sábado, 31 de octubre de 2015

Día de muertos

Moneda de 20 pesos en honor a Octavio Paz
Lo siniestro es lo contrario a lo doméstico
Sigmund Freud

Hacer de la memoria un arma de combate
Vicente Quirarte

El día de muertos es uno de los más especiales en México. Vivirlo es homenajear a los que ya no están. Tenerlos presentes y recordarlos es compartir con ellos la riqueza (sobre todo cultural) de este país y de esta ciudad homónima: donde el ser humano, efectivamente, es el centro y es igual. 

Ofrenda de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
            Vicente Quirarte habló del terror hace unas semanas en la XV Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México. Ahí no dijo que el hecho de ir al centro ya es en sí un horror. El día de muertos es el tránsito del 1 al día 2 de noviembre, pero está presente en cada jornada. Lo único que diferencia a dichas fechas es que las ojeras y las dentaduras desencajadas que en su día grabó para la posteridad José Guadalupe Posadas en su rimbombante catrina están bien vistas; es decir, puedes subir al metro y encontrarte con gente que revive y otros que, disfrazados, encarnan el otro que serán.
            La semana arrancó con la clausura del Festival Internacional de Cine Documental de la Ciudad de México (10DocsDF). La Cineteca Nacional se llenó para ver los trabajos premiados, así como a sus autores.
Feria del libro filológico, en IIF de la UNAM
            Por otra parte, el Instituto de Investigaciones Filológicas (IIF) organizó la Feria del libro Filológico, donde se venden a buen precio los libros que la misma UNAM publica. Cabe destacar, entre ellos, el Diccionario de escritores mexicanos, donde viene un listado de las publicaciones y referencias de Vicente Quirarte, por ejemplo.
            Las leyendas de La Llorona se pueden escuchar a bordo de las trajineras que surcan uno de los pocos lagos que todavía fluyen en esta ciudad de ciudades: Xochimilco.
Megaofrenda en Estadio Olímpico CU
            También en el sur, en el Jardín centenario de Coyoacán, se encuentra la Feria del chocolate y pan de muerto. A unas cuadras de aquí, en el Centro Cultural Elena Garro, se celebrará durante estos días alegremente luctuosos el ciclo “Los muertitos salen a Coyoacán”, donde participará el objeto de nuestra tesis hablando de “Fantasmas, zombis y vampiros”.

La UNAM
            El último día de octubre el Condominio el Altillo organizó una chocolatada con el ineludible pan de muerto para todos los vecinos y allegados. Mañana los alimentos ofrendados no sabrán como hoy, la esencia se la llevarán los muertos y lo dulce será corcho.

Homenaje a Goya (así empieza curiosamente la porra de la UNAM)
            Hace cuatro años disfrutaba de las ofrendas en las Islas de CU, ese pasto donde los estudiantes tocan el saxofón para amenizar la historia de México. Esta vez, quizá por el desmadre, las ubicaron en la explanada del Estadio Olímpico Universitario. Recuerdo que también era viernes, y “fin de quincena para colmo”. Entonces el tráfico, también imposible, me llevaba a Michoacán. Ahora lo pasaré en la capital, todavía sin hellowenizar (como dicen los taxistas).
Mercado de Eje 10 Sur
            Es sábado y agarré “provisiones para un mes”, como dice mi compañero de piso, en el tianguis de Eje 10 Sur de Santo Domingo, cerca de metro Copilco. Él no lo conocía. La calidad y el precio son buenos, pero si eres güero pueden variar, por ello es útil visitar (si funciona) el Sistema Nacional de Información e Integración de Mercados. Creo que le sorprendió tanto como a mí verlo pedir un quilo y medio de queso Oaxaca.
            Mañana domingo veré a Lila Downs, que agotó los boletos, y el lunes festivo visitaré la tradición de Mixquic. Un poema de María Rivera ilustra ahora lo que se vive y lo que se pierde:

“Día de muertos”

Nadie escribió el poema
que está latiendo en la página silenciosa de la espera.
La espesura construyó nuestras esquelas,
troqueló nuestros silencios con corceles.
Nómbrame “piedra”, escritura mineral,
vaho de los solares que perdimos.

Una peña despeñándose
en nuestra memoria, un viñedo cultivado
en la esmeralda pasión de los ausentes.
Duermen los recuerdos, se recuestan en mi pecho.
Dicen pájaro y es pájaro el lagarto
que en mí amanece (herido, comatoso).

                                            Avanzamos,
en el corazón del tiempo
crece el temor de quedar varados
en la doble cuchilla del camino.

(¿estás aquí, de vuelta? –pregunto− ¿estás aquí?,
rosa de fuego?)

Después, el sueño del desasosiego,
la estoica cancioncilla que repite “hay
un muro cercándonos. Un muro atrincherado
en la neblina”.

UNAM
Cuánta luz había ese día. Ese día que ahora
se sumerge en las costas asediadas del exilio.

¿Qué emboscada cayó sobre nosotros, trocó
por panes amargos nuestras piedras?

¿Qué dios maligno
ató nuestra barca en el diluvio?

Hay un poema latiendo en el silencio,
ríos espesos que escapan a nuestra memoria
y, sin embargo, miran
los ojos abiertos del tiempo,
y preguntan,
y preguntan
dónde está la escritura que la vida
debió emprender para salvarnos del olvido (El oro ensortijado 286-287).

Cuando la muerte se tiene tan presente, la vida cobra más sentido. En una ciudad tan extensa y tan intensa, la fiesta oxigena los huecos oscuros que van quedando entre nosotros.

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