martes, 15 de septiembre de 2015

Gracias

Tras diez días en México solo puedo decir gracias.
Reforma desde el Castillo Chapultepec


            Mis padres se acaban de ir. Deben de estar volando mientras yo recuerdo cada momento de felicidad que me han regalado viniendo aquí. La tristeza de la despedida en el aeropuerto es minúscula si la comparamos con la alegría que sentí al recorrer, junto a ellos, las calles de la antigua Tenochtitlan, la que siento ahora al recrear cada mueca y cada tropiezo.
            Pese a los imprevistos que una ciudad como esta impone, hemos podido disfrutar de las costumbres defectuosas. Visitamos la Basílica de Guadalupe el día 12 y nos metimos en Chapultepec y su castillo el 13 de septiembre. Comimos chiles en nogada, tacos al pastor, enchiladas, sopa azteca, tortillas azules…; bebimos tequila, pulque, cervezas Victoria, Bohemia obscura, León… Y lo más importante: nos mojamos. Formamos parte de ese gran engranaje urbano que huele, roza, escucha, gusta y ve al género humano y sus colindantes.
            Volamos el 5 de septiembre desde Madrid con KLM (nuevamente a través de Rumbo). Hicimos escala en Amsterdam y en no más de quince horas nos plantamos en la antigua laguna. Ernesto, profe y amigo a la par, nos recogió del aeropuerto. Mil gracias, carnal.
Casa donde Octavio Paz editó la revista Vuelta
            En cuanto al hospedaje, elegimos un apartamento a través de Best Mexico Apartments. Así pudimos desayunar y ocupar una zona escasa de hoteles como es Coyoacán, en nuestra opinión la mejor delegación para tomar aire fresco después del centrifugado capitalino. Las calles adoquinadas y flanqueadas por árboles centenarios que levantan las aceras envuelven la zona más antigua de la ciudad. Cada rincón significa algo: una leyenda, una historia o una anécdota. La casa que ocupamos perteneció a Jorge Ibargüengoitia, lo que sin duda atraería una vez más a la madrileña que estuvo aquí en 2011 y que hoy, día del grito, cumple años. Los caseros, Carlos y Amanda, nos cuidaron con un cariño desmedido, resolviendo los atisbos de la maldición de Moctezuma que asomaba en nuestros estómagos.
            Durante estos días (o quizá deberíamos hablar de jornadas por su intensidad), mi padre y yo caminábamos desde temprano por Francisco Sosa, cruzábamos el Jardín Centenario, el mercado y comprábamos panes y dulces para el desayuno. Si esto no era así, recurríamos al restaurante Moheli, junto a una churrería que requiere, aún hoy, «trabajador honesto y responsable».
            El primer día era domingo, fuimos al Zócalo. Salimos a la inmensa bocacalle que da a la torcida catedral después de que en el metro una niña le cediera el asiento a mi madre. Escenas como estas solo las imaginaba. Ahora también las recuerdo. El Templo mayor estaba colapsado. No entendíamos por qué no dejan entrar con líquidos, alimentos o dulces (ni por qué estos últimos forman una categoría aparte). Ahora sí: sería inviable visitar los monumentos si a la masificación sumáramos las meriendas y sus envoltorios. Ya ni modo. Los planes se torcían. Esto es lo que teníamos previsto:

Días/ Horas
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
Sábado 5
AVE-Madrid
EMBARQUE
VUELO
Descanso
Domingo 6
Desayuno
Coyoacán
Zócalo
Templo
Tacuba
Alameda
Chapultepec
Reforma
Garibaldi
Tenampa
Descanso
Lunes 7
CU
UNAM
Concha
Cultural
Azul/ oro
Museo
Espacio escultórico
Gabi
Lechuza
Descanso
Martes 8
Desayuno
Puebla
Cholula
Popo
Casa 9
Paseo
Regreso


Mnto. Revolución
Descanso
Miércoles 9
Desayuno
Tlatelolco
Comida
Xochimilco
Cineteca/ teatro

Descanso
Jueves 10
Desayuno
Bus
Teotihuacan
Comida
Calzada de muertos
Regreso

Teatro Sta. Catarina
Descanso
Viernes 11
Desayuno
Guadalupe
Feria Zóc.
Comida
Frida Kahlo
Trotsky

Condesa
Descanso
Sábado 12
Coyoacán
D. Rivera
Mercado Copilco
Comida
Torre Lat.
Palacio Bellas Artes
Claustro Sor Juana
T. Lat. 31
Descanso
Domingo 13
Desayuno
Museo Antropológico
Comida
Museo Diego Rivera
Rotonda ilustre
Churubusco
Descanso
Lunes 14
Desayuno



Comida






Descanso
Martes 15
Desayuno



Comida






Descanso

Y esto lo que hicimos:
            Paseamos por las calles del centro (si es que algo tan grande lo tiene). Nos guiamos por los gritos de los pesos y el olor a maíz. Visitamos el Palacio nacional, donde se encuentran algunos murales de Diego Rivera; así como una exposición temporal de máscaras muy sugerente. Llegamos a Bellas Artes y repusimos fuerzas en el Danubio, recomendados por una guía turística. La comida es abundante y rica, las paredes están llenas de servilletas de comensales que allí han firmado, dibujado y dedicado sus digestiones. No obstante, el servicio es demasiado agobiante, sirven los platos a contrarreloj y hace calor. Seguro que hay mejores opciones que todavía no cuentan con tanta fama.
Comida en Azul y oro: ensalada, buñuelos al mole, cochinita Pibil y sopa azteca
            Ya provistos de la Comercial mexicana, el lunes lo pasamos en la UNAM. Paseamos por Avenida Universidad, donde viví y donde vivo, y, cruzando las avenidas suicidas, entramos por Economía, surcamos las islas (el campus donde los estudiantes respiran), entramos en Filosofía y Letras y de ahí nos fuimos a Posgrado, al sur. Mis padres no creían que una universidad fuera tan grande. Ahora sí. Comimos en Azul y oro, junto al teatro Juan Ruiz de Alarcón y la sala Netzahualcoyotl, en el Centro cultural universitario. El Museo de arte contemporáneo está cerrado este primer día de semana, así que fuimos al Jardín botánico. La mancha urbana requiere de estos verdes.
Comedor de Frida
            No pudimos esperar más y a la mañana siguiente fuimos caminando a la Casa azul. ¡Vaya con Frida Kahlo! Y con Diego Rivera, ese sapo empedernido. Una vez vistas las recámaras y la urna donde descansan las cenizas de la pintora mexicana, en el jardín se emite un video donde la cantante Lila Downs emociona a cualquiera. Por la tarde nos acercamos (esta palabra tiene un significado distinto aquí) a la Cineteca. Vimos La Tirisia: una película documentada en el México rural, en una Comala donde los problemas son difíciles de resolver. Las escenas largas y los diálogos cortos te invitan a ese espacio fronterizo donde la vida es escasa.
Escritorio donde fue asesinado Trotsky
Casa de Diego Rivera
            El miércoles, con la barriga más rígida, nos sorprendimos, una vez más, con la casa de León Trotsky. Las explicaciones del guía altruista merecen un poco más de apoyo por parte del gobierno. Sin dejar a un lado la relación de Trotsky y Kahlo, fuimos a la casa de Rivera, la Anahuacalli. «No, pues si está aquí al lado» nos dijo el taxista. Casi media hora después veíamos la fachada y los motivos prehispánicos del diogenario pintor. Por la tarde, como llovía, agarramos un taxi con más de una hora de tiempo para ir a Bellas Artes, donde se celebraba el centenario de Ramón Martínez Ocaranza. Llegamos tarde. El metro es mucho más rápido. Y uno aún puede disfrutar de las ventas que cada vez menos se ofrecen en los vagones cada vez más llenos.
Metro de Ciudad de México
            David, el guía de la empresa Aukiani, nos mostró Teotihuacán con una atención inmejorable y unas explicaciones precisas y amenas. Una excelente persona y un profesional; es decir, un mexicano. Si desean hacer alguna ruta por el centro o los alrededores, esta es una muy buena opción.
Perro sobre México, junto a un taller de artesanías en Teotihuacan
            Al día siguiente, Sergio nos llevó a Cholula y Puebla. Encima de la base piramidal con mayor perímetro del mundo, en un «pueblito» de millón y medio de personas, nos encontramos con un villenero. Un abrazo, paisano.
Llegando a Puebla, al fondo el Popo y la mujer dormida

Una de las imágenes del Memorial del 68, en Tlatelolco
            El sábado llegamos temprano a la Villa de Guadalupe. La misa congregaba a unos cuarenta mil fieles, según se oía entre el tumulto, las palmas y la oración. Las peregrinaciones llegaban al mediodía y nosotros regresábamos al centro, esta vez sí para ver el Templo mayor. Seguidamente fuimos al claustro de sor Juana, pero estaba cerrado. Los fines de semana descansan. Así pues, nos dirigimos a Tlatelolco, escuchamos distintas versiones de lo que ocurrió el 2 de octubre de 1968 y accedimos al Memorial. ¿Cómo puede ser que, tras casi cincuenta años, todavía no se sepa exactamente qué ocurrió? Al menos sabemos lo que no ocurrió. Y lo que no ocurrió debería ocurrir más a menudo; es decir, la vida, la libertad y la desmilitarización. Ejemplo de retroceso es la plaza Garibaldi, la cual visitamos antes de subir a la Torre latinoamericana. Los mariachis se marchitan desde 2011.
Norte de D.F. desde la Torre latinoamericana
Monumento a los Niños héroes, en Chapultepec
            El segundo domingo, único día que repetíamos por completo, lo aprovechamos para subir al castillo de Chapultepec. Vaya colas se forman cuando son gratis las visitas. Comimos por Reforma, cerca del ángel de la Independencia y nos quedaron solo un par de horas para el Museo de Antropología: uno de los mejores espacios culturales de la urbe y sus ubres. Aún tuvimos tiempo de atravesar la lluvia hasta el mercado de artesanías de Coyoacán y ya de ahí cenar ya por fin (en el tercer intento) en Ecos (un restaurante muy acogedor pero con un horario temprano), frente al Café Avellaneda.
Museo de Antropología (esta vez lo torcimos nosotros)
            Al día siguiente, ayer, desperté triste, era el último. Cómo iba a recordar esta semana y pico (de gallo). Cómo la recuerdo. Estábamos poéticos, perfectos para escuchar a Eduardo Lizalde en filos. El recién investido Doctor Honoris Causa se ajustó a las necesidades de quienes llenábamos la sala. Entramos en el Auditorio Che Guevara (donde cantó Serrat por primera vez en México), llamamos por última vez a España y comimos en La Lechuza, en Miguel Ángel de Quevedo, retomando y remontándonos a aquellos tacos con los que en su día la doctora Company nos obsequió tras una dura organización de la revista Medievalia.
            Las lágrimas empezaron a caer antes de lo previsto, también los truenos y (suponemos) los rayos. Tláloc. Esa palabra ya formaba parte de mi familia. Era felicidad que se acaba y que empieza.
            Gracias, entre otras muchas cosas, por animarme a venir en 2011 y por acompañarme ahora. Gracias a la Universidad de Alicante por permitirme revivir esa sensación de minusculinidad al cuadrado que ofrece el DF. Y gracias a la UNAM por acercar lo lejano.
Chavela Vargas en el Tenampa, Garibaldi

            Hoy es el día del grito. Así que: ¡Viva México!

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