alguien que tuvo que ver con Tomás Segovia, poeta que nació en Valencia en 1927 y que murió en México en 2011. Una especie de piñata navideña con forma de alebrije representa a la estatua de la libertad convertida en catrina.
Mercado de sabores poblanos
            Otra opción para comer es el Mercado de sabores poblanos, frente al de Venustiano Carranza. Las familias se juntan en domingo para coger fuerzas en los últimos coletazos del año. Cruzando la imponente catedral y serpenteando un par de calles se llega a Cinemex. Quería ver Perfectos desconocidos, con Cecilia Suárez, y en el cine Colonial me enteré que se daba otras películas. Nunca conseguí información de la Cinemateca Luis Buñuel, así que me metí en una sala por menos de 50 pesos (unos dos euros) con una docena de personas que, como yo, no aguantaban de buen grado tantos y tan malos anuncios. La historia dirigida en México por Manolo Caro es la misma que la que hace meses hizo Álex de la Iglesia en España (versión que partía de la italiana de Paolo Genovese): un eclipse deja correr el vino en una cena donde conocemos a los personajes a través de los teléfonos móviles que se encuentran en el centro de la mesa y no dejan de recibir calenturientos mensajes. La actriz que protagoniza La casa de las flores hace que no sufras el cambio horario, aunque apenas haya cambios en los detalles de la argumentación. Pese a parecer otra sin ese peculiar acento de la serie de Netflix, es única a la hora de terminar las frases y de controlar los tonos paralelos a un riquísimo lenguaje no verbal que focaliza en su cara.


            Por YouTube, el otro día escuché a Verónica Corona en El Colegio Nacional leer una conferencia sobre la violencia contra las mujeres que tituló «Fuego amigo». Esto que podría parecer un oxímoron es la energía que nos acompaña dentro. Sacarla fuera depende del tacto y del tiempo.
            ¡Feliz año nuevo!

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