lunes, 14 de enero de 2019

Palafoxiana

Biblioteca Palafoxiana

Se podría decir que Puebla es Palafoxiana, pues buena parte de lo que hoy encontramos en la ciudad parte, como ya hemos dicho en entradas anteriores, del obispo Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659). Suyo es el nombre que recibe la primera biblioteca pública de América, situada a un lado de la Catedral, en el primer piso de lo que ya es Casa de la Cultura.


Como las clases van llenándose con calma y aprenden todo enseguida, el martes es un buen día para visitar la Biblioteca Palafoxiana. Además, es gratis. El resto de días cuesta 40 pesos (ha subido la moneda mexicana este mes: unos dos euros). Al entrar, te registras, como es habitual en muchos edificios de aquí, de la zona. Te das cuenta de que viene gente de México, sobre todo, pero también de Alemania y Estados Unidos. Ahora sí ves la maravilla que tienes ante ti. Realmente merece estar en las seis o siete imágenes que se comparten en Facebook con el gancho “Las mejores bibliotecas del mundo”. Esta tiene una virtud, y es que abrió el conocimiento y liberó lecturas que no solo tenían que ver con la teología. El mentado Palafox en 1656 donó 5000 volúmenes, posteriormente se fueron incrementando con la sucesión de obispados y hoy reúne más de 45 000 libros y múltiples reconocimientos. Si siguiéramos las reseñas en un tuit, diríamos que huelen a remanso y a orden. Así es la traza urbana y también la caligrafía de quien preside la sala. Tres pisos de distintas maderas salvaguardan (como nos enseñaron en El Escorial) los libros en rejillas de corral, para que el polvo salga y se mezcle mínimamente con la luz de las ventanas y de la sala de investigación. Los lunes cierran por mantenimiento. El brillante suelo, pese a todo, es de Cholula, con cerámica de España. Así se circula alrededor de mesas, inventarios, biblias en varios idiomas y globos terráqueos. Pero la Palafoxiana es mucho más.
Es una manera de acercarse al conocimiento, de llegar a clase puntuales y atender participar, discutir. Debido al numeroso grupo de estudiantes que hay a las 10 de la mañana, hemos hecho un desdoble, así trabajamos mejor la investigación literaria: vamos pensando en la tesis que les permitirá licenciarse en tiempo y forma. Y pronto. “La poesía digital en México: una mirada política”. El proyecto de poesía experimental ya se asienta (para ello es imprescindible el Café Cultura) en unas líneas que se cruzarán con el Festival Kerouac de la próxima semana en México.
Jardín del Ajedrez, en el CCU BUAP
Forma parte de la BUAP y cumple diez años. Por Angelópolis se llega a un majestuoso y moderno Complejo Cultural Universitario, con salas de cine, teatro, exposiciones, una cuidada librería, talleres de música o danza y un enorme auditorio donde actuará Joan Manuel Serrat el 12 de febrero. Las entradas están disponibles desde 440 pesos (poco más de veinte euros). Entre otras actividades, destaca la que ofrece el grupo de teatro universitario Compañía Titular de Teatro BUAP CCU: Antígona mestiza. Habrá funciones los próximos tres martes, por 40 pesos (unos dos euros), con descuento para estudiantes. Hay múltiples combis que te acercan al centro, desde la misma puerta, presidida por una exposición de carteles sobre el 68/18, cincuenta años de activismo estudiantil; algo que contrasta con la selección de restaurantes. Allí, La ruta de los vinos, se especializa en gastronomía francesa con precios excesivos.
Mercado Venustiano Carranza
A diferencia de otras universidades, donde el doctorado se basa en seminarios sobre bases de datos, guías de publicación, índices de impacto, etc., en México son comunes y obligatorias la asistencia y la participación en cursos especializados, por ejemplo, de poesía hispanoamericana. Quizá el tema no tenga que ver estrechamente con tu tesis, pero las problemáticas discutidas, el análisis de textos y el trabajo en equipo te ofrecen perspectivas para la investigación que de otra manera difícilmente puedes conseguir.
No tener internet en el móvil (y seguir usando el celular de 2011) me permite perderme por las calles. Ahí veo estampas de oficios que cuesta reconocer. Pregunto por el destino que imaginé en Waze (se usa más que Google Maps) y llego como antaño. En una de esas, frente a mi casa, en el Instituto de Cultura de Av. Reforma, me encuentro a un invidente. Solo se ayuda de un bastón que va golpeando las fachadas del siglo XIX. Gira la cara buscando el sol y, al rato, da con unos amigos. Sonríe y sigue.
Catedral de Puebla
Al parecer, los fines de semana, por la noche, suelen proyectar un reloj en la fachada de la Catedral. Avisa de que va a empezar un juego de imágenes que congrega a cientos de poblanas y poblanos junto a la cafetería italiana. Un mago nos explica de qué se trata. Baraja las cartas y las luces se apagan a la vez que varias tazas, en el interior del edificio, se estrellan contra el suelo. Horas antes había hablado con mi madre. Ninguna de esas mágicas aplicaciones pronosticaba lluvia en toda la quincena, pero ella me avisó de que me iba a mojar. Así fue.
Se pone bueno en el Beer pong, un bar enorme lleno de jóvenes que bailan todo y cantan especialmente la banda. Rica cerveza artesanal: Cucapá, con más de quince años, desde Mexicali. Se ponen romanticones, dice el taxista, y ahí si se pasan. El machismo y la caballerosidad son sinónimos. La cama tiembla, pero no hay pedo; se debe al desvío de rutas en la 17 Sur. El reajuste urbano concentra peseros que bien temprano arrancan los adoquines y hacen vibrar los cimientos. Luego luego tambores… y hasta cornetas avisan de la jura de bandera. Es un sentimiento contradictorio ese de los desfiles en las escuelas. La gente se para. Se cuadra.
Estos días Giuliana Calabrese y yo vamos cerrando una propuesta de trabajo sobre una original película, Los Parecidos (2016), que se enmarca en la lluviosa noche del 2 de octubre de 1968 y que apenas ha recibido los comentarios y la crítica que sin duda requiere. Gracias a Carmen Alemany y Cecilia Eudave dimos con ella, disponible en Netflix:



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